Un dibujante berlinés convierte en cómic la imaginería mexicana de difuntos

  • Sergio Andreu.

Sergio Andreu.

Barcelona, 6 ene.- El dibujante berlinés Felix Pestemer siempre se había sentido fascinado por la macabra y colorista imaginería mexicana entorno al mundo de los difuntos, una atracción que ha plasmado en el cómic "El polvo de los antepasados", donde, además, rinde homenaje a los pintores muralistas latinoamericanos.

En "El polvo de los antepasados" (La Cúpula), Pestemer, que vivió un par de años en México, donde conoció en vivo estas tradiciones, narra el regreso del vigilante de un museo al pueblo de su infancia, un retorno truncado por un accidente mortal de tráfico que hace añicos el espejo que separa a vivos y difuntos y permite que las historias de unos y otros se entremezclen.

El autor, de 36 años, que realizó estudios de ilustración en Barcelona, es un recién llegado al mundo del cómic y que explica en una entrevista a Efe la gestación de esta obra pensada inicialmente como un proyecto visual, pero que al final se convirtió por encargo en una novela gráfica.

-Pregunta: ¿Qué es "El polvo de los antepasados"?

-Respuesta: Es una novela epistolar ilustrada. Todo el texto se basa en una carta de un tal Eusebio Ramírez, vigilante en un museo de máscaras en México D.F., que intenta hacer las paces con una familia y en el Día de los Muertos esto quiere decir: hacer las paces con los vivos como con los muertos.

-P: ¿Cómo fue la creación de la historia?

-R: No había planificado dibujar/escribir un cómic. Empecé el proyecto con la idea hacer un pseudodocumental sobre las tradiciones mexicanas en Todos los Santos y contraponer un más allá inspirado en las calaveras mexicanas y las representaciones de la muerte en el arte popular.

Una beca del Servicio alemán de intercambio académico me dio la oportunidad de sumergirme en este mundo exótico, investigarlo profundamente antes de empezar. En 2009 publiqué "Polvo-Día de los Muertos", un libro ilustrado en una edición limitada con el apoyo de la Embajada de Alemania en México y varias instituciones más.

Cuando las editoriales Actes Sud y el Avant Verlag vieron el libro, me ofrecieron publicarlo si ampliaba la historia y la desarrollaba en novela gráfica. Dediqué 2011 sólo a este trabajo que ahora publica La Cúpula.

-P: Es una obra donde lo gráfico está netamente más presente que el argumento, que el guión...

-R: Al principio quería contar la historia entera solo a través de imágenes, como un homenaje a los muralistas mexicanos. Me impresionaban sus obras tan narrativas, con representaciones emblemáticas pero ni una palabra. En el fondo mantuve ese concepto: la mayoría de las anécdotas y retrospectivas del libro no requieren un texto. La carta del protagonista más bien sirve para unirlo todo, darle un trasfondo común.

-P: ¿Qué es lo que más te sorprende de la relación que hay en México y en parte de Latinoamérica con sus muertos?

-R: No sólo que todavía parecen estar por ahí, en nuestro mundo, sino que tienen una presencia permanente, una gran importancia e influencia en la vida de los vivos, no sólo en la literatura.

-P: ¿En Europa y en los países occidentales se teme demasiado a la muerte?

-R: Claro, pero de hecho eso es algo bastante comprensible y difícil de cambiar. Lo que debe hacer cada uno es rememorar su propia mortalidad y la caducidad de la vida.

-P: ¿Cuál ha sido su inspiración gráfica?

-R: La cultura mexicana, que es un mundo de imágenes en sí que me fascina e inspira como artista; el Día de los Muertos, el sincretismo con una forma del catolicismo muy materialista y al mismo tiempo muy sensual, el culto a la muerte, las máscaras, las calaveras de Posada...

-P: Uno de los aspectos más destacables de este trabajo es que sirve para desenmascarar las leyendas sobre los difuntos a quienes el tiempo convierte en héroes o en buenas personas cuando en vida no lo eran...

-R: Sí, la realidad y en lo que ésta se convierte con el paso del tiempo no son la misma cosa. Mis ilustraciones narrativas me permitieron introducir un truco especial: las imágenes y el texto cuentan dos historias diferentes. Solo el lector que sabe "leer" los dibujos, también sabrá qué pasó de verdad.

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