La lenta muerte de los "cibercafés" en Marruecos

  • En Marruecos para "chatear", jugar online o simplemente navegar por internet ya no es necesario acudir al ordenador de un "cibercafé", un negocio que hace más de una década supuso toda una revolución, pero que hoy sobrevive con grandes dificultades.

Marta Miera

Rabat, 1 nov.- En Marruecos para "chatear", jugar online o simplemente navegar por internet ya no es necesario acudir al ordenador de un "cibercafé", un negocio que hace más de una década supuso toda una revolución, pero que hoy sobrevive con grandes dificultades.

La época dorada de los cibercafés llegó a Marruecos a finales de los años 90, y en ciudades como Rabat todavía es fácil encontrarlos, aunque la mayoría están condenados a desaparecer o por lo menos a reinventarse, como ya ocurrió en otros países.

Quedan lejos aquellos años donde abrir una página costaba una eternidad y sin embargo no había quejas de los primeros internautas que se reunían en el cibercafé para descubrir -auriculares puestos y más tarde cámara frente a ellos- el infinito mundo de internet.

El clásico local compuesto de varios ordenadores y cabinas telefónicas para llamar por un módico precio a familiares y amigos ya no proporciona los frutos económicos de antaño y sus propietarios se han visto obligados a introducir en sus negocios máquinas fotocopiadoras, material informático, comida o cualquier otra cosa que les ayude a contrarrestar las pérdidas.

En un estrecho callejón de la medina de Rabat, Abderrazak piensa en el siguiente negocio que abrirá cuando cierre su cibercafé porque con los 250 dirhams (unos 22 euros) que gana al día no logra mantener a su familia ni a los dos empleados que tiene en el local, propiedad de sus padres.

"Las ofertas de las compañías de teléfono han hundido mi negocio y el de mis vecinos que han tenido que cerrar dos locales en los alrededores", destaca al mismo tiempo que atiende a unos clientes que entran en su local para recargar sus teléfonos móviles.

Las cuatro viejas cabinas telefónicas de color naranja que se encuentran frente al mostrador de su cibercafé también han sido víctimas del avance tecnológico y parecen simplemente parte del decorado del local.

Con una luz tenue, varias fotos del rey Mohamed VI pegadas con celo en una pared más negra que blanca y varias cajas de auriculares llenas de polvo en una estantería, Abderrazak ha colocado en el mostrador junto a los pequeños cartones de recarga telefónica una ristra de chocolatinas.

"Un dinero extra", dice irónicamente, mientras explica que con cada chocolatina se saca tan solo cinco céntimos de beneficio.

En 2012, Marruecos contaba con 15,6 millones de internautas (la mitad del país), de los que dos tercios pasaban conectados entre 30 minutos y dos horas al día.

Sin embargo, el número de abonados es de 5,22 millones de titulares: la diferencia está en los cibercafés, que siguen siendo el principal lugar de conexión fuera del domicilio con un 33 % de conexiones.

En los barrios más pobres, donde tener un ordenador en casa aún es un lujo imposible de alcanzar, los cibercafés siguen funcionando prácticamente con el mismo éxito que antes.

Pero en las zonas más acomodadas o las céntricas, los propietarios van viendo truncados sus planes de negocio al no poder hacer frente a las suculentas ofertas de las compañías de telecomunicaciones.

A Abderrazak, llamar al técnico para arreglar un ordenador le cuesta 200 dirhams (unos 18 euros), así que en los tres últimos años se ha visto obligado a reducir su número de diez a siete y bajar las tarifas. Una hora de internet la cobra a cinco dirhams (medio céntimo de euro).

Hoy un 43 % de los marroquíes tienen un ordenador en su hogar y un 39 % tiene acceso a internet, por lo que en ciudades como Rabat visitar un cibercafé es para muchos solo una parada eventual para resolver una gestión.

En un cibercafé en el centro de la capital, Mohamed, un estudiante de 23 años, recuerda que hace siete años los visitaba a menudo porque "no tenía ordenador en casa y era algo fuera de lo normal, completamente nuevo y un privilegio".

"Hoy he venido porque tenía que consultar una dirección y no me funcionaba el 3G en el móvil", añade Mohamed mientras abandona el establecimiento, un negocio que ha tenido que cerrar una de sus dos salas y condenar a una de ellas a convertirse en un trastero lleno de cajas.

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