Una nueva vida tras media en la cárcel para los presos palestinos liberados

  • Jaled Asqara luce un polo gris reluciente, unos pantalones vaqueros nuevos, unas botas Timberland recién compradas y una sonrisa que no se le desdibuja un instante: en la madrugada del miércoles salió de prisión tras 23 años encerrado y ahora empieza una nueva vida.

Ana Cárdenes

Sarafida il Asqara (Cisjordania), 15 ago.- Jaled Asqara luce un polo gris reluciente, unos pantalones vaqueros nuevos, unas botas Timberland recién compradas y una sonrisa que no se le desdibuja un instante: en la madrugada del miércoles salió de prisión tras 23 años encerrado y ahora empieza una nueva vida.

Es uno de los 26 afortunados que entraron en la primera tanda de los 103 palestinos presos desde antes de los Acuerdos de Oslo de 1993 que Israel excarcelará a cambio de lograr el reinicio de las negociaciones de paz.

Sus familiares y amigos lo sacaron el miércoles a hombros de la Muqata, la residencia donde el presidente Mahmud Abás recibió a los presos y cientos de personas les dieron una bienvenida de héroes.

Ahora toca reconstruir su vida. Empezar paso a paso.

Jaled fue encarcelado en 1991, durante la Primera Intifada, por matar a una turista francesa, Annie Ley, en el restaurante en el que trabajaba en Belén; un crimen que reconoció ante la corte militar que le juzgó y del que asegura que no se arrepiente, a pesar del precio que ha pagado.

"Palestina y la lucha son más importantes que mi tiempo en prisión", dice a Efe este hombre de 42 años, que era un muchacho de 18 años cuando lo condenaron a cadena perpetua.

Cuando se le pregunta si piensa en su víctima, asegura que "los dos bandos tuvieron víctimas. Todos perdieron, era la Intifada, era una guerra".

Sin embargo, después de más de media vida en prisión, cree que no es momento de seguir la lucha, sino de apostar por la paz.

"Yo he hecho mucho por la causa palestina en el pasado, cuando fue necesario. Pero hay un tiempo para todo y ahora es tiempo de sentarse a negociar. Quiero dedicarme a contribuir para unir a los palestinos e israelíes en un proceso de paz", asegura.

Conoce las limitaciones y afirma que "con el actual gobierno israelí de derechas es muy difícil negociar", pero tiene esperanzas porque cree que "acordar la paz hará tanto bien a los israelíes como a los palestinos. Ellos también la necesitan".

Jaled se siente "muy, muy feliz de recuperar la libertad, de poder empezar de nuevo, vivir como una persona normal y crear una familia", pero, al mismo tiempo, asegura que también es duro dejar a los compañeros que le han acompañado en prisión durante 23 años, que han sido para él una verdadera familia.

Las condiciones de su libertad le prohíben salir del distrito de Belén, donde se encuentra su pueblo, durante el próximo año. Si las viola, Israel podría forzarle a cumplir completa su condena.

En los próximos meses, espera la visita de otros presos que salieron antes que él y a los que no podrá ir a ver por sus limitaciones de movimiento.

A las afueras de la vivienda de su hermana Saada, donde se ha instalado, la familia ha colocado una carpa adornada con banderas y carteles con su foto y un centenar de sillas en las que siguen recibiendo a las decenas de vecinos que se acercan a congratular a la familia y al preso liberado.

Entre los visitantes no faltan algunas candidatas al matrimonio y Saada asegura que las mujeres de la familia "ya tienen a varias echadas el ojo".

"Muchas quieren casarse con él, es un orgullo casarse con un preso", asegura la hermana.

"Teníamos un gran sueño y se ha cumplido, Alá está con nosotros porque tenemos razón. Durante años soñaba con abrazarlo, porque las visitas son siempre detrás de un cristal y hablando por un teléfono", se queja, sin abandonar su sonrisa.

Dice que "la comida en prisión es muy mala" y que para recibirlo le ha cocinado, entre otras delicias, "warak dawali", hojas de parra rellenas de arroz, uno de los platos palestinos más típicos que, asegura él, le supieron a gloria tras dos décadas de comida de rancho.

Lo primero que hicieron los once presos que fueron puestos en libertad en Cisjordania (los otros quince fueron a Gaza) fue visitar la tumba del histórico líder palestino Yaser Arafat en la Muqata de Ramala, un momento en el que a más de uno se le saltaron las lágrimas, según narra Jaled.

Después, fue trasladado a su pueblo, acompañado de familiares y amigos eufóricos de tenerle de vuelta.

Desde entonces no ha dejado de recibir a gente a mucha de la cual -incluidos todos sus sobrinos- ya no reconoce, porque Israel solo permite las visitas de familiares de primer grado.

Sus hermanos le van diciendo uno por uno quién es quién.

Uno de sus ocho hermanos, Ali Hamad, solo pudo visitarlo tres veces en 23 años, por limitaciones impuestas por los servicios de seguridad israelíes, asegura.

"Jaled no tiene buena salud, está muy delgado y tiene problemas de estómago. Esta semana lo llevaremos a un médico para que le haga todos los exámenes", explica Ali, que resalta que "sobrellevar su ausencia ha sido muy difícil".

El recién liberado dice que, de las condiciones en prisión, lo peor es la falta de asistencia médica de calidad, y se queja también de la falta de libros y de posibilidad para estudiar, la prohibición de llamar por teléfono a la familia, la imposibilidad de tocarlos durante las visitas y el trato denigrante de los carceleros.

"Ayer por la mañana, por primera vez después de 23 años, me senté a la mesa a desayunar con todos mis hermanos y hermanas", dice sonriente y, acto seguido, destaca que lo que más lamenta es que hayan fallecido sus padres antes de verlo salir de prisión.

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