Eyjafjalla impone su ritmo a Europa

  • De una sola bocanada, el volcán islandés detiene el tiempo en Europa y se suma al movimiento slow people.
Mejora la situación en Islandia por el volcán
Mejora la situación en Islandia por el volcán
Sara Acosta

Ajeno al ruido de las quejas, de las esperas en los aeropuertos, de las agendas de altos vuelos frustradas, del coste millonario para las aerolíneas, Eyjafjalla exhala tranquilo el humo de su pipa. El volcán de nombre vikingo y de gesto de jefe indio, ha puesto en jaque de una sola bocanada la organización del tiempo moderno y sus logros tecnológicos y económicos.

Ignora que se ha convertido sin saberlo en un miembro más de la comunidad slow people que gana adeptos en todo el mundo. Esa que quiere frenar el vertiginoso reloj que impone la globalización. Que quiere vivir más acorde con el ritmo de los humanos, que viaja más despacio, se alimenta más sano y concede más tiempo en la vida urbana.

"¿Por qué, aquí y ahora, hablar de lentitud? Porque estamos perdiendo el alma, que se mueve despacio, sumergidos en unas sociedades en las que la prisa –por producir, por consumir, por ir de un lado a otro-nos va llevando a la destrucción de nuestro hábitat natural, a graves problemas ecológicos (…) y a auténticas enfermedades sociales de estrés y desazón", escribe en su último libro 'Despacio despacio' María Novo, doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación y presidenta de la organización Slow People, creada en 2007.

Eyjafjalla recuerda que ir más lento también es recuperar el sentido de la realidad a escala humana frente a una sociedad de valores virtuales, incluidos burbujas inmobiliarias, ingenierías financieras y relaciones sociales cada vez más supeditadas a Internet.

Además del humo que impide los trayectos en avión en Europa desde hace casi una semana, el volcán Eyjafjalla está lanzando a la comunidad internacional un poderoso mensaje. La fuerza de la Tierra siempre será más poderosa que la Bolsa, que ha hecho caer estos días y que la industria aeronáutica, a la que ha empujado a pérdidas millonarias.

De ella depende incluso la recuperación económica del Viejo Continente, como han reconocido los expertos. Adaptarse a su ritmo equivale a no construir allí donde el agua no lo permite, evitando inundaciones como las que ha vivido Francia, España o Madeira. Equivale, en definitiva, a poner los pies en la tierra.

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