Cuando Jumilla declaró la guerra a Murcia y prometió “no dejar piedra sobre piedra”

  • Las tensiones separatistas han estado presentes en toda la Historia de España, con mayor o menor intensidad.

    En 1873 se produjeron revoluciones en ciudades y provincias que llegaron al extremo de declararse la guerra unas a otras.

Monedas acuñadas durante el sitio a la ciudad de Cartagena.
Monedas acuñadas durante el sitio a la ciudad de Cartagena.
Archivo

España no vive su peor crisis separatista con el proceso catalán. Hace 142 años, las tensiones separatistas llegaron a tal extremo que unas ciudades llegaron a declarar la guerra a otras. Fue el caso de Granada y Jaén o Jumilla y Murcia.

Y lo hicieron en unos términos que hoy podríamos juzgar irrisibles, como los siguientes:

“La nación de Jumilla desea estar en paz con todas las naciones extranjeras y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si ésta se atreve a desconocer nuestra autonomía y a traspasar nuestras fronteras, Jumilla se defenderá, como los héroes del 2 de Mayo (de 1808), y triunfará en la demanda (…) y a no dejar en Murcia piedra sobre piedra”.

El motivo de semejante despropósito arranca en en 1873, una vez proclamada la Primera República Española tras la abdicación de Amadeo I de Saboya. A mediados de ese año, los republicanos más intransigentes presionaron para crear una repúbica federal, que constituyese la Nación “de abajo hacia arriba”, partiendo de las unidades territoriales más pequeñas, llamadas “cantones”.

Cartagena, Alcoy, Valencia, Castellón, Salamanca, Écija, Toro, Cádiz, Murcia o Jumilla fueron algunas de las localidades que pretendieron convertirse en pequeños estados independientes y decidir sus destinos de forma autónoma. En muchos casos, lo hicieron con la vista puesta en una libre unión con otros cantones hermanos. Pero en otro, la deriva se torció y las desavenencias posteriores condujeron a crisis bilaterales que desembocaron en estrambóticas declaraciones bélicas como la arriba mencionada.La huída a Cartagena

La crisis se desencadenó en julio y se alargó hasta enero del año siguiente, 1874. Solo dos meses antes España acababa de elegir cortes constituyentes, que se supone eran las encargadas de redactar la esperada y primera Constitución federal de la historia del país. España aún no se había apagado el tercer conflicto carlista, especialmente virulento en Navarra y País Vasco, sur de Aragón y algunos focos en Cataluña, Valencia y Castilla La Mancha.

El 1 de julio de 1873 los republicanos más exaltados abandonaron las Cortes, y se unieron en un Comité de Salud Pública, a imitación de la Convención revolucionaria francesa, que se trasladó a Cartagena.

Las defensas naturales de esta ciudad costera la hacían propicia para organizar una resistencia al poder central. En el inicio de la rebelión hubo anécdotas chistosas que pasaron a la posteridad. Una de los sublevados, cartero de profesión, trató de izar una bandera roja, símbolo de la revolución, en el Castillo de Galeras de Cartagena. A falta de tela totalmente roja, utilizó lo más parecido que encontró, una bandera de Turquía. Este hecho dejó muy sorprendido a un comandante leal al Gobierno central que ordenó transmitir el siguiente telegrama al ministerio de Marina: “El Castillo de Galeras ha enarbolado una bandera de Turquía”. Un voluntario rebelde enmendó la confusión con un acto audaz: se abrió las venas para regar con su sangre la media luna blanca de la enseña otomana.

El fuego de la rebelión cantonal se extendió a otras ciudades españolas en Levante, Andalucía y Castilla. En la mayoría de los territorios, se abolían los impuestos menos populares, se aprobaban medidas favorables a los trabajadores y se expropiaban los bienes de la Iglesia. Al menos 32 provincias se encontraban alzadas en armas ora por las insurrecciones cantonales ora por las guerras carlistas. Paradójicamente, algunos territorios carlistas facilitaron el paso de las tropas republicanas que se desplazó el Gobierno para apagar las rebeliones en municipios como Castellón.Contactos con Estados Unidos

Decididos a apagar todos los focos de la revolución, se desplegaron tropas por tierra y mar. Desde el arsenal militar de La Carraca en San Fernández, se comenzó a bombardear Cádiz. Por su parte, del Cantón de Cartagena partieron barcos con el objetivo de extender la revolución a otros puntos de la geografía española como Almería o Málaga. En esta última ciudad, se llegó a exigir el pago de 100.000 duros como contribución de guerra como condición de que los militares abandonaran el pueblo y lo dejasen elegir si querían constituirse en cantón o no.

El general Pavía se encargó de someter las tierras del sur. Sevilla, Cádiz, Jerez de la Frontera, San Roque, Algeciras, Tarifa fueron cayendo una tras otra. Especialmente dura fue la represión en Sanlúcar de Barrameda.

En otoño la revolución cantonalista en España estaba prácticamente sofocada. Resistía aún el foco inicial, el cantón de Cartagena, que había puesto a circular incluso su moneda propia: los duros de Cartagena. Cuando se rodeada por un asedio militar, los revolucionarios iniciaron contactos con el gobierno de Estados Unidos para que garantizara su independencia a cambio... ¡de entrar en la Unión! El entonces presidente de EEUU, el general Ulysses S. Grant, llegó a considerar la propuesta. Pero no hubo tiempo de más.

Sometida a asedio y a bombardeos, con 800 heridos, 12 muertos y la práctica totalidad de los edificios derrumbados, Cartagena se rindió el 12 de enero de 1874. Días antes, el general Pavía daba un golpe de Estado que ponía fin a 11 meses de aventura republicana en España.

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