Conoce al 'policía freelance' más odiado de Alemania

  • Su sueldo: amenazas de muerte en el contestador, balas en el buzón, llamadas telefónicas a media noche y notas anónimas con bombas dibujadas. Tiene 58 años, se llama Horst Werner y está dispuesto a denunciar cualquier muestra de poco civismo alemán.
Los conductores pisan menos el acelerador desde que anunciaron los 110 km/h.
Los conductores pisan menos el acelerador desde que anunciaron los 110 km/h.
Sumi Somaskanda, Berlín (Alemania) | GlobalPost

Una amenaza de muerte en el contestador automático. Una bala en el buzón. Llamadas telefónicas y notas anónimas. Y una carta con el dibujo de una bomba.

Así es la vida de Horst-Werner Nilges, un jubilado de 58 años de la ciudad alemana de Osterode. Conocido como "Knöllchen Horst" (Horst el de las multas), Nilges se ha labrado una reputación, no del todo afortunada, por denunciar conductas incívicas en su ciudad. A cambio, se lamenta, le pagan con amenazas, presiones y acosos.

Nilges no trabaja para el ayuntamiento, ni tampoco para ninguna junta municipal: trabaja como vigilante aficionado que vela por que se cumplan las normas de tráfico. Lo hace en su tiempo libre, documentando el estacionamiento irregular de vehículos y después enviando sus notificaciones a la Policía para que emitan las multas correspondientes.

En los últimos siete años ha presentado más de 30.000 denuncias.

"Soy un ciudadano normal", dice Nilges. "No soy una autoridad administrativa. No soy un político. Simplemente me interesa el tema y me he implicado".

Por simple que suene, Nilges se han convertido en objeto de ira y de chanzas en Alemania, y su imagen y su nombre han aparecido en periódicos y canales de televisión.

Calificado de "revienta fiestas", "chiflado" y "vigilante autónomo", Nilges dice que ha habido un amplio malentendido tanto por parte de la prensa alemana como del público, que le describe injustamente como un pensionista aburrido con una atracción nada habitual por las ordenanzas de tráfico y una necesidad infatigable de corregir los errores de los demás.

Nilges, por su parte, asegura que él también usa las calles, y que cuando unas cuantas o muchas personas no cumplen las normas, eso afecta a todos los demás ciudadanos.

"Cuando alguien usa el argumento de que sólo iba a por un poco de pan o a comprar un periódico, o a la farmacia, o a sellar rápidamente un paquete postal... mire lo que dicen las normas de tráfico: No se permiten excepciones", recuerda.

Esa interpretación a rajatabla de las leyes es algo que se asocia ampliamente a la cultura alemana: el valor de las reglas y de su cumplimiento. Los alemanes suelen ser descritos  por los extranjeros como personas híper puntuales, robots muy disciplinados que valoran el orden por encima de cualquier otra cosa.

Ralph Martin, autor del libro "Un americano en Berlín", asegura que cuando llegó por primera vez a Alemania le ponía histérico la enorme atención que sus ciudadanos prestan a los detalles.

Recuerda su sorpresa inicial al ver que la gente se quedaba mirándole aparcar en la calle y le llamaban la atención si rozaba al coche de delante. "Casi sientes que puedes ir a la cárcel por una tontería, pero no por asesinar a alguien", afirma.

Pero Frithjof Hager, sociólogo y profesor de la Universidad Libre de Berlín, dice que Alemania, al igual que otros muchos países, no escapa de tener tendencias provincianas en las pequeñas ciudades. "Pero eso es sólo una tendencia, como muchas otras", subraya.

Y el caso de Hager, dice Nilges, no es ciertamente algo habitual.

Para Nilges no todo empezó con las multas de aparcamiento. Dice que comenzó a implicarse en asuntos de la administración pública cuando descubrió que los precios del tratamiento de aguas residuales subían de manera inusitada.

Cuando terminó con esa investigación, comenzó a interesarse por muchos otros temas que también pensaba que debían de ser aclarados, como las tasas por la recolección de basuras.

Para Nilges todo se resume en cubrir la laguna que hay entre la teoría legal y la realidad. Al principio recibió muchos halagos por sus esfuerzos por aclarar las cosas.

En 2004 estaba tomando un café en el centro de Osterode, una zona fundamentalmente peatonal, cuando notó que había demasiados coches en la calle. Tras descubrir que esas infracciones estaban más o menos toleradas por la ciudadanía, se dirigió a las autoridades del distrito, que le dieron permiso para notificar estacionamientos irregulares. Y así empezó a hacer.

"Salgo por Osterode como peatón, o conductor, o en mi bicicleta, y al cabo de un minuto ya veo dos o tres estacionamientos irregulares sin ni siquiera buscarlos", admite Nilges, que nació y se crió en la ciudad.

En la junta de distrito dicen que cualquier ciudadano puede denunciar infracciones en su tiempo libre. Pero las autoridades admiten que las cosas se les han escapado un poco de las manos con Nilges.

"En este momento estamos más que molestos por las miles de notificaciones", dice Gero Geisslreiter, portavoz de distrito de Osterode, que insiste en aclarar que Nilges no trabaja en nombre de la administración municipal.

Según Geisslreiter, la ciudad recibe un promedio de entre 6 y 8 notificaciones diarias de "Horst el de las multas".

 

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