Biden vs Biden: un año de recortes y reformas fallidas

El presidente de EEUU afronta el momento más difícil desde que derrotara a Trump en 2020: se juega el bastión de Virginia frente a los crecidos republicanos mientras lucha por cumplir sus promesas electorales

La luna de miel acabó para Joe Biden cuando se cumplieron sus primeros cien días en la Casa Blanca. Lo que seguramente no anticipó el presidente estadounidense es que los cien siguientes se le fueran a complicar tanto por las fracturas entre las distintas facciones del Partido Demócrata, hasta el punto de forzarle a dar recortes a su plan de gasto e infraestructuras para preservar el pilar sobre el que se sustenta su ambiciosa agenda progresista.

Biden se presentó a las presidenciales de 2020 utilizando entre sus argumentos principales que era el único entre los candidatos no solo capaz de aplacar a Donald Trump, sino también como el mejor capacitado, gracias a su larga trayectoria en el Congreso, para navegar entre las divisiones con los políticos republicanos y sacar adelante paquetes legislativos consensuados. Sin embargo, esa capacidad de negociación está siendo puesta a prueba.

La presidencia Biden está en un momento crucial, porque debe mostrar sus logros al electorado a un año de las legislativas. Y también de cara al exterior, con las cumbres del G20 a final de mes en Roma y, justo después, la del clima en Glasgow. Pero la primera verdadera prueba de fuego será el próximo 2 de noviembre en las elecciones a gobernador en Virginia, el 'patio de Washington'.

Hace doce años que los republicanos no ganan unas elecciones en ese estado y los sondeos muestran una contienda muy reñida del empresario Glenn Youngkin, un antiguo ejecutivo del grupo de inversión Carlyle, con el demócrata Terry McAuliffe, que ya fue gobernador entre 2014 y 2018. Los estrategas políticos ven en estas elecciones un claro indicador de cómo irán las cosas en las legislativas a medio mandato de la presidencia, en 2022.

Donald Trump ya apoyó la candidatura de Youngkin en mayo. Participó incluso en un controvertido evento el pasado 13 de octubre bajo el 'Take Back Virgina', al que no asistió el candidato. El listón está tan alto para los demócratas que Terry McAuliffe sí se deja ver en mítines con la primera dama, Jill Biden, la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, y otras figuras prominentes del partido, como Stacey Abrams y Barack Obama.

Este mensaje de unidad, sin embargo, contrasta con el choque que libran desde las presidenciales los centristas y progresistas demócratas. La mayoría en el Congreso es muy ajustada y esa fractura forzó a Joe Biden a pedir a su partido que rebajara el montante del paquete de gasto de 3,5 billones de dólares a 1,9 billones, en un intento por conseguir los votos mínimos necesarios y así poder sumar a los conservadores más moderados.

Biden y los demócratas llevan siete meses tratando de crear puentes internos para sacar adelante con el menor daño posible su plan de inversiones en infraestructuras y un paquete con medidas sociales. El objetivo es lograrlo antes de que se monte en el Air Force rumbo a Europa. Y en ese esfuerzo por reparar fracturas vuelve a entrar en juego Virginia, por la ansiedad que genera en el partido la pelea por el gasto y el techo de la deuda.

No es solo la distracción que crea Virginia como el primer referéndum de la presidencia Biden; también se disputan asientos clave para tener el control de las dos cámaras del Congreso estadounidense. Los demócratas confían en todo caso en que Terry McAuliffe será capaz de replicar la victoria del gobernador Gavin Newsom en California. Pero los simpatizantes están nerviosos, porque ven que los republicanos tienen ventaja en motivación.

Biden ganó Virginia por 10 puntos de ventaja sobre Trump en las pasadas elecciones. McAuliffe, sin embargo, no ignora que la diferencia ahora es mucho más corta y esa presión le ha llevado a criticar públicamente la estrategia seguida hasta el momento por los demócratas para sacar adelante el plan de infraestructuras. Es más, ha urgido a su partido para que lo aprobaran con margen antes de las elecciones y así poder dar algo a los electores.

Una eventual victoria de Glenn Youngkin en Virginia podría llevar a Joe Biden a asumir menos riesgos en su agenda y desmarcarse de la pauta que le marca Bernie Sanders desde la izquierda. Es algo que ya está sucediendo. No solo se recorta el montante de gasto, también se eliminan de la propuesta inicial elaborada por la Casa Blanca disposiciones relacionadas con el cambio climático y sobre el incremento del impuesto de sociedades.

El drama que se apoderó de la negociación del paquete económico para apuntalar la recuperación contrasta, de hecho, con la promesa que hizo Biden en la toma de posesión de unificar el país y restaurar la confianza en el gobierno tras cuatro años caóticos de Trump. Y el optimismo inicial por los estímulos se está topando, además, con la dificultad de las empresas por dar con mano de obra, la inflación y los cuellos de botella en la cadena de suministro.

La Casa Blanca insiste en que hay un acuerdo sobre los principios básicos de su agenda y anticipa que logrará sacarla adelante. Pero la urgencia por adoptar el paquete es cada vez mayor, especialmente mirando hacia la cumbre del clima. Biden corre el riesgo de llegar a Glasgow sin una legislación adoptada ni los miles de millones necesarios para ejecutarla. Eso cuestionará el mensaje de 'America is back' como actor internacional.

Las encuestas de Gallup cimientan el hecho de que la luna de miel quedó ya muy atrás para Biden. Es más, los electores independientes, que le ayudaron a derrotar a Trump, suspenden de una manera rotunda su gestión. Hay dos factores más que lo explican junto al intenso debate sobre el gasto público. Uno, la desastrosa retirada de Afganistán, pese a que la gran mayoría era favorable a irse. Dos, la pandemia. Y se les suma la crisis migratoria.

Hay también varios factores estructurales que pueden ayudar a los republicanos tanto en Virginia como en otras contiendas que definirán las legislativas de 2022. El primero, que los demócratas progresistas dirijan sus votos a candidatos más a la izquierda. El segundo, que en EEUU es más fácil hacer que los votantes descontentos censuren al partido que controla la Casa Blanca.

Los sondeos expresan además una opinión muy negativa hacia la manera en la que el país está siendo gobernado por el Congreso. Solo el 39% tiene confianza en cómo se gestionan los problemas domésticos e internacionales; el porcentaje es particularmente débil entre los independientes. Todo esto sucede mientras se acentúa la polarización. Encontrar una base de entendimiento se hace, por tanto, cada vez más difícil en Estados Unidos.