La labor de un hospicio católico en el corazón de la islámica Pakistán

  • Rawalpindi (Pakistán).- Con la ilusión intacta y la sabiduría que aportan las ya muchas décadas de experiencia en Pakistán, una monja española sigue comprometida en ayudar a los más necesitados con su labor en un hospicio católico situado en el corazón de la república islámica.

La labor de un hospicio católico en el corazón de la islámica Pakistán
La labor de un hospicio católico en el corazón de la islámica Pakistán

Rawalpindi (Pakistán).- Con la ilusión intacta y la sabiduría que aportan las ya muchas décadas de experiencia en Pakistán, una monja española sigue comprometida en ayudar a los más necesitados con su labor en un hospicio católico situado en el corazón de la república islámica.

A pocos kilómetros de la capital paquistaní, en la bulliciosa ciudad de Rawalpindi, se levanta San José, un centro abierto en 1964 por un misionero irlandés en el que medio centenar de personas, adultos y menores, encuentran cobijo y cuidado diario y otros acuden a él como pacientes.

Ciegos, paralíticos, enfermos de raquitismo y artritis o niños huérfanos, a todos les une una vida llena de dificultades que intentan hacer más llevadera un puñado de voluntarios y unos cuantos empleados a cargo de las hermanas de la congregación franciscana misioneras de María, entre quienes se encuentra la navarra Pilar Ulibarrena (Olite, 1934).

Expulsada de Birmania, Pilar recaló siendo muy joven en Pakistán, a finales de la década de 1960, alternó estancias en Rawalpindi y en un pueblo de las afueras de la ciudad de Lahore (este), y después regresó por un tiempo a España para atender a sus padres, pero la vida le devolvió al Hospicio de San José una vez éstos fallecieron.

"Ya tenía muchos vínculos aquí, la vida es muy distinta. Ahora cuando estoy en España me siento como pez fuera del agua", explica con una sonrisa, durante una conversación en la que su español se intercala inocentemente con palabras en urdu e inglés.

La hermana guía a Efe por las instalaciones del hospicio, en el que "no falta de nada", según dice: tienen desde un pavo real y ocas hasta un piano, pasando por ordenadores o columpios y otros bienes algo más necesarios en un centro que se mantiene en pie gracias exclusivamente a las donaciones.

"Cada uno entiende las necesidades de una manera distinta. Hay a quien le gustan los animales y quiere que tú los tengas para que les dé alegría a los enfermos o el que toca el piano y nos lo regala porque ya no puede hacerlo más. Otro nos da ordenadores que se han quedado viejos y, quién sabe, quizás el día de mañana (los enfermos) puedan ganarse la vida con ellos", relata.

Hombres y mujeres de todas las edades, musulmanes y cristianos, dispuestos en cuartos separados, dormitan en las camas, hacen punto, se entretienen con la televisión mientras son atendidos por el personal del hospicio, que trabaja por turnos las 24 horas del día, pues muchos de los internos requieren cuidados intensivos.

"Son vidas muy limitadas", se lamenta Pilar, al tiempo que rescata historias trágicas como la de una mujer que se cayó en un pozo y estuvo atrapada durante muchas horas, un chico que fue víctima de un atentado terrorista o una niña a quien alcanzó una bala perdida en una boda.

A escasa distancia de las habitaciones de los adultos, una docena de menores cantan, ríen y bailan en la planta superior del centro, en un cuarto lleno de luz y de colores y su alegría corrobora que el ejemplo de Pilar y sus compañeras es muy necesario.

Como Pilar, la monja guipuzcoana Juana González hizo de Pakistán su hogar y de la atención a huérfanos y pobres su misión en la vida.

Con 92 años, la hermana Juana forma parte del Convento de Santa Catarina de Rawalpindi.

"Si no me hubiera gustado Pakistán no me habría quedado tanto", dice a Efe pizpireta, con la tranquilidad de haber visto ya de todo en un país que nació a su llegada.

La nonagenaria monja ha vivido en el sur de Asia desde 1947, año en que tuvo lugar la partición del subcontinente. Pasó sus primeros cinco años en la India y luego todo el resto de su vida en Pakistán, entre la provincia de Sindh (sureste) y el convento de Rawalpindi.

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