La penitencia de unos treinta "empalaos" vuelve a las calles de Valverde Vera

  • Valverde de la Vera (Cáceres).- Penitencia, fervor y conmoción vuelven a unirse esta madrugada, del Jueves al Viernes Santo, en Valverde de la Vera (Cáceres) durante el recorrido que alrededor de 30 "empalaos" realizarán ante miles de turistas por las catorce estaciones del Vía Crucis.

La penitencia de unos treinta "empalaos" vuelve a las calles de Valverde Vera
La penitencia de unos treinta "empalaos" vuelve a las calles de Valverde Vera

Valverde de la Vera (Cáceres).- Penitencia, fervor y conmoción vuelven a unirse esta madrugada, del Jueves al Viernes Santo, en Valverde de la Vera (Cáceres) durante el recorrido que alrededor de 30 "empalaos" realizarán ante miles de turistas por las catorce estaciones del Vía Crucis.

Los empalaos conforman un ritual y una impresionante muestra de devoción que anualmente se convierte en la mayor expresión cultural de este municipio cacereño.

Todo es anónimo en este rito secular que permanece sin apenas cambios desde sus orígenes en el siglo XVI y que está declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional, pese a no ser en sí un espectáculo, pues la soledad y el callado sacrificio del penitente no provoca aplausos sino silencio, conmoción y, en muchas ocasiones, lágrimas.

Los empalaos carecen de rostro y de nombre, no son santos ni héroes ni fanáticos que buscan el aplauso sino cualquiera que haya realizado una promesa con intención de cumplirla, según ha explicado a Efe el presidente de la Cofradía de la Pasión de Jesucristo y Hermanos Empalaos, Jesús Patón.

Patón ha indicado que este año serán alrededor de 30 ó 35 los empalaos que recorran las calles de Valverde y ha apuntado que no se trata solo de vecinos del pueblo, sino de penitentes llegados desde otras comunidades autónomas.

Los penitentes son siempre varones que, antes de la medianoche del Jueves Santo, se recogen en la intimidad de su casa, donde sus familiares les "empalan", comenzando por vestirles con unas enaguas antiguas de mujer ceñidas a la cintura que les sobrepasan las rodillas.

Posteriormente, se les cubre el torso desnudo con una soga de esparto que da vueltas alrededor del cuerpo cubriendo pecho y espalda con diez vueltas en una operación sumamente delicada, pues si la cuerda queda muy floja, su roce convierte al cuerpo en una llaga por el movimiento de los músculos, y si se ciñe demasiado se corta la respiración.

Cuando la soga alcanza la parte alta del tronco, a la altura de los brazos, se coloca sobre los hombros un timón de madera del arado romano de dos metros de largo y doce centímetros de diámetro, sobre el que el empalao extiende en forma de cruz sus brazos y manos, que también son cubiertos con la soga.

Al final de cada extremo de la cruz, se colocan unas largas puntillas blancas y tres abrazaderas metálicas o vilortas del arado, que al chocar entre sí provocan un sonido que aporta a la escena sensaciones de repique de difuntos, al tiempo que avisa del paso por las calles de la población del empalao, cuyo rostro y cabeza permanecen cubiertos con un velo blanco para mantener el anonimato.

Finalmente, se colocan dos espadas en forma de aspa sobre la espalda del penitente, cuyas puntas sobresalen por encima de la cabeza, donde lleva una corona de espinas.

Al empalao le acompañan en su penitencia el cirineo que, cubierto con una capa antigua o una manta, le da luz con un farolillo y que, en caso de caídas, le ayuda a incorporarse para que siga adelante en su recorrido hacia el Calvario, en el que se arrodilla para rezar una oración ante todas y cada una de las estaciones.

Si en su camino se cruza con otro penitente o una mujer vestida de Nazareno, ambos detienen su lento caminar y se arrodillan uno frente a otro para rezar una oración.

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