Leopoldo María Panero o la poesía para mantenerse a flote de la locura

  • Su vida convulsa y atormentada se apagó lejos de su Madrid natal, en Canarias. El poeta "maldito" Leopoldo María Panero, que tenía "un miedo cerval a la muerte", se fue mientras dormía, pero deja tras de sí una extensa obra marcada por el desencanto y la locura, y sin el Nobel, como él decía en broma.

Catalina Guerrero

Madrid, 6 mar.- Su vida convulsa y atormentada se apagó lejos de su Madrid natal, en Canarias. El poeta "maldito" Leopoldo María Panero, que tenía "un miedo cerval a la muerte", se fue mientras dormía, pero deja tras de sí una extensa obra marcada por el desencanto y la locura, y sin el Nobel, como él decía en broma.

"Yo escribo porque es lo único importante en mi vida", explicaba a Efe el mediano de los hijos del considerado como una de las voces poéticas más destacadas de la postguerra Leopoldo Panero (1909-1962), del que heredó ese don, pero lo llevó por una senda transgresora, como su vida.

Hijo, sobrino y hermano de poetas, Leopoldo María Panero se envolvió de un manto de maldítismo, en una genuina versión española de los franceses Bodelaire o Rimbeaud. Imagen de la que renegó.

"Estoy harto de los malditos, harto de ser el loco, harto de ser Leopoldo María Panero. Quiero ser un hombre común", decía.

Estaba cansado de estar "siempre solito", en ese deambular durante más de 40 años de manicomio en manicomio, como él llamaba a los psiquiátricos en los que estuvo internado en media España.

"En este país me han tratado peor que a un perro", se lamentaba y llevó a presumir de saber "más de psiquiatría que de poesía".

En el último centro psiquiátrico, en el hospital psiquiátrico Rey Juan Carlos I de las Palmas de Gran Canaria, donde estuvo ingresado desde 1997 y donde ha muerto, se quejaba de que su vida cotidiana era "un infierno" porque le daban "un alud de pastillas" y le trataban "como si fuera un bobo". Es un lugar "cruel, un circo romano", insistía.

Y, encima, no podía comunicarse con otros internos porque "se creen -afirmaba- que son reyes o vírgenes".

Un aislamiento social del que brotó muchos años su palabra poética y su mundo simbólico: la muerte, el caos, la droga, la soledad o el sexo.

Versos y textos poéticos con los que quiso "defenderse de la vida", transcender a la "sórdida y terrible" realidad, y que llenaron más de medio centenar de obras publicadas desde los años 70 por este integrante de los "Nueve Novísimos", junto a Pere Gimferrer -al que consideraba su maestro-, Ana María Moix, Azúa, Vázquez Montalbán o Martínez Sarrión.

Este "poeta infinitamente puteado", afirmaba, dotado de una vasta cultura y de una memoria prodigiosa, llegó a sentirse merecedor del máximo de los galardones en su sector, el Nobel de Literatura.

"Siempre he pedido el Premio Nobel de Literatura para Gimferrer, pero ahora creo que lo debo pedir para mí. A mí me gustaría que me lo diesen, porque qué tiene Miguel Delibes, para quien lo piden, que no tenga yo", se preguntaba en 2005 el poeta con voz firme en una de las varias entrevistas concedidas a Efe a lo largo de los años.

Dos años después, con motivo de la publicación de "Papá dame la mano que tengo miedo", Leopoldo María Panero compartía, en otro registro, uno de sus conmovedores temores.

"Tengo miedo a morir. Tengo un miedo cerval a la muerte, mucho miedo", aseguraba el autor de "Así se fundó Carnaby Street", "Las River Together" o "Poemas del manicomio de Mondragón", para quien la "única esperanza" que le quedaba en la vida era "la literatura".

Una tabla a la que se asió hasta el final de sus días.

Mostrar comentarios