Brasil despunta como nueva potencia científica

  • Científicos brasileños formados en Europa y Estados Unidos están volviendo a su país para contribuir al desarrollo carioca. Ahora el reto es mayor, porque el Ministerio de Ciencia y Tecnología acaba de recortar su presupuesto en un 23 por ciento.
Solana Pyne, Río de Janeiro (Brasil) | GlobalPost

Wagner Seixas es uno de los prometedores jóvenes científicos de Brasil, aunque a punto estuvo de convertirse en técnico reparador de televisiones.

Este alegre bioquímico de rostro amable creció en uno de los barrios más peligrosos de Río de Janeiro, y tenía muy pocas posibilidades de acudir a la universidad. Pero justo cuando estaba terminando de formarse para arreglar radios y televisiones Seixas logró una de las escasas plazas disponibles en un programa pionero que enseña ciencia a adolescentes de familias pobres.

Todo comenzó con un curso durante las vacaciones escolares. “Supuso un auténtico cambio en mi vida: antes del curso y después”, dice Seixas, ahora con 34 años, en el laboratorio universitario donde dirige un proyecto de investigación. “Me dio oportunidades y cambió mi vida”.

Seixas y otros investigadores como él representan un notable avance que ha transformado a Brasil en una potencia emergente en la ciencia. Pero aunque el número de investigadores, de laboratorios y de artículos publicados se haya multiplicado, muchos temen que este momento dulce no durará mucho tiempo.

Tras ocho años invirtiendo fuertemente en ciencia, el Gobierno de Dilma Roussef ha recortado recientemente el presupuesto destinado al Ministerio de Ciencia y Tecnología en un 23 por ciento. Por otra parte, el mediocre sistema de escuelas públicas del país produce muy pocos alumnos capaces de competir en materias científicas a nivel universitario.

Los científicos brasileños dicen que su país se encuentra actualmente en una encrucijada. “Éste es realmente un momento delicado”, dice Seixas. “Un recorte del 23 por ciento para un presupuesto que no es ni siquiera el adecuado puede producir serias consecuencias”.

Seixas forma parte del creciente número de estudiantes postdoctorandos brasileños formados en EEUU y Europa que han optado por regresar a su tierra natal. Seixas estuvo tres años en la Escuela de Medicina de Harvard, y rechazó una invitación para quedarse más tiempo.

“Regresé porque me atrae la posibilidad de desarrollar ciencia de calidad aquí, en Brasil”, explica. “Ahora mismo estoy muy motivado, pero no hay ninguna garantía de que no acabe frustrado en cinco o 10 años”.

Antes de los recientes recortes presupuestarios, bajo el Gobierno del expresidente Lula da Silva la financiación de la ciencia había aumentado de manera estable, al igual que la economía del país. En 2001, antes de que Lula asumiese el poder, la inversión en ciencia y tecnología por parte de fuentes públicas y privadas era de 10.600 millones de dólares (7.400 millones de euros); en 2009 esa cifra había alcanzado los 30.000 millones de dólares (21.000 millones de euros).

“En la Universidad de Sao Paulo solíamos bromear diciendo que la mejor manera de hacer ciencia es marchándose al aeropuerto. Eso ha cambiado”, admite Miguel Nicolelis, un neurocientífico de la Universidad de Duke que se trasladó a vivir a EEUU hace 23 años. “Ahora hay muchísima gente que regresa a Brasil, gente que se marchó a hacer postgrados o a la universidad y que ahora vuelve. También hay más gente veterana, como yo, que se está planteando volver”.

Nicolelis divide su tiempo entre EEUU y Brasil. Ha fundado un instituto de neurociencia en el depauperado noreste del país, y ahora lucha por atraer al sector a un parque de investigación cercano a su centro.

Nicolelis dice que el instituto y el parque de investigación son sólo uno de los diversos proyectos de gran calibre que se están ejecutando en Brasil actualmente. Entre ellos figura también un centro de investigación energético en Río de Janeiro, en el que se invertirán 700 millones de dólares, y una expedición científica a la Antártida, la primera en la historia del país.

