Destruir lo destruido para liberar la muerte

  • Huda, apenas 4 años, ojos profundos, mirada traviesa, se apiña con las mujeres en la ventana enrejada de su golpeado balcón mientras dos grandes excavadoras remueven miles de cascotes al otro lado de la calle.

Javier Martín

Gaza, 21 jul.- Huda, apenas 4 años, ojos profundos, mirada traviesa, se apiña con las mujeres en la ventana enrejada de su golpeado balcón mientras dos grandes excavadoras remueven miles de cascotes al otro lado de la calle.

El sol avanza hacia el mediodía y a esa hora es la única niña que queda en la casa.

Cuando un misil israelí impactó a escasos metros de la estrecha habitación que comparte con sus hermanos y redujo a escombros el edificio vecino, jugaba en el armario con el vestido que su madre le había comprado para celebrar, como todos los años, la próxima fiesta del fin de Ramadán.

Sus hermanas aún dormían, agotadas tras una noche más, la decimotercera, de miedo y bombas, y las esquirlas y los vidrios rotos por la potente deflagración les produjeron cortes en todo el cuerpo, principalmente en las extremidades, por lo que fueron trasladadas al hospital, explica a Efe su padre, Hasan al Badri.

"Eran las nueve de la mañana y solo había tres personas dentro. Supongo que dormían cuando el misil cayó. Todos tratamos de dormir en Gaza por la mañana, cuando hay menos bombardeos; por la noche es imposible", explica.

"No hubo previo aviso, nadie llamó. Simplemente dispararon. tembló todo el barrio", agrega Al Badri mientras barre los restos de cristales y piedras que aún dificultan el acceso al edificio familiar.

Según datos de la ONU y de organizaciones palestinas, el Ejército israelí ha bombardeado y destruido por completo cientos de edificios y viviendas particulares desde que el pasado 8 de julio emprendiera su actual ofensiva bélica contra Gaza, y ha matado a alrededor de 550 personas.

Israel argumenta que, aun siendo espacios civiles, considera que son objetivos legítimos porque en ellos viven, con sus familias, supuestos responsables de las milicias y del lanzamiento de los cohetes.

Un razonamiento que colisiona con la opinión de organizaciones de derechos humanos israelíes y agencias internacionales, que recuerdan al Gobierno del primer ministro, Benjamin Netanyahu, que atacar lugares con civiles atenta contra el derecho internacional humanitario.

La estrategia bélica no solo ha causado pavor entre la población, sino también un enorme flujo de desplazados internos -más de 100.000 según datos de la ONU-, que constituirán un nuevo y grave problema una vez que se alcance el cada vez más ansiado alto el fuego.

A quienes les quede la casa en pie podrán retornar a ellas, pero aquellos cuyos precarios hogares hayan quedado reducidos a piedras, necesitarán años para poder volver a levantar sus endebles estructuras.

En la de la familia de Salwa, en el barrio de Al Naser, pleno centro de Gaza, no ha quedado de pie siquiera el esqueleto de hormigón que la sustentaba.

Todo alrededor es pura ruina, un desolador agujero en medio de decenas de edificios comprimidos con heridas similares de una guerra que incluso los niños parecen entender, pero que solo los civiles padecen.

Civiles, vecinos, que a esta hora temprana de la mañana han abandonado sus casas y trepan por los cascotes para llegar al centro de la tragedia. Unos tratan de ayudar a las asistencias, mal equipadas, sudorosas, cansadas, demasiado tensas, que trabajan con las manos desnudas.

Otros simplemente miran, los hombres en la calle y las mujeres en las ventanas, con apenas un ápice de esperanza, en espera del fatal desenlace.

De repente alguien grita, agita las manos con un furor frenético y pide a la excavadora que se detenga.

Después, armado con una sola linterna, repta unos metros en el interior de los cascotes y la ansiedad y el miedo se tornan en un estallido de alegría pasajera.

"Se escucha una voz, se escucha una voz", grita y un clamor de alabanzas a Dios acalla por un momento el continuo repicar de las bombas, que no ha cesado desde que anoche la franja celebrara, con tiros al aire, la supuesta captura de un soldado israelí.

Una alegría que enseguida se torna en caos y que con el devenir de los minutos se diluye como la esperanza de un pronto alto el fuego.

Pero apenas una hora después, esas mismas alabanzas a Dios se tornan en un largo lamento, el enésimo desde que el pasado 8 de julio lanzara su tercera ofensiva militar contra Gaza desde que en 2007 el movimiento islamista Hamás se hiciera con su control.

Dos cuerpos ensangrentados de mujer y de una niña emergen del interior de la ruina, perseguidos por un solo consuelo: que, como los hermanos de Huda, al menos estuvieran dormidas cuando el misil israelí les arrebató el único derecho que les quedaba. La vida.

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