Enseñar italiano a los inmigrantes para que puedan defenderse

  • En el interior de un mugriento edificio de dos pisos cerca de la estación de tren de Roma la profesora de italiano Ersilia Secchi se dirige a su clase: “¿Quién friega los platos en vuestra casa? ¿Tú friegas los platos?”, le pregunta a un joven chino. “Yo no, lo hace mi madre”, responde. La profesora se dirige después a un africano: “¿Tú friegas los platos?”. “Yo como en el refugio”, le contesta. “Además, en África ni siquiera tenemos platos”.
Angelica Marin y Fulvio Paolocci | Globalpost

Momentos como este le recuerdan a Secchi que enseñar un idioma a inmigrantes no se reduce exclusivamente a hablar de gramática. Ayudarles a moverse en Italia es la clave para la supervivencia de sus alumnos, que en muchos casos han llegado al país tras un peligroso viaje en barco o escondidos en los bajos de un camión.

 “Si no saben cómo decir ‘Ayuda, estoy enfermo’, o ‘Ayuda, tengo hambre’ ¿cómo van a sobrevivir?”, pregunta la profesora.

Secchi forma parte de las docenas de voluntarios que colaboran con la Casa dei Diritti Sociali (Casa de los Derechos Sociales), una ONG local que lleva 25 años trabajando en la integración de los inmigrantes en la sociedad italiana.

Esta escuela de idiomas cuenta la colaboración de un flujo estable de estudiantes universitarios, que trabajan como voluntarios para lograr créditos académicos, y también de jubilados de todo tipo, que se sienten realizados enseñando a los inmigrantes.

En un edificio decrépito, aulas atestadas y con sillas rotas, las clases se desarrollan bajo un lema que sirve como aglutinador de todo el proyecto: “Sin idioma, no puedes defender tus derechos”. Escrito en mayúsculas sobre las pizarras, los estudiantes ven la consigna a diario. “El italiano es un idioma muy complicado”, dice Secchi, que es voluntaria desde que se jubiló, hace dos años. “Pero aquí vienen con una actitud modesta a aprenderlo. Es fascinante”.

Insiste en enseñar a sus estudiantes las normas básicas de educación. De esa manera, dice, pueden evitar los prejuicios y la desconfianza que muestran los italianos hacia quienes tienen un aspecto diferente o no se pueden expresar de manera correcta.

Entre las 60 clases que imparte a la semana, la Casa dei Diritti Sociali ofrece una de alfabetización, para aquellos inmigrantes que no saben leer y escribir o desconocen el alfabeto latino, y algunas para estudiantes avanzados. A diferencia de otras escuelas de la ciudad, aquí las clases de italiano no siguen un programa escolar específico, sino que se organizan de forma abierta. De este modo, los estudiantes pueden llegar y marcharse en función de las cosechas agrícolas y las oportunidades laborales que les surjan.

 “Los que trabajan como vendedores callejeros me piden a menudo que les enseñe palabras como ‘cremallera’ o ‘asa de bolso’” dice Valeria Frazzini, otra voluntaria que llegó al centro para conseguir créditos y que acabó quedándose. “A través de mis clases consigo ver un poco de su vida y de sus viajes para llegar hasta aquí”.

Recientemente Frazzini escribió la palabra ‘mar’ en la pizarra. Esperaba que los estudiantes la asociaran con el verano, el sol y la playa. Pero “una mujer de mediana edad respondió ‘mar, barco, miedo’”.

Según ella, el principal obstáculo que impide a sus estudiantes aprender italiano tiene que ver con sus traumas y preocupaciones diarias.

El año pasado una ley de inmigración llamada “Paquete de seguridad” añadió un examen de idioma a los inmigrantes que solicitan un permiso de residencia en Italia. Eso ha hecho que el trabajo de la Casa dei Diritti Sociali sea aún más importante.

 “¿Cómo puede estar conectado el hecho de saber italiano con la seguridad nacional?”, se pregunta Augusto Venanzetti, coordinador de la escuela. “Italia se está haciendo más y más multiétnica, pero la ley de inmigración es muy mala”.

Recientemente la Casa dei Diritti Sociali constituyó la primera red de escuelas de idiomas para inmigrantes en Roma, para interactuar con el gobierno italiano como un frente unificado. La red está formada por 26 escuelas gestionadas por voluntarios, entre las que se encuentran centros de organizaciones católicas como Caritas y Sant’ Egidio, así como de iglesias evangélicas y asociaciones de izquierdas.

 “Hemos conseguido un pequeño milagro”, reconoce Venanzetti. “Ahora estamos estudiando cómo crear sinergias entre nuestras diferentes entidades”.

La Casa dei Diritti Sociali se financia con una subvención anual municipal y fondos de la Unión Europea para proyectos especiales. Aunque cuenta con un ejército de profesores voluntarios, la organización se ve forzada a rechazar estudiantes por falta de espacio en las aulas.

 “Si pudiésemos ampliar, tendríamos el doble de estudiantes”, asegura Venanzetti. “Necesitan nuestra ayuda para pasar el examen de idioma”.

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