Francisco de Goya se cuela de rondón en la Semana Santa de Valladolid

  • Sin previo aviso, como las riadas que estos días anegan los pueblos de la Castilla ribereña, Francisco de Goya ha emergido como protagonista inopinado en la Semana Santa de Valladolid, eso sí con permiso de los imagineros Gregorio Fernández y Juan de Juni que aquí son eminencia y tienen trato de usía.

Roberto Jiménez

Valladolid, 30 mar.- Sin previo aviso, como las riadas que estos días anegan los pueblos de la Castilla ribereña, Francisco de Goya ha emergido como protagonista inopinado en la Semana Santa de Valladolid, eso sí con permiso de los imagineros Gregorio Fernández y Juan de Juni que aquí son eminencia y tienen trato de usía.

Uno de los últimos actos de esta lluviosa Semana Santa en la capital del desbordado Pisuerga ha sido, esta tarde, el traslado o devolución oficial a las monjas cistercienses de San Joaquín y Santa Ana, en forma de procesión, del sobrecogedor y naturalizado yacente (Gregorio Fernández, 1634) por pare de la cofradía del Santo Entierro, que lo tiene como titular.

Las monjas, bernardas recoletas, lo han recogido y depositado junto al altar de la iglesia de su Real Convento, un templo que durante estos días ha sorprendido a numerosos turistas que, frustrados por las numerosas suspensiones de procesiones debido a la lluvia, han optado por contemplar tallas y pasos en el interior de las iglesias penitenciales.

En busca del yacente de Gregorio Fernández, de un sobrecogedor realismo -con ojos de cristal, cuero en las llagas y postizos de asta de toro en uñas y dientes-, el visitante se ha topado con tres lienzos de Goya y otros tantos de su cuñado Ramón Bayeu, fechados a finales del siglo XVIII.

"Santa Ludgarda", "La muerte de San José" y "Los Santos Bernardo y Roberto" son tres cuadros de temática religiosa más propios de Zurbarán, por su finura y espiritualidad, que del propio Goya, y suelen sorprender al viajero en una ciudad, como Valladolid, más vinculada a la escultura que a la pintura y supuestamente alejada de la órbita del genial aragonés.

Este monasterio, emplazado en una recoleta plaza del centro histórico de Valladolid, no lejos de la Plaza Mayor, pudo conservar sus prerrogativas y mantener su impresionante tesoro artístico a pesar de las desamortizaciones eclesiásticas del siglo XIX, por su acogimiento a la Casa Real, cuyas armas borbónicas lucen en el tímpano del frontón que corona la neoclásica fachada principal.

Entre dos luces, pasadas las ocho de la tarde, el sonido de una matraca ha prevenido a los cientos de personas que han esperado la salida del yacente.

El portalón del convento se ha deshojado para dar paso a la planta procesional, a los hermanos del Santo Entierro, con su peculiar túnica y capirotes de terciopelo negro, y una larga cola que araña el pavimento para extraer un sonido característico que acentúa el dramatismo del cortejo.

El yacente, con el último asomo de vida en un rostro y cuerpo contraídos antes de expirar, ha sido portado en hombros por los hermanos al compás que marcaba el fúnebre redoble de los cofrades y que han seguido, entre otros, el alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, y el presidente de Renault-España, José Vicente de los Mozos.

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