Explotación infantil en Bolivia: "Trabajo en la mina porque mi padre murió"

  • En las minas del cerro Rico de Bolivia trabajan miles de menores de edad. Las ONG y los periodistas llevan años denunciándolo, pero el Gobierno de Evo Morales parece no atreverse o no querer mover ficha. ¿El motivo? Impedir el trabajo infantil en las minas significaría un levantamiento en contra de su Ejecutivo, pues muchas familias sobreviven gracias a los ingresos que los pequeños traen a casa gracias a este trabajo. Agustín y Eduardo son dos de estos niños mineros.
Sara Shahriari | GlobalPost

(Potosí, Bolivia). Agustín Villanca Menacho se pasa los días buscando plata, zinc y estaño, sudando al calor de una profunda mina en el sur de Bolivia. Tiene 14 años.Al igual que la amplia mayoría de los mineros de cerro Rico, es un indio quechua, y al igual que muchos de los niños que trabajan en las minas, no tiene padre. El suyo murió hace tres meses, enfermo de silicosis.

Durante siglos la ciudad de Potosí ha girado en torno al cerro Rico, el mayor depósito de plata hallado por el Imperio Español. En el siglo XVII la población de Potosí rivalizaba en tamaño con la de Londres, y la plata boliviana llenaba las arcas de la corona española. A la gente en Potosí le gusta decir que se podría haber construido un puente de plata hacia España con todo el metal extraído del cerro por los esclavos indígenas y africanos durante 200 años.

Hoy en día muchos niños de Potosí tienen pocas opciones aparte de ir a la mina, al igual que sus padres y abuelos. Roberto Fernández dirige la ONG local Yachay Mosoj, que intenta evitar que los niños comiencen a trabajar y continúen en la escuela. Es difícil obtener datos fiables sobre el número de mineros que hay en Potosí, pero Fernández calcula que en el cerro trabajan unos 8.000 hombres, y que el 10 por ciento no llega a los 18 años.

Unicef denunció en 2004 que en las empresas mineras de Bolivia trabajan unas 4.000 personas menores de 18 años, la edad legal mínima para ir a la mina.Pero la voluntad política para evitar que Agustín y otros chicos de su edad trabajen extrayendo minerales es bastante escasa.

Las leyes laborales no se aplican de manera estricta, y los mineros son un grupo poderoso actualmente en la Bolivia de Evo Morales, cuyo Gobierno se apoya fuertemente en la población rural y los grupos indígenas. Además, tampoco hay un sistema de protección social sólido que ayude a familias como la de Agustín Villanca, en las que han perdido a la persona que llevaba el sustento a casa.

En los últimos años las cooperativas mineras de Potosí se han resistido férreamente a los intentos del Gobierno para adoptar más medidas de control en el sector. A mediados de la década de 1980, cuando se hundieron los precios del estaño, el Gobierno boliviano abandonó las empresas estatales mineras en Potosí y otorgó concesiones a muchos mineros que albergaban la esperanza de poder lograr subsistir con lo que sacasen de la montaña.

Quienes se quedaron con esas concesiones e invierten en la infraestructura de la mina reciben un porcentaje de todas las ganancias, y pueden sacar unos buenos ingresos si la tierra es generosa.

Agustín Villanca, al igual que la mayor parte de quienes trabajan en las cooperativas, no es uno de esos inversores. Su sueldo medio es de unos 150 dólares (112 euros) al mes.Los mineros dicen que su trabajo es como jugar a la lotería: aunque es peligroso, las ganancias pueden ser tremendas. La esperanza de que el siguiente golpe de martillo les otorgue riquezas y les regale una buena vida les hace seguir adelante.

Aquí todo el mundo conoce a alguien a quien le ha pasado eso mismo, e incluso hay maestros y abogados que a veces hacen horas extra en la mina con la esperanza de encontrar una buena veta.

Sentado en el patio en el exterior de la casa de una habitación que comparte con su madre y dos hermanas pequeñas, Agustín habla sobre su vida. “Fui a la mina porque mi padre se murió, ¿y quién nos iba a traer dinero?”, pregunta.

Él espera poder volver a la escuela dentro de un año, pero muchos otros niños ya no tienen esperanza de tener otra vida desvinculada de la mina.Eduardo Colque Conde, de 15 años, ya lleva trabajando tres años en la mina. “Trabajaré allí toda mi vida, creo. Ya estoy acostumbrado”, dice.

Las minas pueden ser lugares terroríficos. Si las explosiones de dinamita, túneles colapsados y gases venenosos no matan a un minero, eventualmente lo acaba haciendo la silicosis. Los equipos de protección de los trabajadores de Potosí se limitan a una linterna para la cabeza y unas botas de goma. Al cabo de 10 ó 30 años, la silicosis afecta a prácticamente todo el mundo.

“No me preocupa, porque todavía estoy bien”, dice Eduardo con una sonrisa.Muchos jóvenes comparten su misma actitud. Son conscientes de los peligros de la mina, pero prefieren ocultar su miedo con bravuconerías. Son fuertes, y orgullosos. Además, tampoco tienen muchas otras opciones donde elegir, ya que en Potosí los trabajos manuales fuera de la mina son más bien escasos.

Aunque las ONG y periodistas bolivianos y extranjeros continúan denunciando la explotación laboral infantil en el cerro Rico, la práctica continúa porque está socialmente aceptada, porque la ley no se aplica eficazmente y, en definitiva, por necesidad.El director de Yachay Mosoj asegura que aunque aumenten las inspecciones y los políticos se impliquen en el tema, será imposible evitar que los niños trabajen en el cerro si no tienen otra opción para evitar el hambre. “Terminar con el trabajo infantil es una fantasía si no hay otra forma de subsistencia”, afirma.

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