El hombre de los récords

Michael Hopper, el capitán de rugby al que comparan con el conejo de Duracell

El deportista australiano juega contra Nueva Zelanda su partido internacional número 100 con tan solo 28 años tras decidir que la próxima temporada jugará en Japón para ganar más dinero y "como año sabático".

El capitán del equipo de rugby de Australia, Michael Hooper, en un partido celebrado en octubre de 2019.
El capitán del equipo de rugby de Australia, Michael Hooper, en un partido celebrado en octubre de 2019.
DPA vía Europa Press

Este mismo domingo, como ocurre siempre desde que Michael Hooper cumpliera 16 años, su madre Raeleen le habrá enviado un mensaje de ánimo antes del partido. En juego está la copa Bledisloe. El adversario Nueva Zelanda. Ahí es nada. Hooper es un deportista muy conocido en Australia y los aficionados al rugby le tienen en un pedestal. Nadie discute al capitán de los Wallabies, una selección que ha sido dos veces campeona del mundo. Los números le avalan. A los 28 años se acaba de convertir la semana pasada frente a los All Blacks en el jugador más joven en alcanzar el centenar de caps (internacionalidades). 

Ahora, en Auckland, ante el mismo rival, el capitán australiano habrá revisado una vez más con minuciosidad el listado de mensajes recibidos en su móvil. Su madre nunca le ha fallado. Tampoco lo habrá hecho en esta ocasión. Las citas que le escribe de Michael Jordan, el Dalai Lama, Winston Churchill o Mahatma Ghandi son su fuente de inspiración y ella lo sabe. Cuando llegó por primera vez a la selección, Raeleen dio por hecho de forma errónea que su ayuda motivacional había concluido. En realidad, fue más bien al contrario. El joven Michael, que acababa de cumplir la mayoría de edad, fue explícito: "Mantengamos siempre la misma rutina", le dijo. 

Su padre David, un emigrante inglés originario de Kent que llegó a Sydney en 1985, fue siempre más lacónico. Con un "buena suerte, campeón" empezaba y concluía la arenga a su hijo. Hoy sus padres no estarán en el campo. Las estrictas normas sanitarias se lo impiden. "Va a ser algo muy extraño no estar allí con nuestras gorras y camisetas de los Wallabies", se lamenta la madre. Hooper nació en 1991, justo el mismo año que Australia ganó por primera vez la Webb Ellis Cup. Su niñez la pasó en Calloroy, un suburbio a 22 kilómetros de Sydney en Nueva Gales del Sur, que toma su nombre de un antiguo vapor que encalló en una de sus playas a finales del siglo XIX.

Calloroy sólo es conocido, precisamente, por sus playas donde la gente practica el surf y, como no podía ser de otro modo, es el hobby favorito del capitán de los Wallabies después del rugby. Como cualquier otro chaval australiano Michael empezó durante su etapa escolar con lo del balón ovalado. Llevaba el rugby en su ADN. Con cuatro años su madre recuerda que viendo un partido junto a su abuela en televisión le prometió: "Nan, de mayor quiero ser un Wallaby". Antes de llegar a enfundarse la camiseta dorada sus padres no descuidaron jamás sus estudios. Apostaron por un colegio católico como el San Pío X y por la universidad de Macquarie. 

Sin embargo, fue la influencia paterna lo que impidió que se olvidara de un deporte que ni siquiera es el más practicado en Australia. El caso es que, antes de aterrizar en Australia, David había probado en Inglaterra el fútbol, la natación o el remo antes de decantarse por el rugby. 

En 2008 ya empezaba a despuntar. Y eso que jugaba en la delantera (ala abierto), un puesto en el que en la élite se va muy justito con 182 centímetros de estatura y apenas cien kilos de peso porque en frente hay tipos mucho mejor alimentados y muy difíciles de parar en carrera. Sus enormes facultades físicas eran la herramienta perfecta para no eludir el contacto y convertirse en un tercera línea capaz de hacerse omnipresente en todas las fases del juego abierto. 

