Nada recuerda tanto el paso de Jesús por Vía Dolorosa como un empalao verato

  • "He visto pocas cosas en mi vida que recuerden tanto el paso de Jesús por la empinada Vía Dolorosa como un 'empalao' de Valverde", asegura, aún con lágrimas en los ojos, Isabel Velasco.

Eduardo Palomo

Valverde de la Vera (Cáceres), 18 abr.- "He visto pocas cosas en mi vida que recuerden tanto el paso de Jesús por la empinada Vía Dolorosa como un 'empalao' de Valverde", asegura, aún con lágrimas en los ojos, Isabel Velasco.

Isabel es de Valladolid y desde hace diez años acude a la localidad cacereña de Valverde de la Vera cada madrugada de Jueves a Viernes Santo, para ser testigo directo del caminar lento y sacrificado del vía crucis de los "empalaos".

Nunca se sabe a ciencia cierta cuántos empalaos realizan su penitencia cada año -hoy han salido a las calles empedradas de Valverde entre 25 y 30- ya que todo es anónimo y todo está vedado en este rito secular que permanece sin apenas cambios desde sus orígenes en el siglo XVI.

El vía crucis de los empalaos veratos está declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional, pese a no ser en sí un espectáculo, pues la soledad y el callado sacrificio del penitente no provoca aplausos sino silencio, conmoción y, en muchas ocasiones, incluso lágrimas.

Los empalaos carecen de rostro y de nombre, no son santos ni héroes, tampoco fanáticos que buscan el aplauso fácil sino cualquiera que haya realizado una promesa -la mandá- con intención de cumplirla.

Y es que a nadie, o a casi nadie, le importa saber los nombres de las personas que se "empalan", ni de dónde vienen, ni las verdaderas razones que le llevan a soportar tal sufrimiento. El anonimato de la penitencia es impresionante, y eso quizás es lo que más sobrecoge de esta espectacular representación religiosa.

Los empalaos son siempre varones que, en las últimas horas del Jueves Santo, se recogen en la intimidad de su casa, donde sus familiares les empalan, comenzando por vestirles con unas enaguas antiguas de mujer ceñidas a la cintura que les sobrepasan las rodillas.

Posteriormente, se les cubre el torso desnudo con una soga de esparto que da vueltas alrededor del cuerpo cubriendo pecho y espalda con diez vueltas en una operación sumamente delicada, pues si la cuerda queda muy floja, su roce convierte al cuerpo en una llaga por el movimiento de los músculos, y si se ciñe demasiado se corta la respiración.

En esta intrincada operación siempre participan varios vecinos expertos que acumulan cientos de horas vistiendo empalaos. "Su participación es esencial porque la soga puede hacer mucho daño", destaca Jesús Patón, presidente de la Cofradía de la Pasión de Jesucristo y Hermanos Empalaos de Valverde de la Vera.

Como empalao que fue, Patón asegura que aunque a primera vista puede parecer hasta peligroso, de hecho nunca ha existido problema alguno con la soga. "No se puede negar que es muy duro y que puede haber heridas, pero de ahí no pasa", ha aseverado.

Cuando la soga alcanza la parte alta del tronco, a la altura de los brazos, se coloca sobre los hombros un timón de madera del arado romano de dos metros de largo y doce centímetros de diámetro, sobre el que el empalao extiende en forma de cruz sus brazos y manos, que también son cubiertos con la soga.

Al final de cada extremo de la cruz, se colocan unas largas puntillas blancas y tres abrazaderas metálicas o vilortas del arado, que al chocar entre sí provocan un sonido que aporta a la escena sensaciones de repique de difuntos, al tiempo que avisa del paso por las calles de la población del empalao, cuyo rostro y cabeza permanecen cubiertos con un velo blanco para mantener el anonimato.

Finalmente, se colocan dos espadas en forma de aspa sobre la espalda del penitente, cuyas puntas sobresalen por encima de la cabeza, donde lleva una corona de espinas.

Al empalao le acompañan en su penitencia el cirineo que, cubierto con una capa antigua o una manta, le da luz con un farolillo y que, en caso de caídas, le ayuda a incorporarse para que siga adelante en su recorrido hacia el Calvario, en el que se arrodilla para rezar una oración ante todas y cada una de las estaciones.

Si en su camino se cruza con otro penitente o una mujer vestida de Nazareno, ambos detienen su lento caminar y se arrodillan uno frente a otro para rezar una oración.

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