"No cambiaremos nada, pero al menos nos tendrán que escuchar"

  • Cientos de miles de personas se concentraron ayer por la tarde en Madrid en la manifestación que cerraba la sexta huelga general de 24 horas de la democracia. Cada cual con sus razones, pero todas en contra de una reforma laboral que consideran injusta. "No vamos a cambiar nada, pero queremos que nos oigan", fue el motivo más esgrimido como símbolo de la insumisión.
Los carteles de la huelga general
Los carteles de la huelga general
David Tesouro
Álex Medina R.

Un hombre enjuto, entrado en los sesenta y envuelto en un plumas malva, se encarama a una valla tras el escenario instalado por los sindicatos y grita "mentiroso" al líder de CCOO que habla en esos momentos.

A su alrededor, cientos de miles de manifestantes dan por terminada en la Puerta del Sol la manifestación principal de la huelga general del 29-M convocada por Comisiones y UGT.

Un millón de personas, según Fernández Toxo. Bastante menos, según fuentes oficiales. Dejémoslo en medio millón, que se desparramó desde Neptuno a Cibeles y calle Alcalá arriba, con un sol de justicia en la cara camino del corazón de Madrid.

"Mentiroso, mentiroso", sigue gritando, como una mala conciencia, el hombre; cuando no está insultando a los sindicalistas se dedica a disparar con el dedo al helicóptero de la Policía que baila sobre la plaza. La mitad de la pernera izquierda de su pantalón está manchada de orina.

Nadie le hace mayor caso porque la gente satisfecha se siente magnánima. "Todos sabemos que esto va a servir de nada, pero tenemos que dejarles claro que no estamos de acuerdo, tenemos derecho a ser escuchados al menos", explica Juan del Olmo escupiendo pipas y razones.

Entre sus piernas y las de sus amigos corretean varios críos de no más de ocho años. "Es por ellos", interviene Raúl Taboada, "por el futuro que les queda a partir de ahora". Porque tanto Raúl como Juan tienen trabajo "y por supuesto que hemos hecho huelga".

¿La principal razón? "Porque no podemos perder en cuatro días los derechos ganados en 30 años", contesta Juan. Y él, que no tendrá más de 40 años, coincide con Antonio García, pensionista que soportaba la solana del Paseo del Prado a las seis de la tarde.

"Hemos pasado mucho como para perderlo todo en unos meses", se lamenta. Su mujer y la mujer de su compañero, ambas jubiladas, asienten y arremeten contra el Gobierno de Mariano Rajoy. Su compañero se llama Faustino y es el más tranquilo, pese a ser el único que aún se juega algo: lleva 18 meses en paro después de que no pudiera seguir trabajando de autónomo.

Detrás de una gorra roja y unas gafas de sol gigantes, Faustino también coincide con los dos treintañeros que defendían el futuro de sus niños. En su caso, el hijo que no encuentra trabajo ya es bastante adulto.

Puede que de la misma edad que Juan. Otro madrileño sin pegatinas sindicales, como tantos miles que hubo ayer por la tarde en la manifestación (primera gran diferencia con las anteriores protestas, donde la mayoría era afín a CCOO y UGT). Para él, la huelga y su colofón en las calles, "es lo único que nos queda a los trabajadores para defendernos ante una reforma laboral injusta".

El afán didáctico, el que pretende explicarte que no son borregos al antojo de los sindicatos, lo dejan claro Óscar y Pilar, ambos en la treintena. Frente a la puerta del Ateneo, donde chocan Alcalá y Gran Vía, contemplan el panorama calle abajo, hacia Cibeles.

"No hay mucha gente, ¿no?", se resigna Pilar. Su queja es paradójica, porque luego proclamará que ha secundado la huelga "porque estoy en contra de la reforma, pero no a favor de los sindicatos". Su "¿eh?" final certifica su postura. Óscar asiente y resume el sentir hacia las medidas del PP: "Son una vergüenza". Ambos trabajan e hicieron huelga ayer.

La única que no hizo huelga de esta pequeña historia es Lorena. Ronda los 20 años y admite que tuvo que ir a la Universidad. "Había clases", confiesa mientras sostiene una bandera de CCOO que le acaban de dar.

No tiene pinta de tenerle aprecio a los sindicatos, como tantos otros jóvenes que se echaron a las calles en la tarde de ayer (y ésta es la otra gran diferencia con las anteriores movilizaciones: la presencia masiva de menores de 25 años).

Ni Marcos, su acompañante de la misma edad, que no sabe ni definir su condición laboral. "Digamos que trabajo unas horas en turnos muy raros y me pagan muy mal". Pero, así y todo, fue a la huelga (a la manifestación tiene pinta de que fue por las pecas de Lorena).

Carlos García ignora cuánto tiempo seguirá trabajando. Una semana después de aprobarse la reforma laboral, la empresa de Getafe donde trabaja anunció medidas de recorte y pretendió echar a la mitad de la plantilla, de unas noventa personas.

"Pero claro, gracias a la reforma se encontraron con una maravillosa idea: si nos bajamos todos el sueldo un 33% sólo echan a la mitad prevista".

Carlos no ha cumplido los 30 y se le ve nervioso. Va plantando pegatinas del 29M en la espalda de la gente, mira hacia todos los lados y, sin dejar de moverse, advierte a quien quiera escuchar: "Te van a joder vivo, como a mí".

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