Fito y Fittipaldis ofrecen intimidad sin perder fuerza en el escenario

  • Si en las distancias cortas es donde una colonia de hombre se la juega, a dos metros del público, con versiones transformadas, rebajadas de vatios y de revoluciones de sus grandes éxitos es donde una estrella del rock and roll como Fito Cabrales arriesga su bien trabajada reputación de no defraudar nunca en sus directos.

Raúl Molina

Oviedo, 21 sep.- Si en las distancias cortas es donde una colonia de hombre se la juega, a dos metros del público, con versiones transformadas, rebajadas de vatios y de revoluciones de sus grandes éxitos es donde una estrella del rock and roll como Fito Cabrales arriesga su bien trabajada reputación de no defraudar nunca en sus directos.

Fito y sus Fittipaldis han arrancado esta noche en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo su nueva gira, renunciando esta vez a los grandes espacios para, sobre un escenario austero, dar un giro a algunos de sus temas más conocidos y buscar una mayor intimidad con un público que abarrotaba las 1.500 localidades del recinto.

Con más camisas y minifaldas que camisetas y zapatillas deportivas entre el público -el precio de las localidades (entre 40 y 50 euros) o el temor a un concierto pausado pudo retraer a sus más jóvenes seguidores-, la sesión arrancó con "Por la boca vive el pez" en versión desacelerada y "Sobra la luz", dos temas en tono medio que caldearon el frío ambiente que siempre rodea a un concierto de rock en teatros o auditorios.

"Otra vez de gira, otra vez aquí", saludó Fito al público para recordar que ya en 2006 eligió Oviedo para arrancar su gira "Por la boca vive el pez", la que le confirmó en la cúspide del rock español y otorgó prestigio a sus directos años después de liderar "Platero y tú", el primer proyecto musical del vizcaíno.

"Me equivocaría otra vez" se mantuvo aún en su versión habitual para iniciar después un recorrido por sus canciones "transformers" -así las llama Fito- para esta gira que abrió con "Cerca de las vías" y que le permitió llevar al escenario sonidos de laúd, de contrabajo y de clarinete hasta aproximar su música a una sesión de jazz.

Y como Fito se resiste a llamar acústica a su gira, su guitarra se volvió a enchufar para otro clásico que él rescató de los años ochenta para acelerarlo con respeto y conseguir que "Quiero beber hasta perder el control" siga manteniendo el espíritu de Enrique Urquijo.

A su público volvió a recordarle que "hay quien esta vida se la toma a broma" con "Como pollo sin cabeza" antes de llevar a primera línea del escenario a su batería, Daniel Griffin 'Cucharita' a hacer sonar una suerte de castañuelas con las que el cantante se atrevió incluso a marcarse unos pasos de claqué.

Las nuevas versiones y el descenso de revoluciones permiten a los Fittipaldis ofrecer un repertorio habitual, pero con piezas poco habituales -"El ojo que me mira", "A mil kilómetros"-, y en el que el concierto pasa sin problemas del country al blues y hasta alguna ranchera con su líder agarrado a un banjo.

Antes de su primera despedida con "La casa por el tejado", Fito confesó sentirse "como una moto de nervioso" mientras su guitarrista de cabecera, Carlos Raya, lucía sus habilidades al pedal-steel y cerraban su primera ronda de bises con el público ya sin intención de sentarse para corear "Antes de que cuente diez".

Y a la vuelta Fito llevó a su "Soldadito marinero" a una especie de taberna irlandesa para seguir llorando por sus sirenas al ritmo que marcaba el violín de Carlos Raya y el contrabajo de 'Boli' Climent mientras el público se confundía en su karaoke ante una versión tan renovada de uno de sus clásicos.

Casi dos horas de música y veintidós temas se cerraron con "Acabo de llegar" para demostrar que, aún buscando la intimidad de una gira que le llevará a catorce ciudades y de la que ha vendido ya 25.000 entradas, Fito y su banda no han perdido un ápice de potencia. Y un espectador, entregado, besaba su mano al final. Si buscaba cercanía la tuvo y sin defraudar.

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