Juan Ignacio Lema, el privatizador de AENA

  • Nombrado presidente de AENA por José Blanco nada más llegar a Fomento, ha sido rechazado como interlocutor por los controladores, a los que acusa de desestabilizar este organismo. Y ese es su reto: meter AENA en cintura.
AENA aboga por una subida rápida de las tarifas aeroportuarias
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lainformacion.com

Juan Ignacio Lema es, antes que presidente de AENA, gallego. Una peculiaridad que comparte con su jefe, José Blanco, ministro de Fomento, que le colocó al frente de los Aeropuertos Españoles a los pocos días de llegar al cargo. El encargo era claro: apaciguar a los controladores, en permanente reivindicación de mejoras laborales; y preparar al organismo para la privatización, un plan difuso y sin concreción que ya entonces estaba sobre la mesa.

Esta segunda tarea es la que mejor explica el nombramiento de Lema: desde que dejó Santiago de Compostela buscando las oportunidades que aquella Galicia franquista no era capaz de brindarle, había ocupado diferentes puestos en el sector público de la navegación aérea. Ingresó en el Cuerpo de Ingenieros Aeronáuticos en 1983, entre 1992 y 1996 fue director del Aeropuerto de Barajas y entre 1998 y 2000 ya fue director de AENA.

Pero desde 2001 llevaba apartado de la res publica, trabajando en la empresa Grupo San José. Por eso cuando Blanco le repescó para presidir el organismo, causó cierta sorpresa. El motivo, en cambio, era claro: para privatizar AENA era necesario reestructurar su dantesca deuda, que la convertían en un agujero negro imposible de colocar.

Así que lo primero que hizo Lema fue mirar el balance y declarar que la causa del desajuste eran los controladores. Ante la comisión de Presupuestos del Senado dijo que cobraban 350.000 euros al año, que esos sueldos suponían el 70% de los costes totales de navegación, que su tasa de productividad era la menor de la Unión Europea y que, como consecuencia de todos ello, las tarifas de navegación aérea en España eran las más caras de la UE (hasta un 68% superiores a la media).

Fue una declaración de guerra. El objetivo era recortar esta partida y los controladores no estaban dispuestos a tolerarlo. La tensión creció aún más cuando a principio de 2010, Blanco hizo propias las palabras de Lema, anunció un recorte de salarios del 15% y decidió sustituirlos por un sistema automatizado en los aeropuertos con menos de 50 operaciones diarias.

Lema se sintió respaldado por el ministro y le hizo fuerte ante los controladores, de manera que no le tembló el pulso cuando un mes después decidió romper las negociaciones sobre un nuevo convenio colectivo. Los recortes se impusieron por decreto, lo que les llevó a la huelga encubierta del pasado verano. Lema no supo utilizar la mano izquierda de la que presume para apagar este fuego. Los controladores le consideraron un interlocutor no válido y aceptaron poner fin a su protesta a cambio de puentearle y hablar directamente con Blanco.

A partir de ese momento, Lema se ha mantenido al margen del conflicto, al menos en público. Sólo se le ha visto involucrado en el gabinete de crisis formado para abordar el cierre del espacio aéreo a raíz de la huelga salvaje de hace dos semanas.

Mientras tanto, se ha centrado en la gestión diaria de AENA, con el ojo puesto en la privatización que ahora se anunciado formalmente. En tiempos de la expansión del AVE por toda la Península, le ha tocado el papel de defensor de la existencia de tantos aeródromos, que complicarán el futuro de una empresa privada en un 49%. En este tiempo ha inaugurado la nueva terminal de Málaga, una de las apuestas de futuro como epicentro del flujo turístico del sur de España, y ha colocado la primera piedra para la renovación del aeropuerto de su Santiago natal, llamado a aglutinar el tráfico aéreo gallego, en detrimento de La Coruña.

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