El martes a las 3 de la madrugada, Rafa Nadal terminaba la final del último Grand Slam de la temporada, el US Open, después de una batalla impresionante ante Novak Djokovic de casi cuatro horas de duración. Apenas 80 horas más tarde, y después de coger un avión y superar el jet-lag correspondiente, el número uno español salía a la plaza de toros de Córdoba para defender los colores de España.
"No haría el esfuerzo si no fuera porque voy a defender los colores de mi país". Lo dijo el manacorí nada más terminar el Abierto de Estados Unidos y no mentía. Dos semanas de durísimo tenis en Flushing Meadows habían pasado factura a su forma física, ya de por sí deteriorada. Sin embargo, se plantó en Plaza de los Califas y se comportó como toda la afición esperaba: como un torero.
Nadal rompió el saque de su rival nada más comenzar, como a él le gusta, y después de siete juegos más o menos equilibrados, destrozó a Richard Gasquet con once juegos consecutivos que no dejaban lugar a dudas: estaba jugando un súper hombre.
Rafa se adjudicó el partido, dio el primer punto a España y acercó la pelea por la Ensaladera. Pero que nadie se olvide que hace apenas tres días se dejó la piel en uan épica batalla contra Djokovic en Nueva York. Y lo hizo... por España.
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