Los adjetivos empiezan a acabarse para describir la capacidad anotadora de Lionel Messi. Que el rosarino marque dos o tres goles ya no es noticia; nos hemos acostumbrado a ver su nombre entre los goleadores de cada jornada. Con razón todos los años acaba entre los máximos goleadores de España y del mundo.
Esta temporada, claro, no iba a ser menos. El argentino lleva ya once once en ocho partidos repartidos en cinco dobletes ante Real Sociedad, Osasuna, Getafe, Real Madrid y un hat-trick: ante el Deportivo. En total son 14 los goles que ha marcado esta temporada.
Lo que diferencia los goles de Messi en Riazor de los otros de la temporada es la facilidad con los que los ha hecho. Tanto Deportivo como Barcelona parecían equipos de patio de colegio, con muy poca intensidad, sin presión y con poco rigor táctico. En ese contexto, Messi aprovechó los espacios y la inspirada noche de Cesc para agujerear la portería de Aranzubia.
El más complicado fue el primer gol. Cesc se la dejó de tacón y, desde fuera del área, tuvo que colocar el balón casi en la escuadra para evitar que el cancerbero deportivista pudiera parar el balón. El segundo tanto, fue mucho más simple: un corte por medio de la débil defensa del Deportivo le permitió plantarse ante Aranzubia. Fábregas le dio un sútil pase entre la multitud de piernas deportivistas y Messi sólo tuvo que colocar el balón en el segundo palo.
El tercero llegó cuando menos estaba haciendo el Barcelona. Jugando con diez, los de Vilanova se encomenadron al toque para aguantar. En esa tranquilidad del tiki-taka, apareció el Rosarino para convertir a los jugadores del Depor en obstáculos a los que regatear y zigzaguear. Ya en la frontal, chutó al palo largo, lejos de donde estaba el portero.
Así, tan fácil como suena, Messi sumó tres goles más, para un total del diez en Liga; para adelantar a Cristiano Ronaldo en la lucha por el pichichi, para obligar a Falcao a seguir marcando; para demostrar que no se olvida de marcar ni siendo padre.
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