Un auténtico Grande de España

  • La primera presidencia del gobierno de Adolfo Suárez, la que englobó la ley para la reforma política y el proceso constituyente, ha sido seguramente la etapa más ilusionante de la historia moderna de España. Los que tuvimos la fortuna de vivirla en butaca de preferencia -en mi caso, la tribuna de prensa de las Cortes- la recordaremos como una época emocionante.

Cristino Álvarez

Madrid, 23 mar.- La primera presidencia del gobierno de Adolfo Suárez, la que englobó la ley para la reforma política y el proceso constituyente, ha sido seguramente la etapa más ilusionante de la historia moderna de España. Los que tuvimos la fortuna de vivirla en butaca de preferencia -en mi caso, la tribuna de prensa de las Cortes- la recordaremos como una época emocionante.

Todos, bueno, no: casi todos, estábamos implicados en hacer un país nuevo. Y dedicábamos nuestros mejores esfuerzos a ello. El hombre que nos ilusionó, que nos contagió, fue precisamente Adolfo Suárez. Con ayuda, claro: en primer lugar, el propio pueblo español, deseoso de pasar de las tinieblas políticas a la luz; después, los políticos de la época, prácticamente todo el arco parlamentario, que nos hicieron conocer una palabra que nunca habíamos usado: consenso. Y, naturalmente, la trinidad autora: el Rey, que dijo el fiat "hágase"; Suárez, que fue y es la imagen de ese proceso y responsable del "qué"; y una tercera persona que, desde una fila que podía parecer secundaria, pero que en ningún modo lo era, ideó y aplicó el "cómo": Torcuato Fernández Miranda.

Una de las frases más conocidas de los discursos de Adolfo Suárez, además del ya clásico "puedo prometer y prometo", fue aquella en la que dijo querer hacer políticamente normal lo que en la calle era normal. Como declaración de intenciones, estupenda; pero lo que se buscaba no era, para nada, normal en la calle entonces. Era lo que se quería, la meta, el objetivo, el ideal... pero no un estado. Llegó a serlo entre todos, contagiados del espíritu y el entusiasmo del presidente Suárez.

Fue magnífico trabajar entonces en el parlamento, con un Suárez creciente, aún no atacado, al menos dentro de las Cortes. De cerca, él era capaz de hacer ver a cualquiera las cosas como las veía él: arrasaba, convencía. Tenía carisma. Era el hombre necesario. Y supo guiar todo por el método del convencimiento, del diálogo, y no de la imposición. Momentos inolvidables, que espero, sinceramente, que sean irrepetibles porque no haya motivo para repetirlos. Una epopeya como la del período 1976-1979 llena por sí sola varias generaciones.

Seguimos con esa ilusión todos y cada uno de los movimientos del presidente. Nadie podrá olvidar el llamado "sábado rojo", cuando hasta los más escépticos comprendieron que aquello iba en serio. Y tanto que iba. El propio Suárez, antes de acceder a la presidencia, nos había explicado lo que tenía que pasar, a mi colega Paco López de Pablo -entonces en Logos- y a mí, en una larguísima charla en la puerta de lo que hoy es el Senado... Lo que adelantó aquella noche se cumplió, punto por punto.

Hoy lamentamos que le llegue el momento de irse. Pero la pena es algo menor sabiendo que ocupará su sitio en la Historia de España, y en esta ocasión no es una frase retórica: así será. En la historia y en la gloria reservada a quienes entregaron a su país todos sus esfuerzos. Por fin, el presidente podrá disfrutar de la obra bien hecha, recuperados sus recuerdos, al lado de Amparo y Marian... Adiós, Presidente: tú sí que eres, de verdad, un Grande de España.

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