“Es señal de que tenemos mucha más inversión ahora en ciencia”, señala Jefferson Simoes, líder de la expedición. El propio Simoes representa otro ejemplo de que las cosas han cambiado. Cuando quería hacer su doctorado en Glaciología, en la década de 1980, su única opción fue marcharse a Inglaterra. Ahora dirige un instituto especializado en la materia y forma a expertos en su tierra natal. “Brasil tiene ahora más expertos en glaciares que Chile y Argentina. Ellos tienen los glaciares, pero nosotros tenemos a los glaciólogos”, asegura Simoes.

Aún así, casi cualquier investigador puede enumerar la serie de factores que retienen el avance de la ciencia en Brasil.La conocida burocracia brasileña añade meses de papeleo a la importación de productos químicos y equipos esenciales para las investigaciones. Simoes calcula que los científicos invierten un tercio de su tiempo en papeleo. Y si bien la inversión en ciencia ha aumentado, tiene que continuar haciéndolo para competir con la cantidad que invierten en investigación y desarrollo EEUU, Europa e incluso China.

“Para alcanzar ese objetivo tenemos que tener un incremento cada año”, dice Luiz Davidovich, un físico que forma parte de la junta directiva de la Academia Brasileña de Ciencias. “Y si se retrocede un año, eso significa que hay que hacer un esfuerzo mucho mayor en los años siguientes”.

Según Davidovich, el objetivo clave para la próxima década es lograr duplicar la inversión en ciencia en Brasil hasta llegar al 2,5 por ciento del PIB. Añade no obstante que lograr formar a un mayor número de científicos es un desafío mucho más complejo.

Tan sólo el 16 por ciento de los brasileños en edad universitaria acuden a las facultades, según un reciente informe de la ONU. Además, tiene tan sólo el 10 por ciento de investigadores que EEUU, teniendo el equivalente a dos tercios de su población.

“No vamos a ser competitivos si nuestro desarrollo está basado en una fracción de nuestra población”, apunta Davidovich. “Aquí tenemos un verdadero apartheid social, lo que significa que los niños de familias ricas pueden ir a escuelas [privadas] razonablemente buenas... mientras los niños de las familias pobres tiene que ir a escuelas [infradotadas] del sistema público”.

La gran mayoría de los estudiantes de escuelas públicas no están lo suficientemente preparados como para poder competir por las limitadas plazas disponibles en las universidades estatales, y no pueden permitirse las privadas. En este aspecto, los científicos dicen que los esfuerzos para remediar la desigualdad no han sido suficientes.

El programa en el que participó Wagner Seixas cuando estaba a punto de ser técnico de televisiones es un buen ejemplo. La mayor parte de sus participantes, de familias pobres, lograron entrar en la universidad en parte porque lograron una beca para preparar las pruebas de acceso. Pero para aprobar ese examen hay que superar toda una vida de educación deficiente.

“Las cosas que la gente aprende en el transcurso de tres años yo las tuve que aprender en seis meses”, recuerda Reinaldo Sousa dos Santos, un estudiante de doctorado en Bioquímica que también ha participado en ese programa. “Eso fue lo más complicado”.

Santos es precisamente el tipo de estudiante que Brasil necesita seducir. Al igual que una cuarta parte de la población brasileña, vive en una barriada urbana en donde todavía mandan los grupos de narcotraficantes. Él es el primer miembro de su familia que tiene un título universitario.

Pero su experiencia tan sólo demuestra que su caso sigue siendo todavía la excepción. Recientemente viajó a una zona atrasada del norte del país para impartir unas clases de apoyo a estudiantes desfavorecidos en una aldea.

“Allí ves a niños que nunca han tenido acceso a muchas cosas, y ves también que tienen recursos y aptitudes para proponer experimentos, para ver por qué fallan las cosas, para descubrir qué se puede mejorar”, asegura Sousa dos Santos. “Y te dices, ‘vaya, ojalá estos chavales tuviesen una oportunidad’”.

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