La "microgente" de David Espinosa se hace muy grande en la Bienal de Venecia

  • Concha Barrigos.

Concha Barrigos.

Venecia, 3 ago.- Con el público a dos metros y "armado" con binoculares, David Espinosa, todo pulso, memoria y exquisita manicura, ha abierto hoy la segunda jornada de la Bienal de Venecia de teatro "manipulando""Mi gran obra", una irónica y "microcósmica" epopeya vital de 300 "actores" que sin sus manos no serían nada.

El director, actor y bailarín (Elche, Alicante, 1976) estaba muy satisfecho con la entusiasta acogida del público a su obra, que se representa, hasta el 10 de agosto, en una sala de Ca Giustiniani cuyas dimensiones, reducidas pero a la vez "con muchas posibilidades", le imprimen más "ironía" que "poesía", explicaba el creador a Efe.

Espinosa propuso a uno de sus alumnos de baile contemporáneo, arquitecto él, que jugara con la "utopía" y que no tuviera reparos en proponer lo que se le ocurriera y al músico Santos Martínez que eligiera sus "diez obras maestras" para lograr entre todos "la pieza que cambiara el mundo".

Lo que salió, tras descartar presupuestos más teóricos, fue "la obra más grande del planeta pero en escala 1:87, en la que caben bandas de música, elefantes, procesiones, helicópteros e islas en movimientos casi coreográficos", detalla.

"Mi gran obra", que lleva el no menos socarrón subtítulo de "Un proyecto ambicioso", es un espectáculo que "no escatima en gastos", se ríe Espinosa, unos mil euros de producción para una pieza pensada a lo grande y hecha en pequeño.

Sus actores son creaciones en plástico -la mayor de dos centímetros- para las maquetas de los trenes pero que incluyen absolutamente de todo: de animales a flamencas, de parejas en pleno acto amatorio a antidisturbios, de pamplonicas a bebés, de sacerdotes a contorsionistas.

Con ellas, Espinosa cuestiona los límites de lo teatral en todos los sentidos, ya que los espectadores más alejados se sientan en banquetas a dos metros y medio y el resto, escogidos en un "casting" que hace él mismo a la puerta de la sala en función de su estatura, se sientan pegados al tablero apoyado en borriquetas que son el "escenario".

Estos últimos son los únicos de los 20 que caben en cada representación que no precisan binoculares para ver a los "actores" y sus "evoluciones", posibles gracias a las manos del director, el elemento, con diferencia, más grande y visible de la acción.

"Vigilo mucho mis uñas para que no se conviertan en protagonistas", se ríe de nuevo.

En "Mi gran obra" no se puede buscar narrativa lineal, porque el juego es dar "fogonazos", sugerencias que abren el apetito de la imaginación.

Tanto es así que en la escena del "polvo", como él llama a la que protagonizan varias parejas amándose encima de distintos muebles colocados sobre una pandereta, a la que el va dando "crescendo" con ayuda de un clavo y un martillo, hay espectadores que creen que es un terremoto.

El ciclo de la vida, una boda, el parque y una escena "puro Berlanga", en la que caben de un belén a un partido de fútbol pasando por el "magnicidio" de Obama, son los episodios de esta epopeya en miniatura.

Es, añade, un teatro de investigación constreñido a lo mínimo y marginal, que investiga para sobrevivir y encontrar soluciones, pero también una parodia, una crítica, una condena del teatro faraónico, que cuenta "las microhistorias de la microgente".

Su realidad como artista, dice, es que siempre se ha movido en la precariedad y la escasez de medios y la "grandeza" de lo que propone nace, precisamente, de que no hay nada que le parezca mucho o poco, porque está en su "ADN" convertir la necesidad en virtud y potenciar el fracaso como motor de la creación.

Por eso, justo este momento de crisis le parece el idóneo para recuperar una pieza que estrenó en 2012 en Tarrasa y que llevaba un año preparando y que, "por suerte", había visto en un ensayo el director de la Bienal de teatro, el también español Álex Rigola.

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