Comercios de otra época, hoy en Madrid

  • Se les reconoce porque a las puertas del establecimiento luce una discreta placa diseñada por Antonio Mingote y porque sus escaparates nos trasladan a otra época: son tiendas, farmacias, librerías y restaurantes con más de cien años que se han convertido en rincones imprescindibles de la historia de Madrid.

Lourdes Velasco Pla

Madrid, 15 mar.- Se les reconoce porque a las puertas del establecimiento luce una discreta placa diseñada por Antonio Mingote y porque sus escaparates nos trasladan a otra época: son tiendas, farmacias, librerías y restaurantes con más de cien años que se han convertido en rincones imprescindibles de la historia de Madrid.

En la actualidad 128 establecimientos madrileños cuentan con esta distinción municipal que reconoce "la permanencia" de los comercios en un "entorno cambiante" y su capacidad de adaptarse a los tiempos manteniendo la actividad, la ubicación, la fachada o la decoración interior.

Ese es el caso de Casa Bartolomé, una carnicería de 1837 cercana a la plaza Mayor -calle de la Sal, 2- adquirida en los años 20 por el abuelo de los actuales dueños.

La carnicería se ha transformado con los años y su ubicación en el centro neurálgico del turismo madrileño ha animado a los actuales dueños a cambiar el enfoque del negocio: han pasado de vender carne a las familias que vivían en la zona a ofrecer embutidos y productos de muy alta calidad a los turistas o madrileños de paso.

"No se sigue trabajando igual, claro; antes era sólo carnicería y ahora ha habido que incluir otros productos porque de lo contrario no funcionaría", explica a EFE Elena Bartolomé, una de las actuales propietarias.

Centenarios son también el restaurante Lhardy -que hace 175 años se convirtió en el primer comedor elegante de Madrid- y la taberna Malacatín, que desde un pequeño establecimiento de la céntrica calle Ruda se empeña en servir cada día un cocido que conserve la esencia del que se repartía en 1895, cuando se fundó el establecimiento.

"Hemos notado una ligera bajada de reservas, pero el restaurante es pequeño y de tradición muy fuerte, y que sólo haya 50 comensales por turnos nos ha ayudado a mantener una tendencia estable", indica Susana Cervera, responsable de marketing del establecimiento que ha pasado por cuatro generaciones y que ahora gestiona José Alberto Rodríguez, de 38 años.

Y en el Malacatín el relevo generacional se ha extendido también a los clientes. "Hay hijos que vienen a por el mismo cocido que comía su padre hace 20 años y descendientes de personas que conocieron al abuelo del actual dueño", evoca Susana Cervera.

En el caso de este restaurante, la tradición también se combina con la innovación, hasta tal punto que se ha puesto en marcha una página web desde la que se pueden adquirir vinos, quesos o incluso los "mejores ingredientes" para elaborar un cocido madrileño.

Alberto Morán tiene 37 años y gestiona la licorería Mariano Madrueño, una de las más emblemáticas de Madrid. Su bisabuelo adquirió el negocio en 1895 y lo convirtió en una destilería de fabricación artesanal; ahora es una tienda de vinos destilados que alberga en su trastienda una bodega y el antiguo laboratorio.

"Somos centenarios a la vez que emprendedores. No tenemos más remedio por las dificultades que se nos plantean: nosotros acabamos de abrir otra tienda", explica a EFE Alberto Morán, que advierte del serio riesgo de desaparición al que se enfrentan los negocios centenarios que, como el suyo, se encuentran en un local alquilado.

La reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), que entrará en vigor en enero de 2015, podría suponer para algunos locales el fin de los alquileres de renta antigua -por lo general más baratos- y que con la actualización se multipliquen los costes.

Sin esa incertidumbre pero también con otras quejas trabaja Pilar Antón Pachecho, la propietaria de la Farmacia León, que data del siglo XVII y que está ubicada en pleno barrio de las Letras, justo enfrente de la casa donde murió Miguel de Cervantes.

Al interior del establecimiento entran turistas que -acatarrados o no- quieren tomar fotos de las cerámicas, el botamen, los tarros y las copas que la propietaria trata de mantener "como un pincel".

"Me da rabia que en el exterior no sea así: está todo muy sucio y cada dos por tres me pintan las paredes con sprays sin que nadie haga nada", denuncia.

Y entre reivindicaciones a las administraciones, los comercios más antiguos de Madrid afrontan el siglo XXI con los retos propios de los tiempos difíciles y con la esperanza de seguir siendo las bombonerías, peluquerías o sastrerías más antiguas de Madrid durante muchas generaciones más.

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