Llega el frío, pero no la ayuda, a los campos de refugiados sirios en Líbano

  • Las frías temperaturas llegan poco a poco a los campos de refugiados sirios en el Líbano, que ven cómo las ayudas recibidas por parte de la comunidad internacional son cada vez más escasas, lo que ha hecho saltar las alarmas de las organizaciones humanitarias que trabajan en la zona.

Zahle (Líbano), 30 nov.- Las frías temperaturas llegan poco a poco a los campos de refugiados sirios en el Líbano, que ven cómo las ayudas recibidas por parte de la comunidad internacional son cada vez más escasas, lo que ha hecho saltar las alarmas de las organizaciones humanitarias que trabajan en la zona.

En los nuevos locales del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Zahle, en el valle oriental de la Bekaa, la coordinadora en el terreno de las actividades de esta institución, Maeve Murhpy, se queja de "haber recibido solamente el 40 % de los fondos necesarios y de no saber qué se puede esperar para el próximo año".

Del 1.144.750 refugiados sirios que han llegado al Líbano desde que comenzó el conflicto en Siria en marzo de 2011 -el 38 % de los que acoge la región-, 140.000 viven en el valle de la Bekaa, repartidos en 840 asentamientos.

Con la llegada del invierno, ACNUR ha preparado un programa especial, orientado, sobre todo, a aquellos que viven a más de mil metros de altitud, donde el frío, la lluvia y la nieve son más intensos.

Ese programa pretende donar 175 euros mensuales, además de mantas y gasóleo para las estufas, a los refugiados más necesitados que habitan la zona.

"Es una situación muy compleja, trabajamos entre otros con Handicap International, Save the Children, Oxfam, la Cruz Roja libanesa y otras ONG, para coordinar la ayuda y, de este modo, alcanzar a un mayor número de personas, impidiendo que una misma familia reciba todas ellas", señala Murphy.

Los refugiados que llegan a las dependencias de ACNUR presentan sus documentos, con el objetivo de demostrar que los antiguos siguen en el país y de inscribir a los nuevos.

Junto al documento que les identifica, se les entregan tarjetas bancarias, cuyo uso aprenden en una sala especial.

"Es muy difícil, ya que tratamos con muchas personas a la vez y tenemos que verificar todo para impedir que se cometan fraudes", resalta.

Entre los refugiados que esperan recibir la confirmación de su registro está Em Mohamad (nombre ficticio) que afirma a Efe que tuvo que huir al Líbano con su marido y su hijo porque ya no soportaban las bombas.

"Queremos volver a nuestro país, donde vivimos mucho mejor. Echamos de menos todo, pero no podemos hacerlo por la situación en Abu Adh Dhuhur (noroeste), donde los combates se centran sobre todo alrededor de la base aérea", señala Mohamad.

Sin embargo, las aspiraciones de su compatriota Nur Mardini es completamente diferente.

"Solo queremos emigrar. Mi marido está enfermo del corazón y, aunque podría tratarse en Damasco, volver a Siria significaría la muerte para él. Queremos vivir una vida normal sobre todo por nuestras hijas, y para que mi marido pueda ser tratado y volver a trabajar para tener una vida digna", asegura Mardini.

En el hospital de Yub Yenin, también en el valle de la Bekaa, el doctor Mohamad Hamed Farhat explica a Efe que tienen un acuerdo con el Gobierno libanés, el ACNUR y otros organismos para tratar a alrededor de 300 refugiados sirios al mes.

Sin embargo, señala que "la situación es difícil", ya que el tratamiento les cuesta 10.000 dólares al mes y desde hace dos años no les llega la ayuda prometida.

Uno de los enfermos que recibe Farhat es Ibrahim Mustafa Mohamed, que sufre problemas estomacales y anemia, pero no tiene dinero para pagar las bolsas de sangre para la transfusión, y solo la primera la paga ACNUR.

Su problema, sin embargo, no se limita a esto, según dice su cuñado, Náser Husam Ahmar, que señala que Mohamed tiene una especie de esquizofrenia tras haber pasado nueve meses en la cárcel donde fue torturado por participar en una manifestación pacífica.

Lo mismo le ocurre al hijo de Ahmar, un recluta del Ejército que, con 23 años, ha pasado tres en la cárcel. "La única esperanza que nos queda es emigrar", concluye Ahmar.

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