Día de la Madre entre lágrimas y reencuentros en una cárcel de Haití

Las lágrimas se mezclan con risas y abrazos interminables: la detenidas de la única cárcel para mujeres de Haití pudieron ver a sus hijos durante unas horas durante la fiesta del Día de la Madre.

"Un año, diez meses y siete días", no deja de repetir Berline Solon mientras acaricia la mejilla de su hija Slovensia, de 14 años. "Es hermosa, pero ha perdido peso".

Estas visitas permitidas durante el Día de la Madre, que en Haití se celebra el último domingo de mayo, son excepcionales.

Consciente de las condiciones extremas de detención, la administración de la prisión ha decidido, con el apoyo de Naciones Unidas y otras organizaciones, posibilitar el reencuentro de madres e hijos.

"Ella no puede ir a la escuela porque no estoy allí para pagar. Mi hermana, que la mantiene, no tiene los medios para hacerlo", lamenta la mujer con el vestido azul reservado a las detenidas que están a la espera de un juicio.

La extrema lentitud de la justicia en Haití hace que muchos detenidos pasen largo tiempo en las cárceles antes de ser sometidos a juicio.

Más de tres cuartas partes de las 306 mujeres presas aún no han sido citadas ante un tribunal y se ven obligadas a esperar confinadas en instalaciones en mal estado que albergan a una población que triplica su capacidad.

"Estoy orgullosa de ella, si pudiese salir conmigo aunque fuera sólo por este día me sentiría muy feliz", exclama llorosa Sherlo, de 15 años. Su madre está en detención preventiva desde hace cuatro años.

"Tengo muchas cosas que decirle, que enseñarle. Explicarle lo que debe hacer en la vida para que no se convierta en una vagabunda y continúe trabajando bien en la escuela", dice su mamá.

La mujer de 27 años no le oculta a su hija las duras condiciones de detención. "En mi celda somos once, nos hacen falta camas, toallas higiénicas y hasta agua potable".

Avergonzado, un adolescente mira por detrás de sus hombros, como si alguien quisiese entrometerse en su conversación. Los encuentros cara a cara con familiares se multiplican en un pequeño salón de la prisión improvisado como sala de encuentro.

Sentadas en sus bancos, las mujeres preguntan, lloran, se consuelan. Por falta de dinero algunos hijos no pudieron venir.

"Es la primera vez que la veo desde 2009, estoy muy contenta aunque mi otro hijo no llegó", lamenta Claudette Morisseau, mientras abraza a su hija de 17 años.

Sin padre, sus tres hijos sobreviven gracias a la generosidad de sus vecinos. Le ha sido imposible venir a todos, pues no consiguieron reunir el dinero que necesitaban para pagar el transporte público.

"No es posible que tenga que pasar siete años en prisión sin que nadie me diga nada, mientras mis tres hijos están abandonados a su suerte", reclama Claudette, ante la falta de un llamado a juicio.

La mujer de 30 años no puede contener las lágrimas cuando su hija le explica que para venir tuvo que pedir ropa prestada. "Tengo miedo de que se conviertan en ladrones, que tomen el mal camino", dice.

En el patio, Benita Duchene tiene una preocupación diferente: bajo la lluvia, espera recibir su orden de salida.

Tras cumplir 11 de los 12 años de condena, finalmente podrá saborear la libertad este

Día de la Madre y abrazar a sus hijos de 24, 26 y 28 años.

"He conversado un par de veces telefónicamente con ellos, pero nadie viene a verme desde 2010", dice esta mujer que se ha vestido con coquetería para la ocasión.

Su familia es muy pobre para pagar el viaje a la cárcel. "Estoy feliz con la idea de verlos, pero primero tengo que lograr que me firmen estos papeles", se impacienta.

Mientras caen truenos, Benita eleva el tono. "Necesito que alguien me facilite una tarjeta telefónica, para llamar, quiero saber si mi hijo ya llegó. Me dijeron que cada vez que llueve en esta ciudad, el tráfico se vuelve imposible", grita.

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