Así torturaban los Jemeres Rojos a los camboyanos

  • Treinta años después de la pesadilla de Pol Pot ha comenzado el juicio por genocidio contra los cuatro líderes vivos del grupo revolucionario maoísta camboyano. En la sala del Tribunal Internacional de Camboya hay un nombre que resuena con especial crudeza: Tuol Sleng o la prisión de seguridad S-21, un centro de tortura en el que perecieron cerca de 30.000 inocentes.
El cadaver de un preso de la prisión S-21
El cadaver de un preso de la prisión S-21
Museo del Genocidio de Tuol Sleng
Roberto Arnaz

El 17 de abril de 1975, la escuela de enseñanza secundaria Chao Ponhea Yat cerró sus puertas. La entrada de los Jemeres Rojos en Phnom Penh hizo que este colegio para alumnos de la clase media de la capital camboyana se quedase sin estudiantes. La revolución comunista de Pol Pot y su grupo revolucionario obligaba a dejar los libros.

Sin embargo, el centro educativo volvió a abrir sus puertas cuatro meses después, aunque bajo un nombre mucho más siniestro, Tuol Sleng o S-21. Los libros desaparecieron, las ventanas se llenaron de barrotes, los muros de alambradas y las aulas se convirtieron en galerías de celdas y salas de tortura.

Tuol Sleng seguía siendo un colegio, pero de tétricas y sangrientas enseñanzas. Los Jemeres Rojos, aquellos guerrilleros de aspecto casi adolescente que se rebelaron contra el capitalismo y los bombardeos preventivos estadounidenses sobre Camboya durante la Guerra de Vietnam pronto se convirtieron en monstruos con especial gusto por la tortura, la violación y el asesinato.

La cárcel secreta S-21 pasó a ser un cruel centro de interrogatorios, el mejor ejemplo del brutal genocidio ideado por Pol Pot para convertir Kampuchea, como bautizó a la Camboya dominada por los Jemeres Rojos, en una sociedad agraria sin dinero, religión, hospitales, profesionales de clase alguna o familias.

En los dominios del Camarada Duch

Como describe la premiada y controvertida película S-21: La máquina de matar de los jemeres rojos, al llegar a Tuol Sleng, los prisioneros eran desposeídos de todas sus pertenencias y fotografiados. Luego pasaban horas delante de sus carceleros escribiendo una biografía pormenorizada, en la que debían incluir detalles desde su infancia hasta el momento de su detención.    

Tras el proceso de bienvenida, eran desnudados y recluidos en una celda. Allí esperaban el momento más temido, el primer interrogatorio. Podían pasar solo unas horas o hasta tres días hasta que los reos conocían a Kaing Guek Eav, el Camarada Duch, el único Jemer Rojo condenado hasta la fecha por genocidio, y su equipo de sádicos torturadores.

El día en los dominios de Duch comenzaba a las cuatro y media de la madrugada. A  partir de ese momento, en S-21 reinaba el dolor. El sistema de tortura ideado por el señor de Tuol Sleng incluía golpes, electroshock o ahogamiento bajo el agua, todo para que los prisioneros confesasen su traición a la revolución roja.

Nadie era inocente

Todos los que llegaban al centro de encarcelamiento eran culpables. Para los Jemeres no la presunción de inocencia no existía. "La Organización nunca detiene a nadie que no sea culpable. ¡Confiesa tu delito!!", gritaban a los prisioneros durante las largas sesiones de tortura.

La mayoría se rendía pronto. Daba igual cual fuera la acusación –ser agente de la CIA, la KGB o confabular para boicotear las infraestructuras o los arsenales revolucionaros–, al final casi todos confesaban ensangrentados.

Pocos dudaron en firmar desde siete hasta 200 folios con historias increíbles sobre planes para derrocar a los Jemeres Rojos. Las más de 4.000 confesiones recuperadas en los archivos del centro detallan la pesadilla vivida por los detenidos, y están recogidas en libros como Voces desde S-21: Terror e historia en la cárcel secreta de Pol Pot (Voices from S-21: Terror and History in Pol Pot's Secret Prison).

A los que se resistían, el Camarada Duch les aplicaba un tratamiento especial que incluía arrancarles las uñas a la vez que vertía alcohol en las heridas, marcarles con hierro candente o desangrarles con pequeños cortes. Todo en S-21 estaba pensado para causar dolor. La muerte era la única vía de escape, pero ese premio sólo se lograba después de confesar la traición al régimen.

"Nos enseñaron cómo torturar a los presos para evitar que murieran. Si fallecían sin confesar, éramos castigados", confesó Prak Khan, uno de los guardias de S-21, en el juicio celebrado en 2009 contra Kaing Guek Eav y que sirvió para condenarle a 35 años de cárcel.


Juicio a los responsables

Según los archivos del Museo del Genocidio de Tuol Sleng, cerca de 30.000 camboyanos pasaron por las mazmorras del centro de tortura en los cuatro años que se mantuvo activo. Sólo siete consiguieron sobrevivir.

Cuando los vietnamitas tomaron Phnom Penh en 1979 crearon este museo en el que se exponen las fotos que los mismos Jemeres Rojos tomaron allí a sus víctimas. Decidieron convertir esta macabra cárcel en una institución que sirva para recordar a camboyanos y visitantes la macabra campaña que Pol Pot y sus secuaces perpetraron para acabar con la vida de más de 1,7 millones de compatriotas entre 1975 y 1979.

Con Pol Pot fallecido en la selva que vio nacer su revolución en 1998, los cuatro dirigentes de los Jemeres Rojos aún con vida se sientan en el banquillo de acusados del Tribunal Internacional de Camboya. 

Ya octogenarios, Nuon Chang, número dos de Pol Pot, y Ieng Sary, ex ministro de Exteriores de Kampuchea, se enfrentan junto al entonces Jefe de Estado, Khieu Samphan, y la ex ministra de Asuntos Sociales, Ieng Thirith, al cargo de genocidio por el exterminio de casi el 20% de la población de su país.

 

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