Si hay una selección que todo el mundo sabe cómo va a jugar, pero a la que es casi imposible detener, es Estados Unidos. La amalgama de estrellas de la NBA tienen un estilo de juego muy americano: se apuesta por el juego sencillo, rápido y, sobre todo, físico. Los sistemas no imperan en un equipo en el que cualquiera es capaz de buscarse sus propios tiros.
Para los rivales, este estilo de juego puede ser un arma de doble filo, algo que Argentina comprobó a lo largo de los cuarenta minutos. El inicio del partido fue la clara muestra de que si los americanos están inspirados, pueden romper un partido en unos minutos. Apenas se llevaban jugados tres minutos y EEUU ya mandaba de 16 puntos (19-3).
Kobe y Durant estaban desbocados, aunque no les hacía falta forzar al límite para encontrar tiros por encima de sus defensores o para alcanzar el aro penetrando por el centro de la zona. Esa superioridad física también se hacía patente en la otra pista, donde la anárquica defensa americana presionaba la línea de pase y apenas permitía botar cómodo al hombre del balón.
La otra cara de la moneda
Tras un primer cuarto cerrado por el séptimo triple americano y un 31-16 en el marcador, cualquier podía pensar que el partido sería un paseo. Sin embargo, a partir del segundo periodo se empezó a ver la debilidad de un sistema tan simple. Y es que, cada vez más, los americanos empezaron a abusar del tiro rápido y con su par encima punteando el tiro.
El porcentaje en el acierto empezó a descender, algo que aprovechó Argentina para ponerse en zona. Del mismo modo, los sudamericanos empezaron a encontrar a sus hombres NBA en ataque para poder anotar. Ellos y los hombres altos, que pelearon y mucho por todos los rebotes, les permitieron reengancharse al partido al descanso: 47-40.
El tira y afloja
Como era de prever, la selección americana no se iba a conformar con sólo vencer a los argentinos. Querían ganar y de manera clara. Ese deseo no iba a hacer, por supuesto, que cambiaran su modo de jugar. Siguieron moviendo el balón para dividir la defensa albiceleste y buscar un tiro lejano o una entrada cómoda. A arreones los norteamericanos lograban abrir brechas en el luminoso de hasta casi veinte puntos.
Sin embargo, aún quedaba un protagonista por aparecer. Era un Manu Ginóbili que sabía que era el líder de su equipo. Tras una primera parte discreta, el zurdo de los Spurs sacó su muñeca a relucir para romper la defensa rival. Si le daban un metro la enchufaba desde el triple, si le encimaban, acababa yéndose hacia el aro y encontrando la bandeja.
Esa labor minimalista pero efectiva llevó a los argentinos a ponerse a siete puntos (78-71) a poco más de tres minutos para el final. Kryzewski pidió tiempo muerto para despertar a sus hombres. Las miles de personas que llenaron el Palau Sant Jordi empezaban a creer en el milagro argentino, aunque Durant y Paul se encargaron de frenar el entusiasmo de la gente con sendos triples (84-78).
Argentina perdona y se despide
Cuando más cerca estaba Argentina de la proeza, un par de fallos le condenaron a la derrota. Un balón perdido por Kamerichs, un error de Ginobili (magistral lección de baloncesto correspondida con una gran ovación) en una penetración y dos tiros libres fallados por Scola condenaron a una Argentina que, por momentos, también tuvo que luchar contra algunas polémicas decisiones arbitrales.
Más allá de lo que pitaran los colegiados, el que no iba a dejar que los argentinos remontaran era Lebron James. Él cogió la responsabilidad de anotar en la segunda parte de su equipo y, si en la primera parte se dedicó a asistir a sus compañeros, en la segunda buscó sus tiros y sus entradas a canastas. Entre él, Kobe y Durant acabaron con una Argentina que opuso resistencia, que va cada vez a más y que llegará a Londres al cien por cien.
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