La 'banalidad del mal' en versión española (o sea, más cutre y chusca)

    • Escuchando las explicaciones de la asesina confesa de Isabel Carrasco me he acordado de Hannah Arendt y de su famosa expresión sobre el mal.
    • Por desgracia, las versiones españolas de las peores tragedias pronto adquieren un componente cutre conribetes de chusquedad.
Triana Martínez, acusada de crimen de Isabel Carrasco
Triana Martínez, acusada de crimen de Isabel Carrasco

La judía estadounidense de origen alemán Hannah Arendt describió el juicio del nazi Adolf Eichmann en Jerusalén con una expresión que pasó a la Historia: "La banalidad del mal". En ella concentró una característica tan real como espeluznante del genocidio judío: la insustancialidad.

Adolf Eichmann fue el ayudante de Reinhard Heydrich, responsable de haber diseñado, por orden de Himmler (y éste a su vez por orden de Hitler), la tristemente célebre Solución Final contra el pueblo judío. Cuando Heydrich murió por atentado en Praga, Eichmann dirigió con tremenda eficacia durante cuatro años aquella industria del exterminio.

La defensa de Eichmann durante el juicio puede resumirse en una frase: "Yo sólo cumplí con mi obligación. Un soldado no puede negarse a cumplir las órdenes, por duras que éstas sean, y menos en tiempo de guerra".Frente a un mequetrefe

Arendt captó como nadie la situación de aquel hombre. Antes de comenzar el juicio, esperaba encontrarse con un monstruo, alguien capaz de mandar con una sola orden a cientos de miles de mujeres y niños a las cámaras de gas. Cuando terminó, se vio frente a un mequetrefe.

Un individuo que podría confundirse en cualquier oficina de cualquier administración de segundo orden, pública o privada. Un personaje celoso de su trabajo e incapaz de plantearse la diferencia entre sellar un expediente y arrancarle los dientes de oro a un anciano para después asfixiarlo y fabricar jabón con sus restos.

La escritora comprendió entonces que el mal, llevado a su extremo, no deja de exhibir su versión más vulgar."O ella o mi hija"

Escuchando las explicaciones de la asesina confesa de Isabel Carrasco me he acordado de Arendt y de su famosa expresión. Sí, el mal es muy banal. Lo comprobamos al escuchar a Montserrat Martínez negando que tuviera opciones en el momento que mató a Isabel Carrasco: "Era ella o mi hija".

Por mucho que añadamos cifras o ceros a los crímenes, apenas difieren en su naturaleza último. En todos ellos subyace la ilusión de un bien mayor. Montserrat se siente aliviada de que, en lugar de asistir al entierro de su hija Triana, pueda compartir ahora con ella una triste celda. No se arrepiente de lo que ha hecho. Era ella o su hija, insiste. "Yo por mi hija mato". ¿Quién no ha escuchado o pronunciado esta expresión o alguna semejante?

Por desgracia, las versiones españolas de las peores tragedias pronto adquieren un componente cutre con ribetes de chusquedad. Triana ha explicado con detalle cómo se zafó de un presunto acoso sexual de la víctima. Entonces, siempre según su versión, comenzaron sus problemas laborales. Porque, ¡ojo!, el crimen tiene su origen en un conflicto de carácter laboral. Un problema que las personas normales solucionan cambiando de trabajo, iniciando un nuevo proyecto, buscando otra ocupación.

Triana se hubiera ahorrado más de un disgusto de haber tomado una decisión muy simple en el momento adecuado. Y varios años de cárcel. Y una vida rota. Y un futuro negro, siempre acompañado de una palabra indeleble: "criminal".

Arendt tenía razón. Qué poca entidad hay tras el mal. Y qué tono más cutre y chusco adquiere en ocasiones.

Sigue @martinalgarra

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