El Nobel de Paz, más allá de una condecoración que se materializa en Ecuador

  • Cuando en 2012 la Unión Europea recibía el Nobel de la Paz, al otro lado del Atlántico, Diana, una colombiana de 24 años centraba sus caricias en el último de sus nueve hijos, sin sospechar que algo de ese galardón llegaría al refugio que había encontrado en Ecuador.

Susana Madera

Lago Agrio (Ecuador), 12 nov.- Cuando en 2012 la Unión Europea recibía el Nobel de la Paz, al otro lado del Atlántico, Diana, una colombiana de 24 años centraba sus caricias en el último de sus nueve hijos, sin sospechar que algo de ese galardón llegaría al refugio que había encontrado en Ecuador.

Ya ni recuerda cuánto hace que salió de la zona del Putumayo con destino a Ecuador harta de escuchar que se "den plomo", como resume, sin identificar grupos, y con temblorosas palabras, la situación de la que huyó con su esposo, Dilmar, y cinco hijos.

Ahora vive en Lago Agrio, en la provincia de Sucumbios. Desde su casa de madera encaramada en una colina se divisa al otro lado de la carretera un quiosco cerrado, al que con nostalgia llama tienda: "Ahorita no vendo nada. Vendía colas, agua. Paró porque mucho yo fiaba, me quedaban debiendo, no me pagaban, por eso caí".

Diana, una de los casi 55.000 refugiados reconocidos en Ecuador, no pierde las esperanzas de reabrir su negocio consciente de la necesidad de recursos para sus hijos, que ahora dependen de los esporádicos trabajos que logra su marido.

Cuatro de los once integrantes del hogar de Diana nacieron en Ecuador y todos viven en la casa de unos 12 metros cuadrados divididos en cuatro habitaciones, decoradas con raídos recortes de revistas. El baño que está fuera de la vivienda.

Una gran televisión sobre una mesa y una banca llenan el primer cuarto, al que le sigue otro con la cocina, enseres, víveres y un gran tanque de agua. Al lado, una habitación con una pequeña cama que comparten los padres con los dos hijos menores.

Los otros siete niños duermen en el último cuarto, sobre una colchoneta que levantan cada mañana. En unas vigas -bajo el techo de zinc donado por la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur)- guardan unas literas regaladas que esperan armar cuanto tengan pernos.

"Acá es bueno para vivir, se vive tranquilo, también porque los niños pueden estudiar tranquilos", asegura Diana, contenta de tener una hija en el colegio y cuatro en la escuela, todos beneficiarios de útiles escolares y uniformes que compra el programa "Niños de paz" con dinero del Nobel que ganó la UE.

Diana aseguró a Efe que su situación sería otra si sus padres -en la pobreza- no hubiesen tenido que escoger quiénes estudiaban de entre sus 13 hijos. "Yo no se leer, no puedo ayudarles", respondió sobre el progreso escolar de los suyos.

En Lago Agrio, "Niños de Paz", por medio de Acnur y la organización The Refugee Education Trust (RET), apoya con unos 80.000 dólares a unos 130 jóvenes y niños ecuatorianos y colombianos en situación de vulnerabilidad a los que se entregan útiles escolares y uniformes.

Además, en Puerto El Carmen, en la zona fronteriza, 40 jóvenes colombianos o hijos de refugiados de ese país reciben becas.

"En la frontera, en el río Putumayo-San Miguel, el único colegio que existe es el San Miguel, que tiene un internado", explicó a Efe la jefa de oficina de Acnur en Sucumbíos, Reem Al Salem, quien dijo que sin ese apoyo financiero, algunos jóvenes no hubiesen podido avanzar en su escolaridad.

Además de asuntos de educación, RET da apoyo psico-social, trabaja en habilidades e iniciativas juveniles, que también facilitan la integración, y en emprendimientos para que las familias puedan sustentar gastos posteriores de educación.

Al Salem cree que con esas actividades se puede "enganchar" a los jóvenes para usar su tiempo "de manera productiva" pues, tanto en Lago Agrio como en la frontera, "existen muchos riesgos" y se puede "caer fácilmente" como víctimas de redes criminales o de "actividades ilícitas".

Diana, que no tiene contacto con ninguno de sus familiares en Colombia, quiere permanecer en Ecuador, donde el Estado le da educación y atención médica y donde, sin imaginárselo, se sumó a la "reconciliación" de la que en 2012 hablaba el presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso.

"El premio Nobel de la Paz es sinónimo de reconciliación en todo el mundo. El dinero del premio -dijo entonces- debe beneficiar a la primera esperanza para el futuro, que también es la primera víctima de los conflictos presentes y pasados: los niños". Como los de Diana. EFE

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