Cuerpos decapitados se agolpan en la cuneta de la carretera la muerte

    • Tiene 40 kilómetros y une Kabul con Hazarajat, el principal bastión de los hazaras, una minoría chiita masacrada por extremistas sunitas "como ovejas".
    • "Cuando entramos el miedo nos seca la garganta. He visto tantos cuerpos decapitados en el arcén que tengo pesadillas", confiesa un conductor de autobús. 
La "carretera de la muerte" es parte del trayecto entre Kabul y el principal bastión de los hazaras
La "carretera de la muerte" es parte del trayecto entre Kabul y el principal bastión de los hazaras

En cuanto cruzan la ciudad de Maidan Shahr, los conductores afganos están muertos de miedo. "Cuando entramos, el miedo nos seca la garganta", murmura Mohamed Husein, un conductor de minubús hazara que conoce muy bien la carretera que une Kabul con Hazarajat, una región del centro de Afganistán que cuenta con la mayor concentración de hazaras del país. Dice haber visto tantos cuerpos decapitados en el arcén de estos 40 km que tiene pesadillas.

La "carretera de la muerte" cruza la provincia de Wardak, conocida por ser un vivero de los talibanes. Sólo hay otra para ir a Bamyan, la capital oficiosa de la comunidad hazara afgana.

Este peligroso viaje ilustra las persecuciones que sufren desde hace tiempo los hazaras, reconocibles por sus rasgos asiáticos.

Los persiguió el régimen de los talibanes (1996-2001) y actualmente son víctimas de secuestros y decapitaciones reivindicados por combatientes que afirman pertenecer a la organización yihadista Estado Islámico (EI).

Por eso el pasado 11 de noviembre, miles de ellos se manifestaron en las calles de Kabul para pedir seguridad.

"La inseguridad es la pesadilla de los hazaras", explica Aziz Royesh, un militante de esta causa.

"No pueden salir de sus tierras, porque si se van se exponen a ser decapitados por extremistas que merodean por las carreteras".

Mohamed Husein también se echó a la calle en protesta contra esta inseguridad que lo obligó a darse por vencido. Como ya no transportaba a nadie vendió su minibús: no quería ser testigo del "secuestro o del asesinato" de sus pasajeros.

La envergadura de la manifestación del 11 de noviembre pilló por sorpresa al país, ante la discreción de la que suelen hacer gala los hazaras. Y dadas las difíciles relaciones que mantienen con las otras comunidades étnicas del país y con el gobierno central.

Los hazaras fueron objeto de matanzas, expulsados de sus tierras y convertidos en esclavos a finales del siglo XIX bajo el reinado de Abdul Rahman Khan, según el escritor Sayed Askar Musavi. Este monarca esclavizó a numerosos grupos, pero a ninguno tanto como a los hazaras "por su fe chiita", añade.

Los hazaras formaron parte de las clases menos favorecidas de la sociedad afgana, trabajando como obreros o empleados domésticos y sin acceso a la educación, explica Musavi.

Su época más sombría la vivieron bajo el yugo del régimen talibán, con varias matanzas, como la de Mazar i Sharif en el norte del país, donde según Human Rights Watch murieron al menos 2.000 personas en 1998, en su mayoría hazaras.

La invasión estadounidense de 2001 y la nueva Constitución pusieron fin, en teoría, a su discriminación. Algunos hazaras pudieron acceder a la educación y entrar en la clase media afgana.

Pero desde hace unos meses los insurgentes sunitas, entre los que figuran los del EI, ganan terreno en el país. Al comienzo de noviembre se encontraron los cuerpos decapitados de siete hazaras, incluida una niña de nueve años, en la provincia de Zabul, en el sudeste del país.

Las autoridades locales acusaron a combatientes vinculados al EI de haber cometido estos asesinatos. El presidente afgano, Ashraf Ghani, pidió calma y prometió "vengar" su muerte.

Entre tanto los hazaras viven atenazados por el miedo, sobre todo en la "carretera de la muerte".

"Espero poder un día viajar a Hazarajat sin tener miedo a que me maten en el camino", suspira Shaima Abedi, una estudiante de esta comunidad.

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