"The Act of Killing", masacres a ritmo de chachachá

  • Magdalena Tsanis.

Magdalena Tsanis.

Madrid, 28 ago.- "Al principio les golpeábamos hasta morir, pero había demasiada sangre". Anwar Congo, protagonista del documental "The Act of Killing", describe así a la cámara los métodos de tortura empleados durante la masacre de al menos medio millón de indonesios tras el golpe militar de Suharto en 1965.

Después sonríe y baila el chachachá en la terraza del edificio donde acaba de recrear uno de los múltiples métodos de matar que él mismo ha empleado cientos de veces.

El director del largometraje, Joshua Oppenheimer, fue el primer sorprendido por la naturalidad y el orgullo con el que los asesinos alardeaban de sus crímenes, según ha dicho a Efe, y entrevistó a más de cuarenta para preparar la película, que se estrena en España este fin de semana.

"Empecé de forma muy delicada a hacer preguntas indirectas, del tipo 'a qué te dedicabas antes de jubilarte'", y "me quedé horrorizado al descubrir que absolutamente todos los asesinos con los que hablé respondían de forma abierta y grotesca, presumiendo de sus matanzas masivas delante de sus esposas y sus nietos", asegura.

La idea inicial del director tejano, que ha tardado ocho años en documentar, filmar y editar este trabajo, era recoger los testimonios de los supervivientes de las matanzas, pero resultó imposible.

"Cada vez que grabábamos venía el Ejército y nos impedía seguir, se llevaban el equipo o las cintas, claramente los supervivientes tenían prohibido hablar", dice sobre un país en el que, después de 32 años de dictadura, nunca ha habido comités de la verdad y la reconciliación.

Así fue como encontró al septuagenario Anwar, un hombre que pasó de ser delincuente de poca monta que vendían entradas de cine en el mercado negro a comandar un escuadrón de la muerte y a alimentar sus perversas fantasías a base de alcohol, éxtasis y películas de gángsters.

Pero Oppenheimer también vio en él, a diferencia de otros, "a un hombre que no podía olvidar su dolor verdadero, aunque lo estaba intentando con todas sus fuerzas".

Uno de los elementos más impactantes y originales de la película -apadrinada por Werner Herzog- es el hecho de que los criminales escenifican sus propias atrocidades, conscientes y encantados de convertirse en "estrellas" del celuloide, algo que hicieron sin truco ni incitación alguna.

"Recreaban de forma espontánea los asesinatos y de pronto lamentaban, por ejemplo, que habían olvidado llevarse un machete para hacerlo más exacto", explica.

De este modo el director aparcó la pregunta sobre qué ocurrió en 1965 que propulsó inicialmente el proyecto, para averiguar qué está ocurriendo ahora en el país. Y se dio cuenta de que, si les dejaba hacer, podía obtener respuestas.

"Yo les decía: 'Mira, has participado en una de las más grandes masacres de la historia, toda tu sociedad está basada en eso, quiero averiguar qué significa para ti y para tu país, si quieres enseñarme lo que hiciste, adelante, yo lo filmaré y a ver cómo te sientes, cómo lo ves", cuenta.

Para Oppenheimer, lo mejor de la película, que ha triunfado en festivales como la Berlinale, el Documenta Madrid o los de Barcelona y Sheffield, es que ha reabierto el debate sobre la impunidad y el olvido en Indonesia.

Él y la codirectora, Chistine Cynn, sabían que si intentaban distribuirla por los canales habituales no pasaría el filtro de la censura. Por eso organizaron proyecciones, el otoño pasado, en la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos en Yakarta.

Invitaron a periodistas, directores de cine, historiadores, activistas... Y la prensa empezó a hablar de "un antes y un después en la Historia de Indonesia -afirma el director-, los periódicos se atrevieron a romper el silencio sobre lo que ocurrió".

Tras el impacto mediático llegaron las exhibiciones en salas: 50 proyecciones en 30 ciudades en diciembre, 500 proyecciones en 95 ciudades en abril y "desde entonces miles de personas pidiendo copias para exhibirla".

Otra gran recompensa tras un rodaje "emocionalmente muy difícil" para Oppenheimer, ha sido "ver cómo reacciona el público, al darse cuenta de que no es sólo una historia lejana de Indonesia sino sobre qué significa ser humano".

"El público ve que estamos mucho más cerca de los criminales de lo que queremos creer y que todos nos contamos historias para justificar nuestras acciones y vivir", señala.

Lo peor, por otro lado, es no poder volver a Indonesia y sobre todo, que el equipo indonesio de la película, que permanece en el anonimato, no pueda viajar a presentar la película por el mundo.

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