Familias de 242 muertos en incendio en Brasil aún intentan superar la pérdida

  • Los restos de la discoteca Kiss, destruida por el incendio del que se cumple mañana un año y que provocó la muerte de 242 jóvenes en la ciudad brasileña de Santa María, aún impresionan a quien pasa por el lugar, mientras las familias y los supervivientes luchan por superar la tragedia.

Luisa Dalcin

Santa María (Brasil), 26 ene.- Los restos de la discoteca Kiss, destruida por el incendio del que se cumple mañana un año y que provocó la muerte de 242 jóvenes en la ciudad brasileña de Santa María, aún impresionan a quien pasa por el lugar, mientras las familias y los supervivientes luchan por superar la tragedia.

Las fotos de las víctimas y las flores colgadas en la tapia de madera que protege la entrada de la discoteca recuerdan lo ocurrido el 27 de enero de 2013.

El desastre tuvo lugar en una fiesta universitaria cuando un músico encendió una bengala que, al tocar el techo, provocó el fuego y generó un gas tóxico que causó la mayoría de las muertes.

La tragedia continúa con las 239 familias que perdieron al menos un miembro en el incendio con más muertos en los últimos cincuenta años en Brasil y que conmocionó a todo el país, especialmente a esta pequeña ciudad serrana del interior del Río Grande do Sur, estado del sur del país fronterizo con Argentina.

Un año después, supervivientes y familiares de las víctimas intentan de diferentes formas superar el dolor.

Es el caso de Mauren Sarturi, de 47 años, que desde hace seis meses trabaja como voluntaria en el Centro de Convivencia Turma do Ique, un espacio destinado a la recreación de niños y adolescentes con cáncer internados en el Hospital Universitario de Santa María.

"Aquí renuevo mi fuerza diariamente. Sin este trabajo no sobreviviría. El tratamiento es doloroso y largo, y los niños te miran con unas ganas de vivir que te contagian", asegura Mauren en unas declaraciones a Efe, al tiempo que muestra en las manos aún temblorosas el anillo que pertenecía a su única hija, Érica, de 22 años, y una de las víctimas del incendio.

"Hoy entro en el cuarto de mi hija y está vacío. El olor de sus ropas está desapareciendo. Una vez leí que, cuanto mayor el dolor, mayor la carga de trabajo. Y es eso", agrega.

El día en que aceptó hablar sobre su lucha para intentar superar la pérdida de su hija, Mauren escuchó música en el trayecto. "Fue la primera vez que encendí el radio del carro en 12 meses. Aún no leo los periódicos. Comencé a ver televisión sólo el mes pasado", relata.

La abogada Patricia Carvalho, de 36 años, tuvo poco tiempo para lamentar la pérdida de su esposo, Joao Aloisio Treulieb, de 29 años y que era el jefe del bar de la discoteca Kiss, ya que sólo dos meses después del incendio nació Joana, la hija de ambos.

En un ambiente de trabajo impersonal, sin nada en las paredes, ni fotos o adornos, Patricia habla con la voz firme de quien tomó la red de su propia vida mientras se enfrentaba al mar revuelto.

"Tras la tragedia era complicado hasta salir de casa. Perdí la privacidad. Los periodistas telefoneaban todo el tiempo", describe. "Había hasta personas acampadas en un parque próximo", agrega.

Dividida entre la maternidad y la carrera, Patricia tuvo que reservar un día al mes para cuidar sus heridas. "La protección (de la familia) me sofocaba y no conseguí procesar el luto. Entonces escogí el día 27 para llorar, ir al cementerio y permitirme sentir el dolor", explica.

Otro gran amigo de Joao y Patricia, el psicólogo Luismar da Rosa Model, de 26 años, es uno de los supervivientes del incendio de la discoteca, en cuyo bar también trabajaba.

Desde el sofá de su casa en Santa María en uno de los intervalos de sus estudios, Luismar cuenta cómo su vida cambió después de la tragedia tras haberse negado a hablar con la prensa durante un año.

"Los colegas que sobrevivieron estaban con temor de salir a la calle. Algunos familiares (de las víctimas) mezclaban las cosas y parecía que todos los que trabajábamos en la discoteca éramos cómplices de aquello, como si tuviésemos alguna culpa", afirma.

Tras permanecer en la discoteca el día del incendio a la espera de noticias pese a haber inhalado los gases tóxicos, no acudió al hospital hasta el día siguiente. "Me senté en la sala de espera al lado de un joven. Él fue bajando la cabeza y cuando me di cuenta estaba muerto. Me desesperé porque pensé que también moriría", relata.

Fue dado de alta cinco días después pero no consiguió olvidar la tragedia. "La ciudad era otra. Todo era negro. En los dos primeros meses me bañaba con la puerta del baño abierta y dormía con las luces encendidas", agrega.

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