Su primer reconocimiento a nivel deportivo se produjo ese mismo año cuando fue nombrado mejor jugador de los Aussie Schools. Un año más tarde, sin embargo, tuvo un contratiempo en forma de lesión. Un fuerte golpe en el hombro le impidió en su último año de escuela secundaria acudir a una gira por Europa con los mejores colegiales australianos. Ese revés le sirvió para empezar a forjar su carácter de luchador. En aquella época, las dos franquicias de rugby con más pedigrí de Australia como los Brumbies (Canberra) y los Warathas (Sydney) ya le tiraban los tejos.

Fue entonces cuando decidió abandonar el confort del hogar para cumplir un sueño: jugar con George Smith, otra leyenda del rugby australiano que ocupaba su mismo rol en el campo y que alcanzó las 111 caps en su carrera con los Wallabies. Sólo compartieron vestuario durante una temporada antes de que Smith se fuera a Europa para ver cómo engordaba su cuenta corriente. Hooper, que a los 18 años ya era titular en los Brumbies por la lesión de su ídolo, optó por seguir dos temporadas más en la capital de Australia antes de regresar a Sydney para lucir la camiseta azul celeste de los Warathas, equipo con el que ha llegado a jugar 150 partidos.

Después de años demostrando su valía en Australia, Hooper ha optado por hacer las maletas el año próximo y desplazarse a Japón. Allí la competición es bastante menos dura y la repercusión internacional a nivel deportivo es apenas imperceptible. De hecho, se lo ha tomado como un año sabático. ¿Entonces? Muy sencillo: el dinero. Los clubes nipones, esponsorizadas por empresas automovilísticas o tecnológicas, pueden poner sin problemas un talón en blanco delante de jugadores que nunca habían soñado con ver una nómina con tantos ceros. El poderoso yen, unido a la crisis que también ha provocado la Covid-19 en muchos países del hemisferio sur, ha provocado una especie de fuga de talentos en la isla más grande del planeta.

Esa fiereza que demuestra en el campo la deja aparcada cuando se viste de calle. Cualquier otro jugador de fama mundial hubiera anunciado su boda a los cuatro vientos. Él no. Los aficionados se tuvieron que enterar por los periódicos de que se había casado con Kate Howard, su novia de toda vida y una gran desconocida para la prensa rosa australiana, en una ceremonia privada celebrada cerca de su casa de Manly. Una actitud que dista mucho de la que tuvo su ex compañero de selección Quade Cooper en su pomposa boda con la que fue Miss Australia en 2008, Laura Dundovic

Su timidez le delata por las pocas entrevistas que concede. Parece que cobra dinero por cada palabra que pronuncia. Sus redes sociales tampoco están al día. En su cuenta oficial de Twitter tiene 318 seguidores y desde hace cuatro años no ha escrito un solo tuit. A nivel internacional se estrenó en su país contra Escocia. Fue el 7 de junio de 2012 en Newcastle. Lo hizo desde el banquillo para sustituir a su compañero David Pocock, que por aquel entonces era el capitán de los Wallabies. 

A partir de ahí llegó la titularidad, los halagos y los premios, aunque fuera el de "novato del año". La mala suerte en forma de lesiones de Pocock le dejó el terreno abonado para consolidarse. Lo jugó todo y, además, como titular. Esa trayectoria le llevó por primera vez a ser considerado en su país como "jugador del año". Ya en 2014 se hizo con el brazalete de capitán. El entonces seleccionador Ewen MacKenzie confiaba más para ejercer esa responsabilidad en veteranos como el talonador Stephen Moore o el segundo centro Adam Ashley-Cooper. 

Lo cierto es que, durante una gira por Francia, Moore se rompió cuando apenas llevaba cinco minutos en el campo y Hooper se convirtió a sus 22 años y 268 días en el 82º capitán de los wallabies. Fue el más joven en conseguirlo, a excepción del mítico Ken Catchpole, que lo logró en 1961 con 21 años y 354 días. Su actuación no pasó desapercibida por el comentarista de Foxsports que le bautizó como el "Energizer bunny del rugby mundial". En la cultura anglosajona, sobre todo de Estados Unidos o Australia, viene a significar que alguien tiene una resistencia ilimitada. Hasta un ex presidente norteamericano como George H. V. Bush se autodefinió como persona de enorme resistencia al hilo de la campaña de marketing que se conoció en España como el "conejo de Duracell". 

