El pacifismo, herencia de los últimos veteranos japoneses del Pacífico

  • Tras haber protagonizado la guerra del Pacífico, uno de los conflictos más crueles del siglo XX, los últimos veteranos japoneses sólo tienen un mensaje que legar: la paz.

Con casi 99 años de edad, Kaname Harada es un apuesto anciano. Su historia personal es un resumen de la desastrosa aventura del militarismo nipón desde los años 1930 hasta la capitulación, el 15 de agosto de 1945.

Adoctrinado en el culto a los valores patrióticos y al emperador, Harada se convirtió en piloto a los 21 años y voló sobre casi todos los escenarios de la guerra, de China a Pearl Harbour y Ceilán (actualmente Sri Lanka), de la batalla de Midway (junio de 1942) a la de Guadalcanal (agosto de 1942-febrero de 1943), las dos últimas sendas derrotas fatales para Japón.

Hacia el final del conflicto, incluso, fue instructor de aprendices de piloto muy jóvenes, muchos de los cuales se convirtieron en kamikazes, en tanto él se esforzaba por intentar "enfriar sus ardores" guerreros.

En octubre de 1942 fue derribado en un "dogfight" (ataque aéreo cercano) por un caza estadounidense de tipo Grumman y se estrelló en plena selva. Gravemente herido, casi "por milagro" logró salir del 'cockpit' de su aparato, arrancándose las uñas al perforar el suelo.

"Me moría de sed, y me arrastré unos veinte metros hasta un charco en el que bebí agua repleta de gusanos e insectos", recuerda. Erró en territorio hostil, alimentándose con terrones, tras lo cual fue rescatado por una patrulla japonesa. En esta 'aventura' contrajo paludismo y dengue.

En su casa en Nagano (centro de Japón), una foto en blanco y negro muestra el momento en que un joven Harada salta a la cabina de su cazabombardero Mitsubishi A6M "Zero", el más célebre avión del ejército imperial. Bajo el casco de cuero y las antiparras, se notaba increíblemente su determinación de sobrevivir.

"Servía con orgullo, convencido de que era la persona más abnegada de mi país, resuelto a sacrificar mi vida. Pero desde que comencé a combatir, me di cuenta de la inmoralidad de mis actos", revela a la AFP.

Harada recuerda haber visto el rostro del piloto enemigo de turno a veces a apenas dos metros de distancia: "Su expresión marcada por la angustia, indignada, cuando caía entre llamas, y la sensación de alegría por haber sido más fuerte que poco a poco va dejando lugar a un profundo sentimiento de culpa". "¿Quizás tendría una familia, una madre, hijos? En eso pienso aún hoy en día..."

Terminada la guerra, el expiloto se ocupa de un jardín de infantes, al que todavía asiste todas las mañanas. "Espero sinceramente que estos niños inocentes no conozcan jamás una guerra como aquélla, que tanto nos hizo sufrir", señala.

Tras haber intentado vanamente "borrar sus recuerdos", el exaviador decidió publicitarlos cuando comprobó que los jóvenes japoneses consideraban divertido mirar en la televisión los ataques estadounidenses durante la guerra del Golfo (1990-1991) "como si se tratara de fuegos artificiales", explica.

El legendario "mangaka" (autor de historietas o comics) Shigeru Mizuki eligió la novela gráfica para rememorar su propia guerra en la jungla de Nueva Guinea, como simple soldado de infantería, a merced de un enemigo invisible, del hambre despiadada y, lo peor de todo, de mandos superiores crueles.

Él no conoció la "muerte noble" prometida a sus camaradas de armas, y por el contrario, narra una suerte horrible en crónicas de guerra autobiográficas sobrecogedoras.

"Los soldados japoneses no eran considerados como seres humanos. Eran tratados peor que los caballos", dice furioso 70 años después.

Los soldados de la tropa eran frecuentemente abofeteados por sus superiores sin ningún motivo. Mal alimentados, se encontraban muy hambrientos y, 'de facto', condenados a morir.

En 1944, su patrulla fue atacada y él fue el único en salvarse. Sufrió la jungla, la inanición, la sed, las picaduras de mosquitos y las emboscadas de los indígenas.

Cuando logra llegar de regreso a su base, un oficial le reprocha: "¿Por qué volviste vivo? Todo el mundo murió, tú también deberías estar muerto".

"A partir de aquel momento perdí toda la confianza en el ejército", testimonia este ferviente antimilitarista.

"Cuando dibujo crónicas de guerra, me asalta una cólera indescriptible. Tal vez sean las almas de los muertos que me ponen en tal estado", confía Mizuki, partidario de la Constitución pacifista que prohíbe a Japón entrar en guerra, y que es puesta en tela de juicio por el actual primer ministro conservador y nacionalista, Shinzo Abe.

"Sea quien fuere, enemigo o amigo, la guerra vuelve a los hombres terribles. Si se supiera el horror, se rechazaría hacerla, no engendra nada bueno", apostilla el 'mangaka'.

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