Veinte años de Karamay, la catástrofe donde los niños fueron los últimos

  • "Las mujeres y los niños primero" es la habitual consigna de evacuación en caso de accidente, pero en el dramático incendio del teatro de Karamay, del que se cumplen hoy 20 años de forzado olvido, no fueron ellos sino los políticos locales los que se salvaron, mientras 288 menores perecían entre las llamas.

Antonio Broto

Pekín, 8 dic.- "Las mujeres y los niños primero" es la habitual consigna de evacuación en caso de accidente, pero en el dramático incendio del teatro de Karamay, del que se cumplen hoy 20 años de forzado olvido, no fueron ellos sino los políticos locales los que se salvaron, mientras 288 menores perecían entre las llamas.

Aquel 8 de diciembre de 1994, fallecían 325 personas, en su mayoría niños de entre seis y 14 años, en el incendio del Teatro de la Amistad de Karamay, una ciudad de la región noroccidental china de Xinjiang donde muchos padres de las víctimas aún recuerdan con dolor un siniestro rodeado de injusticias.

El suceso, por el que la propaganda china pasó de puntillas y que hoy forma parte de la larga lista de tabúes de la reciente historia nacional, junto a la Revolución Cultural o la Matanza de Tiananmen, simbolizó como pocos la mala respuesta del régimen ante los desastres, su obsesión por ocultarlos o el maltrato a las víctimas.

Los niños, elegidos por tener las mejores notas de sus colegios, se encontraban en el teatro, unos como público y otros como actores, en una función especialmente organizada para las autoridades locales de Karamay, localidad construida en 1958 tras el hallazgo en las cercanías de un enorme yacimiento de petróleo.

"Cuando el fuego comenzó, los profesores dijeron a los niños que se sentaran y dejaran salir primero a los líderes", cuentan los padres de una de las víctimas en el documental "Karamay", un valiente y descarnado relato sobre las secuelas del suceso realizado en 2010 por el cineasta independiente Xu Xin.

Algunos testigos relataron además que cuando aparecieron las primeras llamas en bambalinas alguien dio la orden de bajar el telón, para que el público no viera el incendio.

Las puertas del recinto, construido en la década de 1950 por los soviéticos durante los años de hermanamiento entre el maoísmo y el estalinismo, estaban todas cerradas, algunas con candado, y las ventanas tenían barrotes a raíz de una renovación hecha poco antes del desastre.

El edificio, según decían muchos habitantes de Karamay ya antes del desastre, aparentaba ser una "prisión" que en caso de accidente sería mortal.

Y así fue: gran parte de los niños murieron asfixiados por el humo y otros aplastados por las estampidas de pánico, suerte que corrieron también muchos de sus profesores.

Mientras, los líderes locales, entre ellos los jefes de las petroleras que controlaban la ciudad, salían prácticamente ilesos.

"Desde aquel incendio cambiamos la forma de enseñar a nuestros hijos: antes les decíamos que hicieran caso a sus maestros, ahora ya no", cuentan en el documental los padres de Zhao Wei, una niña de 15 años que murió en el incendio de Karamay, junto a su tumba.

Si malas fueron las circunstancias del incendio, peor se gestionaron los días siguientes, en una larga sucesión de negligencias e intentos de ocultación sobre los que nunca ha habido una investigación a fondo, mientras los padres de los niños fallecidos eran tratados como una molestia.

En el documental, grabado casi en la clandestinidad, los padres cuentan cómo les impedían ver en las primeras horas a sus niños (una madre se tuvo que camuflar en un camión de cadáveres para poder entrar en el tanatorio) o cómo se dejó sin teléfono a Karamay durante 24 horas, para que nadie hablara con la prensa.

Al día siguiente del suceso se ordenó a los padres de los niños fallecidos que llevaran los cadáveres a sus unidades de trabajo, para que así no todos los cuerpos estuvieran juntos en el mismo lugar y ocultar en cierta medida el alcance del suceso.

"Nombraron a nuestros hijos 'mártires' para hacernos callar", recuerda uno de los padres, y afirma con amargura que "todo fue una de las muchas mentiras del Partido", ya que en China el título de mártir otorga a sus familiares pensiones y beneficios sociales que nunca tuvieron.

Los padres se manifestaron, viajaron a Pekín como peticionarios (en la capital fueron metidos por la fuerza en un autobús y llevados de vuelta a Karamay) pero se desoyeron sus quejas y pasaron a formar parte del gran colectivo de agraviados "incómodos" para el régimen.

El caso se cerró con cuatro condenas de menos de cinco años de prisión a responsables locales, entre ellos el funcionario de más cargo que había dentro del teatro durante el incendio, Fang Tianlu, presidente de la petrolera de Karamay.

Unas condenas que supieron a poco a los padres de los 288 niños que fallecieron, y que hoy irán como cada año al cementerio local de Xiaoxihu para hacer ofrendas a sus hijos.

En el documental de Xu Xin, de seis horas de duración, los padres hablan con amargura pero sueñan con que algún día se admitirá la negligencia y la mala fe que rodearon al suceso:

"Aún esperamos que el gobierno reconozca que no fue justo y que lo veamos antes de morir, así nuestros hijos de verdad descansarán en paz".

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