Intimidad y seguridad enfrentadas por culpa de los terroristas

  • La polémica está servida. Tras sumarse Holanda y Reino Unido a la implantación de los escáneres de cuerpo entero en los aeropuertos, el debate se acrecienta y muchos se quejan de una invasión a su intimidad. Mientras en España José Blanco asegura que esperará a ver qué decide la UE, los estrictos controles de seguridad anunciados por Estados Unidos endurecen unas medidas que ya han sido objeto de críticas en el pasado.
Mort Rosenblum | GlobalPost para lainformacion.com

(París, Francia). Nadie -o casi nadie- quiere distracciones ni sorpresas en su vuelo, ni mucho menos una bomba terrorista. Sin embargo, son muy pocos los que están dispuestos a convertirse en improvisadas estrellas del porno.

Mientras los estadounidenses ya se han hecho a la idea de que los agentes de seguridad les miren lascivamente por debajo de la ropa, la reacción en Europa ha sido muy diferente. Holanda y Nigeria han adoptado escáneres de cuerpo completo después que un joven fanático intentara volar un avión con destino a Detroit y el Reino Unido también acaba de anunciar la implantación de los polémicos escáneres.

A los holandeses no les gusta la idea: "La imagen me ha dejado sin palabras", afirma Margaret Binnendyk. "¿Un cretino que me come con la mirada? Esto es una violación en toda regla y ni siquiera me dan un beso. Acabará con el negocio de Playboy".Y Binnendyk sólo nació en Holanda. Tiene la ciudadanía estadounidense y vive en Seattle. Como viaja frecuentemente, apoya un control estricto, pero no quiere que sea algo invasivo ni denigrante.

Las opiniones son muy variadas cuando se trata de estos aparatos "mirones". A quienes van a playas nudistas, la idea les divierte. A otros, cuyas creencias les imponen pañuelos, velos o un burka, no. "Si fuera una rubia vivaz, con senos enormes y capaz de ruborizar a un chaval regordete, entonces lo haría", me comenta una amiga, rubia y vivaz, que vive en Londres. "Pero como he sufrido operaciones quirúrgicas, soy un poco más reticente".

Incluso antes de los atentados de septiembre de 2001, ya había quejas end los controles de los aeropuertos norteamericanos con varios europeos como protagonistas. Hace un tiempo, Air France sancionó a un piloto que, frustrado con pasar una y otra vez por el detector de metal, decidió meterse en la cinta de rayos X. Otro piloto de la misma compañía aérea bromeó con que tenía una bomba en el zapato. Fue acusado de falsedad y podría haber recibido hasta siete años de prisión.

Hace poco, Chloë Doutre-Roussel, una ejecutiva del sector chocolatero, quedó ligeramente perturbada por el tratamiento del agente de seguridad. Sonrió amablemente y comenzó a quitarse la falda. Entonces, fue autorizada a pasar el control del aeropuerto.

Durante un simulacro de emergencia en el aeropuerto JFK, el personal de seguridad se negó a ayudar a un rumano –con visible signos de dolor- para que fuera al baño, que se encontraba a sólo unos metros detrás de una pared de vidrio. Un funcionario le gritó y le dijo que se quedara quieto. Saqué mi libreta y anoté su nombre. Con el ceño fruncido, el agente llamó a su jefe. Discutimos sobre las responsabilidades de los funcionarios públicos y la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU. Es probable que mi nombre ahora esté en algún tipo de lista.

"Viví la época de Ceaucescu", me explicó el rumano, mientras se retorcía de dolor. "Esto es peor". Finalmente, la terminal fue evacuada. Cientos de personas pasaron horas afuera, en la nieve, sin ninguna explicación. Un agente del FBI me explicó, sutil y simplemente, que todo el asunto no había sido más que una reacción exagerada ante un pequeño incidente.

También en el aeropuerto Kennedy fui testigo de cómo una fornida agente de seguridad obligaba a una alemana octogenaria a levantarse de la silla de ruedas y caminar. "Me duele", respondió la mujer. "¿No sabe lo que es el dolor?".

"Sí, sé lo que es el dolor", respondió la agente con desinterés mientras otros pasajeros reían. Cuando la anciana volvió a sentarse, me acerqué para ayudarla. Me gruñó como un animal encerrado. Todos éramos sus enemigos. Y hay más.

Lavinia Percy, una británica de clase alta, con los pies sobre la tierra, piensa que los estadounidenses simplemente han perdido la cabeza. "Es una pesadilla", afirma mientras se le escapa una palabrota. "Es muy fastidioso, no creo que muchos turistas británicos vayan a visitar EE UU". Percy no se fía de dar tanta autoridad –además, arbitraria- a personas que llevan uniforme. "No se puede olvidar que hay mucho pervertido suelto por allí. Si se les da la oportunidad, la aprovecharán".

*(Este artículo ha sido editado por lainformacion.com para adaptarlo al público español.)

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