El temor a la repatriación se apodera de los campos de refugiados birmanos

  • Confinados tras las alambradas de espino que rodean los campos en Tailandia, más de cien mil refugiados esperan atemorizados su repatriación a Birmania, de la que huyeron por la guerra y la represión política que destruyeron sus vidas.

Jordi Calvet

Mae La (Tailandia), 25 feb.- Confinados tras las alambradas de espino que rodean los campos en Tailandia, más de cien mil refugiados esperan atemorizados su repatriación a Birmania, de la que huyeron por la guerra y la represión política que destruyeron sus vidas.

"Allí no me queda nada. Mi aldea fue arrasada por los soldados y ahora está totalmente abandonada", dice a Efe Joseph, el nombre cristiano de Wahy Htoo, un miembro de la etnia karen originaria del este de Birmania (Myanmar) que vive en una choza del enorme campo de refugiados de Mae La, situado en el lado tailandés de la frontera.

Joseph escapó de su país en 2006 tras la amenazadora visita a su poblado de soldados Ejército en busca de combatientes de la guerrilla rebelde karen.

Como él, otros 150.000 birmanos han buscado refugio en alguno de los nueve campos que Naciones Unidas gestiona desde la década de los años ochenta y situados, la mayoría, en un tramo de la porosa frontera que Tailandia comparte con Birmania.

En el enorme centro de Mae La, levantado al pie de unas escarpadas colinas, residen en chozas de madera unos 45.000 refugiados, la mayor parte de ellos de las primeras oleadas de este éxodo.

Sin tierras de cultivo, ni empleo fijo que dé dinero para ganarse la vida, los refugiados subsisten de la asistencia que reciben de las organizaciones humanitarias, previa presentación de la cartilla de racionamiento, que a los más jóvenes les ha acompañado desde que nacieron en una chabola o en el dispensario del campo.

A la falta de recursos para regresar a su lugar de origen se une el miedo a las represalias de las autoridades y tropas birmanas, de las que desconfían a pesar del proceso de reformas iniciado por el presidente Thein Sein el año pasado.

"¿Cómo voy a confiar en los que me echaron de mi aldea y quemaron mi casa? Son los mismos. Todo lo que han hecho es cambiar el uniforme", manifiesta Joseph.

Tampoco contribuye a crear un clima de confianza los esporádicos enfrentamientos que libran el Ejército y facciones de la guerrilla karen, violando el alto al fuego acordado hace un mes por ambas partes.

"Yo no quiero regresar mientras no haya paz. Dicen que han firmado un alto el fuego pero al mismo tiempo continúan produciéndose combates", explica Julliet, una mujer karen de Mae La que, en dos semanas, espera dar a luz a su primera hija.

Mae La es un enjambre de chamizos construidos con troncos, cañas de bambú y hojas secas que, a falta de espacio, trepan también por las colinas que se elevan a pie de carretera dibujando un laberinto de senderos de tierra roídos por la lluvia.

Aquí los relojes sirven de muy poco. Todos los días son iguales, diluvie o haga un calor infernal. Para muchos la actividad diaria se reduce a cocinar la ración de comida, lavar la ropa, sacar agua de un pozo, preparar té o, simplemente, dormitar a la sombra o procrear en la oscuridad de la choza.

A pesar de que está prohibido traspasar los límites del campo, los guardias de seguridad tailandeses miran a otro lado y toleran el constante ir y venir de gente que se cuela por los innumerables boquetes abiertos en las vallas y alambradas para ir hasta el bosque a recoger madera o dar un paseo.

Las reformas políticas iniciadas en Birmania, y que han recibido el aplauso y promesas de ayuda de Europa y Estados Unidos, hacen que se aproxime el cierre de estos campos y la repatriación de los refugiados.

Las autoridades de Tailandia han expuesto este deseo varias veces a Naciones Unidas y a los gobiernos occidentales, aunque han matizado que no desmantelarán los campos hasta que la situación en Birmania sea "segura".

"No es el momento adecuado", opina Eh Thwa, doctora, refugiada y coordinadora de la clínica Mae Tao, situada en localidad tailandesa de Mae Sot y dedicada a la atención médica a inmigrantes ilegales birmanos y a los internos de los campos.

"Hay algunos que quieren volver porque allí tienen casa, tierras o familia. Pero hay otros que no tienen nada, que han vivido veinte años en el campo, que proceden de zonas en conflicto entre las guerrillas y el Ejército ¿Cómo van a regresar estos si sus tierras de cultivo todavía están infestadas de minas?", se pregunta Eh Thwa.

"Aquí no tenemos ningún futuro. Pero allí (en Birmania), tampoco", concluye Julliet. EFE

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