Putin o el año que vivimos peligrosamente

  • El año transcurrido disparó la tensión entre Rusia y Occidente hasta el nivel más alto de los quince años de la "era Putin" por la crisis ucraniana y la anexión de Crimea, y convirtió al presidente ruso en el nuevo "villano" de la arena internacional.

Virginia Hebrero

Moscú, 10 dic.- El año transcurrido disparó la tensión entre Rusia y Occidente hasta el nivel más alto de los quince años de la "era Putin" por la crisis ucraniana y la anexión de Crimea, y convirtió al presidente ruso en el nuevo "villano" de la arena internacional.

El jefe del Kremlin había comenzado el año paladeando aún las mieles de las exitosas gestiones diplomáticas ejercidas por Moscú a finales de 2013 para neutralizar las intenciones del presidente de EE.UU., Barack Obama, de intervenir en Siria.

Su "rating" internacional estaba alto. Los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, en febrero, fueron impecables a pesar de las predicciones de muchos agoreros y de la campaña mediática desarrollada por muchos medios occidentales sobre la homofobia que supuestamente enturbiaría ese evento.

Todo iba bien, excepto que en Kiev, la capital de Ucrania, las protestas del Maidán aumentaban en intensidad y magnitud, hasta que el 22 de febrero el prorruso presidente del país, Víktor Yanukóvich, era derrocado en lo que Rusia califica aún ahora como "un golpe de Estado inconstitucional".

Era la víspera de la clausura de los Juegos de Sochi, así que a Putin se le amargó un tanto ese nuevo éxito.

A partir de ahí comenzó el ascenso de la popularidad del presidente ruso a los ojos de sus conciudadanos en la misma proporción en que se iban deteriorando las relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, los principales apoyos de las nuevas autoridades de Kiev.

La anexión de Crimea, en marzo, tras un referéndum en el que la mayoritaria población de esa península, en medio del despliegue militar ruso, respaldó la "reunificación" con Rusia, disparó el apoyo popular a Putin hasta niveles sin precedentes, al igual que la confrontación con Occidente.

El G8, el Grupo de las mayores economías del planeta, que debía celebrar su cumbre anual en el balneario de Sochi, expulsó a Rusia poco después alegando que la ley internacional prohíbe la integración del territorio de otro país mediante la coerción o la fuerza.

Y llegaron las sanciones y las contrasanciones, y el desplome de los precios del petróleo, factores que comenzaron a hacer mella en la economía rusa.

A medida que aumentaba el tono de las acusaciones de las cancillerías occidentales contra Moscú por el supuesto apoyo prestado a la rebelión separatista prorrusa del este de Ucrania, también se elevaba la exigencia de Rusia de ser tratada como una gran potencia, con sus propios y respetables intereses.

"El oso (ruso) no va a pedir permiso a nadie", exclamó Putin en un discurso en foro de debate de Valdai en el que exigió un nuevo orden mundial sin el dictado de EE.UU. y esgrimió toda una lista de agravios como las intervenciones de los aliados en zonas de influencia rusa y, sobre todo, la ampliación de la OTAN hacia el este de Europa.

"Debemos seguir desarrollando tranquilamente nuestra propia agenda...Sólo porque Rusia dice que quiere proteger a sus ciudadanos y sus intereses la intentan convertir en criminal", dijo recientemente Putin en una entrevista con la agencia Tass, coincidiendo con los desplantes sufridos por el presidente ruso en la cumbre del G20 en Brisbane.

Fuera de las consideraciones geopolíticas, el hecho es que Rusia acaba el año a las puertas de la recesión económica, lastrada por los efectos perjudiciales de las sanciones internacionales y la caída de los precios del petróleo, su principal fuente de divisas, que ha llevado al rublo a perder casi el 50 % de su valor desde enero.

"Este año hemos pasado juntos por pruebas que sólo son capaces de soportar las naciones maduras y consolidadas, los Estados verdaderamente fuertes y soberanos", subrayó Putin el 4 de diciembre en su discurso sobre el estado de la nación, en el que dedicó una gran atención a la "sagrada" reunificación de Crimea.

Sin embargo, algunos expertos y politólogos ya han advertido que la enorme popularidad interna de Putin comienza a decaer, con el alza de los precios de los productos, la bajada de los salarios y la ausencia de un acontecimiento capaz de generar otro estallido emocional como el regreso de la península a la madre patria.

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