Nokia y la pérdida del cuerno de la abundancia

  • Barcelona.- La mitología finlandesa tiene su propia versión del cuerno de la abundancia, denominada Sampo, un molino mágico que fue forjado por el dios Ilmarinen cuando fue desterrado del cielo y tuvo que empezar a ganarse las habichuelas como todo el mundo.

Nokia y la pérdida del cuerno de la abundancia
Nokia y la pérdida del cuerno de la abundancia

Barcelona.- La mitología finlandesa tiene su propia versión del cuerno de la abundancia, denominada Sampo, un molino mágico que fue forjado por el dios Ilmarinen cuando fue desterrado del cielo y tuvo que empezar a ganarse las habichuelas como todo el mundo.

Los finlandeses encontraron su Sampo particular en los años 80, solo que su método funcionaba. El histórico y carismático presidente Kari Kairamo le dio la vuelta a Nokia como a un calcetín y consiguió que un conglomerado maderero que hacía desde papel higiénico a botas de agua fabricara en 1982 su primer teléfono móvil, el Senator, y llegase a cotizar en la bolsa de Londres. De manera que la abundancia empezó a regar un pequeño país nórdico de cinco millones de habitantes.

En la leyenda, Ilmarien creó el Sampo para desposar a una doncella. En el mundo real, Nokia apostó por los móviles cuando nadie creía en ellos y puso a Finlandia en el mapa de un mundo que todavía estaba dividido por la Guerra Fría.

En la cresta de su éxito, en 1988, Kairamo volvió una noche a casa y se suicidó. El típico detalle que nunca le comentan a uno en los seminarios sobre liderazgo empresarial.

Otro aspecto poco conocido es que diez años después, en 1998, Bill Gates intentó con el siguiente presidente de Nokia, Jorma Ollila, cerrar una alianza de software que colocara a Microsoft en el mercado de móviles en la misma situación que estaba en los ordenadores. Nokia se negó y siguió apostando por Symbian, su propio sistema operativo.

De eso hace trece años. Cuatro, que Nokia tenía el 50% de la cuota de mercado mundial de teléfonos móviles -ahora tiene el 28%-. Y dos, que acude al Mobile World Congress de Barcelona, que hoy acaba, sin 'stand' propio. Hacía falta un revulsivo. Y ha sido el mismo que se le había ocurrido Bill Gates hace más de una década.

El nuevo presidente de Nokia, Stephen Elop, no es finlandés sino canadiense. Está muy lejos de la mitología nórdica del molino de la abundancia y mucho más cerca de las que pueda tener el presidente de Microsoft, Steve Ballmer, cuyas leyendas de referencia no van más allá de los peregrinos del Mayflower y la india Pocahontas. No en vano, Elop es un antiguo directivo de Microsoft.

Stephen Elop ha multiplicado sus apariciones públicas en este Mobile World Congress para vender las bondades de la alianza con Microsoft que anunció la semana pasada para que buena parte de los Nokia operen con Windows Phone. Todo el mundo parece apoyar que el acuerdo será positivo para el gigante de Seattle, que ahora tiene sólo el 4% de cuota de mercado en el software de móviles pero que puede más que doblar esta cifra fruto del nuevo pacto.

El debate sobre el futuro de Nokia ha eclipsado otros temas del salón de Barcelona, como las batallas entre las tabletas por derrotar al iPad o el papel de los agregadores de contenidos en la financiación de las infraestructuras.

Nokia lo había sido todo en el mundo del móvil, pero ahora un experto en I+D belga que visita esta feria sentencia: "Están muertos". Por su parte, un directivo de una empresa de redes de EEUU lamenta con ironía que "los móviles de Nokia sólo sirven para llamar por teléfono".

También se oyen voces más optimistas, como los que defienden que Windows Phone tiene virtudes que sólo aflorarán de la mano de un socio de la talla de Nokia. Quizá alguien debería explicar a Microsoft lo que hicieron los finlandeses con el mítico Sampo.

Cuando una guerra de codicia se desató por poseer el molino mágico, éste finalmente fue destruido en una batalla naval. Sólo se salvaron unos pedazos que fueron enterrados en Finlandia y que, según la leyenda, tenían que servir para garantizar la prosperidad del país. Tal y como están las cosas, más vale que Steve Ballmer se compre una pala.

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