Pierre Gonnord, el fotógrafo que dispara como pintaba Velázquez

  • Empezó fotografiando a vecinos de su barrio y poco a poco su cámara le llevó lejos de Francia: España, donde vive desde 1988, Italia, Portugal, Japón, Estados Unidos, países a los que Pierre Gonnord, ha ido en busca de sus modelos, gente con "carisma", inmortalizada con una estética próxima a Velázquez.

Catalina Guerrero

Madrid, 2 oct.- Empezó fotografiando a vecinos de su barrio y poco a poco su cámara le llevó lejos de Francia: España, donde vive desde 1988, Italia, Portugal, Japón, Estados Unidos, países a los que Pierre Gonnord, ha ido en busca de sus modelos, gente con "carisma", inmortalizada con una estética próxima a Velázquez.

Una selección de 150 retratos que Gonnord (1963, Cholet) efectuó entre 1999 y 2012 han sido compilados en el volumen "Pierre Gonnord", editado por La Fábrica y que hoy presenta en Madrid el propio fotógrafo en conversación con el escritor Juan Bonilla, quien prologa la cuidada obra en español, inglés y francés.

"Retratista viajero", Gonnord se ha significado por "su interés, curiosidad o directamente amor por grupos sociales marginados, por razones económicas o étnicas", así como por "explorar la identidad" del retratado para "alcanzar algo de su intimidad", escribe Bonilla.

"Busco a gente con carisma, con fuerza moral", subraya a Efe Gonnord, quien enmarca su trabajo en "un proyecto personal, a largo plazo" en el que invierte su "entusiasmo" y toda su "fe".

Y esa búsqueda le lleva, explica, a las "raíces", lejos del mundo urbano, al mundo rural, a la mina o a grupos de excluidos, como los gitanos o inmigrantes, porque le parece fundamental hacer una "reflexión" sobre el mundo que estamos construyendo.

El volumen compila fotografías de las series realizadas en sus viajes por Madrid, París, Osaka, Sevilla, Venecia, Lisboa, Asturias o Alabama. Se abre con "Charlotte" (2010), una niña pelirroja que mira al espectador fijamente desde la portada, y se cierra con "Julia" (2011), una elegante nonagenaria, "vendedora de pescado en la costa portuguesa", en la contraportada.

Y es que, insiste, él busca "la belleza de la fuerza moral, no la belleza estereotipada, sino la belleza del tiempo, lo esencial".

"Los nombres, en las fotografías de Gonnord, nos acercan a esos seres que las pueblan: no son ya solo rostros que nos miran". Una forma, añade Bonilla, de "excavar" en la intimidad de los elegidos.

Tienen nombre, pero no apellidos, y su lugar en el mundo apenas está apuntado, ya que son fotos que carecen de referencias externas, sin más contexto que el rostro o la mirada del retratado, aunque en sus trabajos más recientes, señala Gonnord, ha empezado a introducir el paisaje como "apunte".

Casi siempre oscuros, los fondos subrayan esos primeros planos o planos medios cuya iluminación da, a veces, una carga de dramatismo.

Y "disuelve", indica Bonilla, la época en la que se enmarcan sus retratos para "volverlos intemporales".

Algo que hace que muchas de sus fotos parezcan, a primer golpe de vista, cuadros de Velázquez, Ribera o Rembrandt. Pintores del siglo XVII, cuyas obras están dotadas, dice Gonnord , "de una gran carga psicológica por su gran economía de medios".

Destaca en los retratos de este francés "madrileño", que tiene obra en el Reina Sofía, el "silencio" que parece reinar en ellos.

Él sale con su cámara en búsqueda de individuos atrapados en un territorio o en un colectivo definido por razones sociales o económicas, pero con una visión más universal, ya que "si el retrato no te invita al viaje no sirve de nada", afirma, contundente.

El objetivo, personal e inconfundible de Gonnord, se posa siempre en el rostro humano, ese territorio que "nunca es el reflejo del alma" sino "de una vivencia", ya sea de un minero asturiano, un campesino gallego, un judío veneciano, un gitanillo sevillano, un negro de Alabama, un vagabundo parisino, un ciego, un enfermo mental o un expresidiario.

Son seres que forman parte de las series "Regards", "Utópicos", "Testigos", "Terre de personne" y "Territoires".

Los únicos rostros conocidos del volumen que ve ahora la luz son los de un jovencísimo David Delfín y su musa, Bimba Bosé, que comparten con el resto de modelos elegidos por Gonnord la seriedad, la profundidad con la que miran.

En cierto modo, una forma de desnudar el alma, sin quitarse nada.

Por eso, "cuidado", advierte Bonilla, porque a través de la cámara de Gonnord, de formación economista, "hay mucho mundo mirándonos y mucho mundo en el que mirarnos".

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