Los pueblos árabes plantan cara a las dictaduras en su primavera de protestas

  • Una ola de protestas populares está barriendo el Norte de África y Oriente Medio en la denominada Primavera Árabe, una rebelión civil contra las dictaduras que está cambiando el mapa político de la región.

Susana Samhan

El Cairo, 7 dic.- Una ola de protestas populares está barriendo el Norte de África y Oriente Medio en la denominada Primavera Árabe, una rebelión civil contra las dictaduras que está cambiando el mapa político de la región.

El acto de desesperación de un joven vendedor ambulante, Mohamed Buazizi, que se inmoló después de que la policía le confiscara su carro de frutas y verduras, fue la mecha que el 17 de diciembre de 2010 prendió fuego en Túnez y luego se propagó a otros países de la región.

Buazizi se convirtió en el símbolo para los pueblos árabes humillados durante décadas por regímenes dictatoriales y que se decidieron a recuperar la dignidad.

Al levantamiento en Túnez le siguieron protestas en Egipto, Jordania, Yemen, Baréin, Libia, Siria, e incluso en el ultraconservador reino de Arabia Saudí, entre otros países.

Millones de personas desde el mar Mediterráneo hasta el golfo Pérsico salieron a las calles de las principales ciudades árabes para gritar los que se han convertido en los eslóganes de cabecera de las rebeliones: "Vete, vete", dirigido al dictador de turno, y "El pueblo quiere la caída del régimen".

Y todo ello transmitido en directo a los hogares árabes por la cadena de televisión catarí Al Yazira, que ha apostado por la denominada Primavera Árabe, aunque comenzó en invierno, ya que el calor abrasador en algunos de estos países no casaría bien con las protestas bajo el implacable sol del verano.

Fugaz fue la Revolución del 25 de Enero en Egipto que, siguiendo la estela de Túnez, consiguió en dieciocho días acabar con tres décadas de mandato del último "faraón", el presidente Hosni Mubarak, en una rebelión que dejó también casi un millar de "mártires".

Frente al triunfo de los levantamientos en Túnez, Egipto y más recientemente en Libia, que culminaron con el derrocamiento de los regímenes de Zine el Abidine ben Ali, Mubarak y Muamar el Gadafi, Siria, potencia regional, abrió la caja de los truenos en marzo pasado con una rebelión que la mantiene al borde de la guerra civil.

A diferencia de su homólogo egipcio caído en desgracia, el presidente sirio, Bachar al Asad, cuenta con el apoyo del Ejército para aplastar una revuelta con más de 4.000 víctimas, que está siendo narrada por los activistas de la oposición debido al férreo control que el régimen ejerce sobre los periodistas.

Mientras Siria se asoma al abismo, Yemen, el país más pobre de la península Arábiga, comienza a dar los primeros pasos hacia una salida a la crisis en la que se halla inmerso desde el 27 de enero, cuando comenzaron las protestas.

Con un movimiento secesionista y la presencia de Al Qaeda en el sur, una rebelión chií en el norte y las manifestaciones prodemocracia, este país parecía abocado a resquebrajarse en un conflicto civil entre la oposición y los partidarios del régimen hasta que un atentado cambio el rumbo de los acontecimientos.

Tras negarse en varias ocasiones a firmar un plan para un traspaso pacífico del poder propuesto por los países del golfo Pérsico, el presidente Alí Abdalá Saleh resultó herido grave en un atentado en Saná en junio pasado, que lo llevó a estar varios meses convaleciente en Riad.

A su regreso en septiembre, Saleh anunció que firmaría la iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo, que al final suscribió en noviembre.

El plan estipula que el traspaso de poder al vicepresidente, Abdel Rabu Mansur Hadi, durante un proceso transitorio y la celebración de comicios generales el próximo mes de febrero de 2012.

Pero los regímenes presidenciales no han sido los únicos que se han enfrentado a las demandas de los ciudadanos, sino también monarquías como las de Baréin, Jordania, Omán o Arabia Saudí.

La que se ha encontrado con una mayor contestación popular es la de Baréin, un pequeño reino situado en el golfo Pérsico, donde una minoría suní gobierna a una mayoría chií, que supone el 70 por ciento de la población, y donde decenas de personas han muerto por la represión policial.

Esas monarquías han optado por la vía de las reformas políticas para aplacar las protestas, lo que ha supuesto la caída de dos Gobiernos en Jordania, desde enero pasado; mayores prerrogativas al Consejo de Omán (Parlamento) o que las mujeres puedan votar en las próximas elecciones en Arabia Saudí.

Entretanto, una nueva etapa se abre en el Norte de África, donde tras los comicios en Túnez y en Marruecos, y con el proceso electoral en marcha en Egipto, los islamistas se están perfilando en la escena política como gobernantes, después de años de persecución e incluso prohibición.

Lo que ellos mismos denominan "despertar islámico" puede suponer un vuelco en los complicados equilibrios en la región, donde en casos como el de Egipto, cuna del islam político, los ciudadanos, empobrecidos por décadas de corrupción, están mirando en las urnas a la religión como solución en esta nueva era llena de retos.

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