Sólo el paso del tiempo y un petrolero pudieron con Manuel Fraga

  • Generaciones enteras se escandalizaban o se emocionaban con él. Millones de personas le odiaban o le veneraban. Fue jefe en la dictadura y en la democracia, que unos pensaban que contribuyó a crear, y otros que llegó a devaluar.

Ana Viqueira

Santiago de Compostela 15 dic.- Generaciones enteras se escandalizaban o se emocionaban con él. Millones de personas le odiaban o le veneraban. Fue jefe en la dictadura y en la democracia, que unos pensaban que contribuyó a crear, y otros que llegó a devaluar.

Su populismo, el del hombre que nunca tuvo que comprar un billete de autobús porque siempre anduvo en coche oficial, fue capaz de enardecer a las masas: a favor y en contra. Nadie en España se ha mostrado en sesenta años indiferente ante el "ciclón Fraga".

Hasta su retirada en 2011 fue el político en activo más viejo de Europa y sólo el tiempo y el petrolero Prestige lograron vencerle en Galicia, su último destino político, al que siguió vinculado con su designación como senador autonómico.

Un fascista, un gran español, un hombre trabajador, colaborador de Franco, "antigallego" o defensor de Galicia. Cualquier tipo de descripción, elogio o crítica dispar convivió durante decenios en bares, conciliábulos políticos o discusiones entre amigos para una abrumadora personalidad, el "León de Vilalba", a la que únicamente la ancianidad concedió el beneficio de la ternura.

Él mismo se presentó siempre como un acorazado. "Voy a cansarlos a todos", dijo en una entrevista con EFE antes de presentarse a sus primeras elecciones en Galicia, lo que logró con creces en sus quince años en el poder (1989-2005), hasta que un petrolero, en una aciaga noche de noviembre de 2002 consiguió hundirle dos años después en las urnas.

"¿Quién es ese señor tan impertinente que ha hecho una pregunta tan inteligente", le inquirió Fraga en los años 90 a un colaborador de la vieja guardia, ante una observación considerada irreverente de un periodista gallego.

Y es que este hombre que soportó siempre bien a los aduladores, "Don Manuel" parecía a veces sentir cierta fascinación por lo contrario, que le era tan ajeno.

Tanto, que uno de sus estrechos colaboradores, el que fuera conselleiro de Presidencia Jaime Pita, llegó a decir en un acto electoral que Fraga era "presidente del PP gallego, presidente fundador del PP nacional, presidente de la Xunta.....¡presidente de todo¡".

Daba órdenes sin contemplación y son célebres sus expresiones "Esto es intolerable"; "Y punto", "Váyase usted a tomar....por donde corresponda" o "Que pasen los antidisturbios", que dijo en un acto público ante una protesta estudiantil, una frase que, como muchas de las suyas al final de su mandato, más que crear temor, provocaba comicidad.

Como la extraña sensación que causó a un grupo de periodistas invitados a su casa de Perbes verle montar una bronca a su asistenta por haber colocado unas tazas para la queimada, a su juicio, de manera equivocada. La mujer respondió con una tranquilidad pasmosa: "Sí, sí, don Manuel", con un ademán que podría traducirse: "No es tan fiero el león como lo pintan".

Con sus mayorías absolutas en Galicia, este corredor de fondo que sufrió altibajos en la trayectoria de la derecha, a la que pilotó en la transición, consiguió en su tierra los mejores resultados de una fuerza política en España.

Antes había fracasado en su tentativa de llegar a la Moncloa, con su carga de ministro franquista encima y su perfil de derecha dura, pero también con lo que algunos consideraron el mérito de haber sabido aglutinar al conservadurismo en una época en que estaba atomizado y de haber civilizado a la extrema derecha.

El veterano dirigente conservador, a quien sucedió en el liderazgo del PP de Galicia tras la pérdida de la Xunta el actual presidente, Alberto Núñez Feijóo, instauró en Galicia con sus mayorías la llamada "Pax fraguiana", en la que nadie de su entorno se atrevía ni a ganarle al dominó.

Esta aparente paz se tradujo en que era el centro de todo: opinaba desde el conflicto de Nagorno-Karabaj al problema del pimiento de Padrón; en un férreo control de la prensa durante algunos años y en innumerables libros blancos, "retiros" espirituales con sus conselleiros en monasterios; kilómetros recorridos y frases célebres y chocantes, como que el condón es "una barrera para el placer y una telaraña para el contagio".

El Fraga ministro de Franco; el Fraga de tirantes con los colores de la bandera española; el Fraga de "la calle es mía"; el Fraga que pidió, dejando perplejo a su partido, la administración única; el Fraga hablando de las mujeres de una manera que hoy sería políticamente incorrecta; el Fraga que se entrevistó con Fidel Castro o visitó la Libia de Gadafi; el Fraga que fue (sólo a los primeros minutos y en la sala VIP) a un concierto de Bob Dylan o el Fraga lloroso invocando a Galicia y hablando mejor gallego que muchos de sus adversarios políticos de izquierdas son el mismo Fraga: avasallador.

Fue un hombre fuerte pero de lágrima fácil cuando se refería a Galicia o a la emigración, ya que sus padres y él mismo, de niño, vivieron en Manatí (Cuba); un hombre de la clásica derecha española que emocionaba a sus paisanos afines haciéndose pasar por uno de ellos.

De su herencia política quedan muchos debates, el más actual, el problema que dejó tras su marcha, la Ciudad de la Cultura, su gran sueño y el grave conflicto para sus sucesores, dada la envergadura económica del proyecto.

Tras las elecciones que perdió, Fraga redujo su maratoniano nivel de actividad y se fue al Senado, donde en su última intervención en pleno pidió la palabra para apuntar a un senador nacionalista que no admitía lecciones de galleguismo.

El más madrugador de los senadores, un político que durante su presidencia se levantaba con recortes de periódicos de todas las ediciones comarcales que iba repartiendo entre sus conselleiros para que resolviesen asuntos, dejó definitivamente su actividad el pasado septiembre.

Enfermo desde hace años, Manuel Fraga falleció recién cumplidos los 89, haciendo realidad una frase a él atribuida o bien leyenda urbana que circulaba en los corrillos de la prensa: "Soy como un ciclista: si me paro, me caigo".

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