Así viven los habitantes de la isla bombardeada por Corea del Norte

  • Una mujer norcoreana de ochenta años, un funcionario surcoreano o una pareja son algunas personas que siguen viviendo en Yeonpyeong, la isla disputada entre Corea del Norte y Corea del Sur. Muchas tiendas han cerrado y el colegio permanece cerrado.
Justin McCurry, Isla de Yeonpyeong (Corea del Sur) | GlobalPost

Cuando no se está quejando sobre los huéspedes extranjeros en su inmaculada casa, Baek Soo-nyu tiene la mirada de acero de una mujer que está acostumbrada a la adversidad.

Esta mujer norcoreana de 80 años huyó de su tierra natal al final de la guerra de Corea, en 1953, para construir una nueva vida en Yeonpyeong. Su actual hogar, una isla aislada azotada por el viento y justo al sur de la frontera marítima que se disputan las dos Coreas, es ahora el epicentro de una crisis regional que ha resucitado los temores de un nuevo conflicto armado entre el norte comunista y el sur capitalista.

El pasado 23 de noviembre los viejos fantasmas volvieron a amenazar a Baek. Sin previo aviso, Corea del Norte lanzó 170 proyectiles sobre Yeonpyeong, supuestamente en respuesta a unos ejercicios con fuego real efectuados por los marines de Corea del Sur destinados en la pequeña isla. Las bombas destruyeron o dañaron docenas de casas y provocaron el éxodo de la población hacia Incheon, una ciudad surcoreana unos 80 kilómetros al este.

Era el primer ataque a civiles desde el fin de la contienda civil y sirvió para recordar que la isla, a tan solo 11 kilómetros de la costa de Corea del Norte, sigue estando en primera línea de un conflicto de la guerra fría que sigue sin solucionarse casi 60 años después de que la península se dividiese en dos en su paralelo 38.

Baek pensó que el primer impacto de proyectil era en realidad un relámpago. "Quise mirar por la ventana, pero todo empezó a moverse y me pareció que la casa empezaba a dar vueltas", relata a GlobalPost en su hogar, situado a unos metros de donde cayeron los proyectiles. "Corrí en busca de un refugio, gritando por ayuda. Estaba muy asustada".

El ataque provocó la muerte de dos marines surcoreanos y dos isleños. La tensión en la región ha aumentado, y se teme que el armisticio que ha permitido vivir a la península en relativa paz unos 57 años puede estar a punto de romperse.

Yeonpyeong era un objetivo fácil para Pyongyang, ya que está justo en el borde de una frontera marítima en la costa oeste de la península que el régimen comunista se niega a reconocer desde la década de 1990. La base de los marines que se encontraba entre los objetivos de los misiles está en el norte de la isla.

En una demostración de fuerza diseñada para calmar las críticas de los surcoreanos al modo en que el presidente Lee Myung Bak manejó la crisis, Yeonpyeong acaba de ser esta semana el escenario de otra ronda de ejercicios militares con fuego real. En esta ocasión, no obstante, la región respiró con tranquilidad después de que Corea del Norte, que había amenazado con represalias, dijese que "no tenía sentido" responder a la "provocación temeraria" de Corea del Sur con más fuego.

Pero eso no es consuelo para Baek, que junto con otros habitantes tuvo que pasar el día en uno de los 18 refugios aéreos de la isla.

La vista al otro lado de la calle desde su casa es un estremecedor recuerdo de lo afortunada que es de seguir con vida. El cercano motel en el que trabajaba es ahora un cráter oscuro, y a lo largo de toda la calle se ven edificios dañados por las bombas. Tan solo el hecho de que Corea del Norte decidiese atacar a primera hora de la tarde, cuando la mayor parte de los habitantes estaban trabajando, evitó que el número de muertos civiles fuese mayor.

Poco después del ataque dos vecinos ayudaron a Baek a llegar al refugio más cercano, en donde le dieron mantas y calmantes. "Estaba tan traumatizada que apenas podía hablar", dice. Pasó dos semanas en tierra firme con su familia, que vive en Incheon, pero finamente decidió regresar a Yeonpyeong, en donde su única compañía son un puñado de vecinos que tampoco han huido y la televisión.

"Tengo miedo, pero no creo que Corea del Norte vaya a atacar de nuevo. Pero todavía me asusto cuando escucho cualquier ruido fuerte", admite la anciana.

Choi Chung-young se estremece cuando recuerda el momento en que se dio cuenta de que su casa había sido atacada por los norcoreanos. Como empleado del gobierno local, Choi ha tenido que quedarse en la isla, mientras su familia permanece refugiada en tierra firme. "Creo que es importante que los habitantes vayan volviendo a la isla. Las cosas tan sólo funcionarán de nuevo si ellos regresan", dice.

"Estoy nervioso, pero soy un empleado del gobierno así que no me queda otro remedio que quedarme aquí. No puedo dormir bien por la noche. Fui testigo del ataque. Vi y escuché cómo explotaban las bombas justo a mi lado. Si pudiese me iría y me reuniría con mi familia", reconoce.

Casi un mes después del ataque, Yeonpyeong está prácticamente desierto. De los 1.400 habitantes de la isla ahora tan sólo hay unos 100. Muchos de ellos son empleados del ayuntamiento y de la construcción que ayudan a las labores de reconstrucción, así como un buen número de periodistas surcoreanos. Las montañas de basura se apilan en las calles, mientras los perros vagabundos se las ingenian para encontrar restos de comida en medio de unas temperaturas gélidas.

"Me siento agobiada", explica Park Mi-gyong, la mujer del sacerdote de Yeonpyeong, mientras sale del ayuntamiento acompañada de sus dos hijos pequeños. "No hay escuela, así que los niños no tienen nada que hacer, y estoy encerrada en casa todo el día. Nuestra rutina ha sido destruida".

Aún así, se empiezan a ver pequeños síntomas de que la vida vuelve a su normalidad, como que ya comienzan a salir a faenar los barcos pesqueros de la isla, especializados en la captura de cangrejos.

Mientras soldados, agentes de policía y un puñado de civiles se abren paso entre la nieve para tomar el ferry que en dos horas les lleva de nuevo a tierra firme, Kim Chung Gee cree que se quedará una buena temporada en la isla ayudando a suministrar agua potable a los militares. "No sé si tengo miedo o no, pero ciertamente no es una situación agradable", dice Kim, de 65 años. "No duermo bien y la mayor parte de las tiendas están cerradas".

Kim, cuyos hijos viven en Seúl, cree que el norte no volverá a atacar, pero admite que el incidente del mes pasado ha cambiado definitivamente su isla. "No estoy seguro al 100 por cien de que esto vuelva a ser jamás lo que era", afirma.

Otros isleños son más filosóficos respecto al futuro. "Esta es mi casa, y quiero quedarme aquí", dice Ra Jae-kyung, de 46 años, que ha enviado a su hijo a tierra firme y se ha quedado en Yeonpyeong para ayudar a reconstruir los edificios dañados. "Espero que Corea del Norte no vuelva a atacar, pero siempre hay tensión en el ambiente. Si tengo suerte, viviré; si no, moriré".

Esa es la misma actitud de Baek, que condena de manera inequívoca de la situación al país del que ella y todos sus familiares huyeron cuando era una veinteañera.  "El gobierno de Corea del Norte es malvado y no debería de haber elegido ese camino agresivo. Ahora todo el mundo les odia por lo que han hecho. Yo ya no siento ningún vínculo emocional hacia Corea del Norte", se lamenta.

Mostrar comentarios