El mote fue que ni pintiparado porque esa temporada se enfundó la camiseta dorada en otros 14 partidos, en todos ellos como capitán. No fue hasta 2015 cuando se vio obligado a perderse su primera cita internacional. Llevaba 43 partidos seguidos con su selección. Era la forma más adecuada de dar lustre a su nuevo apodo. Todo iba viento en popa porque las lesiones le respetaban, pero en el horizonte estaba su gran meta: alzar ese año la Webb Ellis Cup en Inglaterra. Así conseguía devolver al XV de la rosa el duro palo que supuso en 2003 para los del hemisferio sur caer derrotados en su propia casa por un rival que ahora era su anfitrión gracias al, tal vez, drop más famoso de la historia logrado por Jonny Wilkinson

No lo tuvieron fácil. Pasaron limpios la primera fase ante equipos como Inglaterra, Gales o Fidji. Ganaron por los pelos a Escocia en cuartos y con más holgura a Argentina en semifinales. En la final le esperaba Nueva Zelanda. Hooper cumplía 50 caps y de paso rompía otro récord: llegar a jugar medio centenar de partidos internacionales en 3 años y 142 días. Nadie apostaba por los australianos, así que nadie ganó mucho dinero dando ganador a los All Blacks, que arrollaron a los Wallabies desde el principio del partido. El varapalo mundialista se repitió en Japón cuatro años después al caer en cuartos de final de forma estrepitosa contra Inglaterra (40-16). 

Sin solución de continuidad, la llegada de la Covid-19 motivó un parón obligado en su carrera. A punto de cumplir 29 años Hooper sabe que le queda poco en la élite así que se tomará un semestre sabático con la idea de volver a casa cuando se reanuden las competiciones con su selección. Es la excusa perfecta para ganar más dinero en el menor tiempo posible, aunque él mismo rebaja su interés económico porque dice que en su aventura sólo prima "el hecho de experimentar algo nuevo". Defenderá durante medio año la camiseta de los Toyota Verblitz. Allí coincidirá con otro viejo roquero y ex capitán de los All Blacks, Kieran Read, contra el que se ha enfrentado en multitud de ocasiones. 

La carrera deportiva de Hooper está jalonada de récords individuales pero carece de éxitos colectivos. Por ejemplo, en un partido disputado en 2017 frente a Gales en Cardiff anotó su decimoquinto ensayo. Adelantaba en la estadística de delanteros con más anotaciones tras posar el balón detrás de la línea a Jeremy Paul y Rocky Elsom. Un año más tarde, sus problemas en los isquiotibiales le obligaron a abandonar el campo frente a Argentina. Era la primera vez que se retiraba de un terreno por lesión. 

Estas hazañas deportivas le han convertido en candidato para ingresar en el prestigioso Hall of fame. Ahora mismo, su récord de ser el jugador más joven en llegar a las 100 caps está peligro. El galés George North, conocido en el mundo del rugby como Robocop, tiene 28 años recién cumplidos. En su hoja de méritos aparecen 98 caps y tiene varias citas con su selección los próximos meses. La Federación se ha portado siempre bien con Hooper y le ha dejado las puertas abiertas para regresar a la selección tras su semestre nipón. Tampoco tiene nada que reprochar a sus cuatro seleccionadores (Robbie Deans, Ewan McKenzie, Michael Cheika y el actual Dave Rennie) quienes jamás han pensado en dejarle fuera de una convocatoria salvo en caso de lesión. A él y otros veteranos le ha dado luz verde al año sabático para mitigar las rebajas sustanciales en sus salarios. Hay también quien ve en ese año sabático una oportunidad para que 'Energizer bunny' empiece a dar el relevo a la nueva generación de jóvenes talentos que vienen pisando fuerte como Harry Wilson, que debutó hace sólo siete días. Queda un año para averiguarlo.

Mostrar comentarios