10 mujeres taxistas revolucionan las calles de Dakar

  • El taxi amarillo con luces de neón que conduce la senegalesa Amy Ndiane es mucho más que un taxi con pasajeros en el asiento de atrás. Ndiane, una musulmana de 30 años, mantiene a sus dos niños con lo que gana recorriendo la ciudad. Pero Ndiane también es una de las pocas mujeres que conduce un taxi en Senegal. Es miembro oficial del grupo “Taxi Sisters”, una iniciativa apoyada por el presidente senegalés que lleva a una decena de mujeres a competir en su propio rally en Dakar.
Drew Hinshaw | GlobalPost

(Dakar, Senegal).“Supe que había una mujer en EEUU que conducía un taxi”, suspira Ndiane, que antes trabaja como secretaria. “En África es la primera vez que una mujer tiene un taxi”. La novedad queda reflejada en los comentarios positivos que le dice la gente mientras recorre las calles de Dakar en horas punta.

“¡Taxi Sister!”, le grita un joven mientras empuja con dificultad un carrito en el que vende zumos. Otro colega taxista la saluda mientras se cruzan en una rotonda. El resto de sus seguidoras son mujeres, o niñas, como una adolescente que levanta los brazos y grita “Taxi Sister” cuando pasa Ndiane en su coche.

“Todas quieren ser taxistas”, afirma mientras se ríe entre dientes. Y no bromea. Hace tres años, el Gobierno senegalés lanzó la idea de crear un grupo de mujeres taxistas y ofreció 10 coches a través de un sistema de leasing para aquellas que quisieran conducir un taxi. La idea de Taxi Sisters era una iniciativa de microcrédito y el Gobierno prácticamente tuvo que luchar con los bancos para que prestaran dinero a la gente de Senegal, muy poco acostumbrados a tratar con la banca. Además, era un bonito gesto para otorgar mayor poder a la mujer. Se postularon cientos de mujeres.

Senegal es un país mayoritariamente musulmán, por eso las Taxi Sisters llevan un pañuelo en la cabeza. Por ahora, no se han encontrado con objeciones religiosas importantes debido a su trabajo. El Gobierno desea tener 2.000 taxis de Taxi Sisters de aquí al año 2015. La iniciativa tiene encantados a los defensores de los derechos de la mujer, que presionan por reformas en esta sociedad musulmana más bien conservadora.

Sin embargo, los 15.000 taxis (masculinos) de Dakar dicen que no tienen nada que celebrar. “Tenemos demasiados taxis y no suficientes clientes”, se lamenta Moussa Iss, que ha sido testigo del enorme aumento de taxis desde que condujo su primer coche en 1954. Son las cuatro de la tarde de un jueves y todavía no ha encontrado a su primer pasajero del día. Una Taxi Sister aparcado cerca de allí, ha conseguido su primera carrera, un viaje a través de la ciudad por 2 dólares.

Ninguno de los dos ha comenzado a ganar el dinero para pagar la cuota del coche: 12 dólares para ella y 20 para él. Iss, de 85 años, no culpa a las Taxi Sisters. “Tienen problemas, igual que nosotros”, afirma. Pero las matemáticas son claras. “Este trabajo va a peor”, suspira. Aún así siguen circulando.

Por muy mal que les vaya a los taxistas, la lucha de las mujeres de Taxi Sisters por hacerse un espacio es para muchos algo simbólico, que refleja la lucha por los derechos y el empleo para la mujer. Las mujeres de Taxi Sisters reciben clases de conducción y de mecánica. Algunas también han hecho cursos de defensa personal.

Además, “en las calles, las mujeres no corren, piensan más en la seguridad”, explica Maiga Mdeye, secretaria de Femme Auto, un taller de reparación de coches, en el que trabajan mujeres. Ella es la única que tiene las manos impecables. “Actualmente las mujeres están en todas partes. Trabajamos en mecánica, como conductoras de autobuses y ahora de taxistas”, afirma.

Y se atreve a profetizar: “Estamos de camino a controlar el sistema de transportes”. Mdeye tiene razón, o al menos, el ser mujer tiene sus ventajas en un país donde los taxis no llevan taxímetro y hay que regatear el precio. “Negociamos mejor”, afirma Oulimata Samba, miembro de Taxi Sisters, de 28 años.

El consultor de Transporte Papis Bassene lo suscribe:“Las Taxi Sisters son más agradables. Psicológicamente creemos que la mujer tiene más necesidad de recibir ayuda”. Y así es. Ndiane convenció a este corresponsal para pagar 10 dólares por un viaje, cinco veces más que lo que cobraría un taxista masculino.

Esta mujer hace en voz alta una promesa. “En cinco años, podremos comprar estos coches”, afirma. “Y entonces vamos a comprar más coches, más grandes. Uno, dos, cuatro, mil”, reflexiona. Iss, el taxista octogenario, espera verlo con sus propios ojos. “Trabajan duro”, reconoce. “Nosotros tenemos que dejarlas que ganen su dinero porque tenemos muchas mujeres que viven en la calle. Necesitamos ayudarlas”.

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