Una mujer entre 300 hombres en una pelea de gallos de Filipinas

  • En un mundo reservado para hombres, dos aves se enfrentan cara a cara. Un combate de diez minutos, los perdedores acaban en la cazuela y los vencedores en el veterinario. Te contamos un día en la gallera de San José, Filipinas.

Era la única mujer entre 300 hombres, y medio centenar de gallos.

Cuando las monjas, con las que me hospedaba mientras colaboraba en tareas humanitarias de la Fundación Bonal en Filipinas, me invitaron a la fiestas del barangay (barrio) San José acepté por una sola razón: las peleas de gallos.

Conseguí colarme entre todos aquellos apostadores y criadores ganándome bastantes muecas de desprecio y alguna que otra sonrisa entre la simpatía y la curiosidad. En Filipinas, las peleas de gallos están reservadas para un solo tipo de público: los hombres.

'No dejes que lo toque, te dará mala suerte', le murmuró en tagalo un criador a otro mientras yo intentaba acariciar el plumaje fosforito de aquel enorme animal. Y como lo entendí, mi actitud a cinco minutos de la primera pelea se limitó a observar y preguntar.

El entrenamiento: huevos que viajan en avión

En Filipinas el capricho de la genética no ha querido ser muy generoso con sus gallos. Por eso, los criadores los importan directamente de países como México o EEUU, donde la envergadura de los animales es mucho mayor. Los huevos viajan en avión en unas cámaras térmicas especialmente habilitadas para ello.

Una vez en suelo filipino, comienza el proceso de la cría. La alimentación es uno de los factores esenciales, según los galleros. Desde que nace el polluelo, los criadores cuidan diariamente hasta el porcentaje de proteínas, según la época, que debe llevar su dieta.

La preparación dura hasta que el animal cumple un año. 20 días antes del combate, el menú de los animales se incrementa con un complemento vitamínico extra. Y sólo entonces, está preparado para la pelea.

El ejercicio físico también es constante durante el año y depende del tipo de pelea y armas a las que se vaya a enfrentar el gallo. Para pelea con navaja, como a la que yo asistí, los criadores ejercitan los músculos y la resistencia de los animales con adiestramientos cardiovasculares como carreras continuas.

Como durante la pelea también dependen de su vuelo para atacar, se incrementa su capacidad de elevarse rápidamente mediante ejercicios con pesos.

Las cuchillas para pelear no se colocan hasta cinco minutos antes de la pelea. Y el tamaño es directamente proporcional al del animal.

Las apuestas: cuidado con mover mal las manos

En la gallera (recinto en el que tiene lugar la pelea) se concentran cientos de apostadores que pasean antes del combate para fichar a 'sus ganadores'. La entrada cuesta ya 300 pesos y el resto depende del caudal que reserves a las apuestas.

Justo antes de comenzar la pelea, los criadores dan vueltas por la arena del ring exhibiendo orgullosos a sus gladiadores. Hay que fijarse en la envergadura, el color (que desvela la edad del animal) y la forma de reaccionar ante las provocaciones del contrario. Entre murmuros, las apuestas empiezan ya a correr.

Tras la exhibición de combatientes, los corredores de apuestas, libreta en mano, van paseándose entre las gradas atentísimos al público. En apenas un segundo, la marabunta de apostadores se convierte en un caótico espectáculo de gritos y manos.

Para mí todo pasa demasiado rápido, pero en un milimétrico y mecánico sistema de gestos, como si del lenguaje para mudos se tratara, todos los asistentes hacen sus apuestas, y éstas quedan reflejadas en las libretas.

El mínimo establecido para las apuestas es de 100 pesos (1,78 euros) y en la jornada, con unas 30 peleas, se puede llegar a ganar algo más de 10.000 (178 euros). Esta vez, los gallos son de categoría [tamaño] mediano, y por ello la cantidad mínima para apostar es menor.

Cuando se trata de gallos de primer nivel sube mucho más, y se puede ganar igualmente mucho más dinero. El 10 por ciento del total apostado va para el dueño del ganador.

En medio del alboroto, las cantidades quedan religiosamente apalabradas. En un minuto se hace el silencio. Entran los gallos.

La pelea: del ring al cirujano

Los dos entrenadores sujetan suavemente a sus gallos entre las manos. Uno frente a otro.

Los acercan violentamente hasta que se tocan pico con pico, y los provocan para que se enfrenten: ¡uno, dos, tres! Y los sueltan alejándose del centro de la arena rápidamente.

Los gallos tardan unos segundos en acercarse el uno al otro. Pero una vez se dan el primer toque, comienza un agresivo revoloteo que acaba tiñéndolos de sangre hasta que uno de los dos queda inmóvil en el suelo.

Una pelea dura aproximadamente diez minutos. Si cuando pasa ese tiempo no hay ningún animal abatido, son tablas. Cuando termina, un ir y venir de billetes entre la grada clausura el sanguinario acto hasta que comienza el siguiente.

Lejos de la arena, la gallera ofrece una zona con varios veterinarios, que reparan los cuerpos heridos de los vencedores por el módico precio de 200 pesos (3,6 euros). 'Si tienes un buen animal, más te vale conservarlo'.


Los perdedores, a la cazuela

Los que han perdido acaban, normalmente, en la cazuela. Son desplumados y cocinados allí mismo. Y aunque suene cruel, el olor a caldo y pluma chamuscada de los pobres perdedores es uno de los recuerdos que guardo con más claridad.

María Sorribes Catret
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