Crisis misiles condujo a negociaciones para reducción de arsenales nucleares

  • Hace medio siglo, por unos pocos días, Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron al borde de una guerra atómica en una crisis que condujo en las décadas siguientes a los acuerdos para la reducción de arsenales nucleares.

Washington, 9 oct.- Hace medio siglo, por unos pocos días, Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron al borde de una guerra atómica en una crisis que condujo en las décadas siguientes a los acuerdos para la reducción de arsenales nucleares.

En la quincena que pasó a la historia como "la crisis de los misiles en Cuba", irónicamente lo que evitó una catástrofe fue la lectura equivocada de las intenciones de un joven presidente en Washington y un líder viejo en Moscú.

La crisis de octubre de 1962 también dio origen al planteamiento estratégico que mantendrían EE.UU. y la URSS hasta la disolución de ésta última: MAD, la sigla en inglés para "destrucción mutua asegurada".

Esto significa que, ante la certidumbre de que en una guerra ambos contrincantes resultarán igualmente destruidos, más vale evitarla.

En 1962, Estados Unidos percibía como inminente y superior la amenaza de su rival y, para proteger su seguridad nacional, llevó la crisis casi al límite de una guerra en la cual ambas potencias hubiesen pagado con más de 200 millones de muertos su competencia por la primacía mundial.

El senador demócrata John F. Kennedy había usado, como uno de los temas de su campaña electoral en 1960, la supuesta "brecha" de misiles según la cual Estados Unidos estaba a punto de perder la carrera armamentista con la URSS.

En octubre de 1962, cuando los aviones espías estadounidenses detectaron la presencia en Cuba de misiles soviéticos de alcance medio e intermedio, la URSS poseía unos 75 misiles intercontinentales, es decir, capaces de alcanzar el territorio de EE.UU. desde territorio soviético.

Estados Unidos, en cambio, tenía 170 misiles intercontinentales y seguía produciéndolos rápidamente, y contaba con ocho submarinos equipados, cada uno, con 16 misiles con un alcance de 2.300 kilómetros, que podían impactar territorio soviético desde diversas partes.

En esta ocasión, además, una pequeña nación insolente, Cuba, desafiaba a Estados Unidos a apenas 145 kilómetros de las costas de Florida.

La población estadounidense, que llevaba más de una década de entrenamiento en las escuelas para esconderse cuando sonaran las alarmas de guerra, vivió semanas de tensión bajo la supuesta amenaza de un "holocausto atómico".

El tercer actor en la Crisis de los Misiles, el régimen revolucionario encabezado por otro joven, Fidel Castro, blanco de un embargo económico y operaciones clandestinas estadounidenses, buscó el amparo de los cohetes soviéticos y, naturalmente, causó pánico en Washington.

El entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, dijo en la Asamblea General de las Naciones Unidas que su país, hostigado por EE.UU., tenía derecho a armarse como pudiera y que, teniendo las armas, las usaría.

Entre amenazas públicas, apresuradas gestiones en las Naciones Unidas, y contactos secretos, medio mundo se vio obligado a tomar partido: Europa occidental y América Latina declararon su solidaridad con EE.UU; China y Europa oriental declararon el suyo para la Unión Soviética.

Kennedy, para entonces con 45 años de edad, y el líder soviético Nikita Jruschov, de 68, azuzados por sus respectivos "halcones", encararon una perspectiva sin precedentes: la obliteración de ciudades enteras, la muerte de unos 100 millones de personas en EE.UU. y de más de 100 millones en la URSS.

El día más grave de la crisis fue el sábado 27 de octubre, cuando un misil soviético derribó en el espacio aéreo cubano un avión espía U-2 estadounidense. Kennedy había advertido de que ordenaría el bombardeo de las bases de misiles nucleares si los soviéticos disparaban contra los aviones espía (los cubanos no operaban los misiles antiaéreos).

Cuatro décadas más tarde Robert McNamara, quien había sido el jefe del Pentágono en el gobierno de Kennedy, contó que en el último momento el presidente cambió de idea y dijo: "Bueno, quizá fue un accidente, no los atacaremos".

"Mucho después nos enteramos de que Jruschov llegó a la conclusión de que Kennedy creería que el derribo del avión era una provocación deliberada, y para evitar que se agravara la situación ordenó a los comandantes soviéticos en Cuba que no dispararan a los U-2", añadió.

La crisis se resolvió en negociaciones secretas que llevaron al retiro de los misiles soviéticos de Cuba, anunciado públicamente, y al retiro de los misiles estadounidenses que amenazaban a la URSS desde Turquía, traslado que se mantuvo lejos de la vista del público.

Ambas partes salvaron las apariencias y, para evitar futuros roces de tal magnitud se estableció una línea de comunicación directa entre la Casa Blanca y el Kremlin, el famoso "teléfono rojo" que sería artefacto obligado en muchas películas de espionaje.

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