Haití, doce meses después del terremoto

  • Lo peor que le podría ocurrir a Haití, ha pasado. Si el terremoto había dejado las infraestructuras anuladas y a miles de familias sin hogar, el cólera llegaría nueves meses después. El resultado es sumar 3.000 muertes más y saturar los hospitales de pacientes con síntomas que lo complican todo.
Montserrat Bartuí | ONG Médicos Sin Fronteras
Montserrat Bartuí | ONG Médicos Sin Fronteras

Gudugudu es la palabra con la que los haitianos conocen el terremoto del 12 de enero del 2010. Dicen que este término es una onomatopeya del estruendo que hizo la tierra mientras crujía a sus pies. Miles de amigos, vecinos y familiares quedaban sepultados bajo los escombros de unos edificios construidos con materiales baratos y de mala calidad que no pudieron aguantar la sacudida. Como resultado, casi 300.000 haitianos murieron y más de un millón de personas se quedaron sin hogar.

Una de estas víctimas era el último marido de Mimose, una haitiana de 41 años, desdentada, de complexión pequeña y de carácter fuerte. Nos envió el único currículum que recibimos cuando publicamos las ofertas de trabajo para reclutar a un preparador de cadáveres con vistas a la epidemia de cólera en Jacmel. Mimose nos explicó que tenía 4 hijos, cada uno de un hombre diferente, y que el último marido había quedado sepultado bajo los escombros de lo que era su casa. Ella fue quién lo sacó y lo preparó para ser enterrado.

Jacmel es la capital de la región sureste de la isla. La ciudad y, el casco antiguo en especial, quedaron gravemente afectados por el seísmo. El terremoto destruyó la mayor parte del hospital Saint Michel, el centro sanitario de referencia de las 150.000 personas adscritas a la región.

A finales de octubre el fantasma del cólera hizo acto de presencia en el país, empezando por la región norte de Artibonite, y causando más de 3.300 muertos desde el principio de la epidemia hasta finales de año. La bacteria se propagó por el resto del país y durante la segunda semana de diciembre dinamitó la ciudad de Jacmel. Los enfermos acudían en masa al Centro de Tratamiento de Cólera provocando larguísimas colas en la entrada del mismo.

El cólera se convierte en epidemia cuando las condiciones sanitarias son precarias. Si los pacientes se tratan inmediatamente, la recuperación a base de suero de rehidratación oral, o intravenoso en el caso de los casos más graves, es casi infalible y en pocas horas se ve el cambio. Por el contrario, si no se cura con inmediatez, el cuerpo pierde todos los líquidos y el enfermo puede llegar a morir por deshidratación total.


Alojar a los hospitalizados

El proyecto de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Jacmel ya había construido dentro del hospital Saint Michel. Un centro aislado de tratamiento de enfermos de cólera, con una capacidad de unas 50 camas. Sin embargo, la idea era no tener que llegar al límite de la capacidad de aquel espacio tan pequeño. La unidad de emergencia, empezó a hacer gestiones para conseguir un terreno dentro de la ciudad que pudiera albergar hasta 300 hospitalizados en el caso de que fuera necesario.

La búsqueda del terreno no fue una tarea fácil. Tenía que ser accesible para la población, pero había que evitar que hubiera casas cerca para impedir revueltas vecinales ante una enfermedad que en Haití es desconocida y que por tanto está estigmatizada.

En los suburbios nos amenazaron más de una vez con piedras cuando intuían que estábamos localizando un posible solar. Las autoridades locales también iban desestimando todas las propuestas que les hacíamos. Esta resistencia comunal e institucional solo ayudó a entorpecer la respuesta humanitaria a la epidemia. De un día para otro pasamos de tener 15 pacientes a 250. La capacidad de nuestro centro provisional se desbordó. Las camas de cólera, que normalmente se hacen con plástico grueso y con un agujero en medio que permite a los pacientes poder evacuar líquidos sin necesidad de sentarse, acogían cada una hasta cuatro personas.

Para hacerlo todavía más difícil, los camiones con todo el material logístico y médico, junto con las tiendas de campaña que nos tenían que llegar de nuestro equipo de Puerto Príncipe, estaban bloqueados en la carretera a causa de las barricadas  levantadas con motivo del anuncio de los primeros resultados de las elecciones presidenciales del 28 de noviembre. La población reconoce nuestra labor y por ello levantaba las barreras para dejar paso a nuestras ambulancias, pero aún así los suministros no llegaban con facilidad.

El día que entrevistamos a Mimose, nos dejó claro que durante los 18 años que tenía de experiencia trabajando con cadáveres, nunca había preparado un muerto por cólera. De hecho, ni ella ni casi nadie en la zona conocían esta enfermedad. Hacía aproximadamente 80 años que no se había registrado ni un caso en el país, pero, a pesar de todo, Mimose sabía que un cadáver de cólera es altamente infeccioso y que había que introducirlo en una bolsa especial precintada. Lo que no sabía, es que, antes de sellar la bolsa, hace falta taponar todos los orificios del cuerpo con una bola de algodón impregnada con una solución fuerte de cloro, la única manera de que el cuerpo no siga expulsando líquidos contaminados.

Teníamos más de cien trabajadores que cubrían por turnos las 24 horas del día pero ninguno de ellos tenía formación práctica en cólera.

El desconocimiento de la enfermedad en Haití es tan grande que, en la preceptiva formación teórica al personal que empezó a trabajar con nosotros, salieron preguntas tan peculiares como que si el cólera se transmitía por el sexo. "Depende de lo que hagas", contestó uno de los trabajadores haitianos más veteranos, "pero, te aseguro que alguien que tenga cólera durante unos días no estará en condiciones de hacer nada". Nuestros nuevos compañeros sonrieron, y uno de ellos añadió medio en broma: "esto es el final del amor en Haití".

El pequeño centro de cólera desbordado se pudo por fin ampliar hacia un edificio del mismo hospital Saint-Michel que no había quedado afectado durante el terremoto.

Más tarde, cuando las autoridades se convencieron de la gravedad de la epidemia, conseguimos permiso para instalarnos en un terreno en las afueras de Jacmel, cerca del aeropuerto y de fácil acceso. La construcción del nuevo centro de tratamiento de cólera, espacioso y con todos los servicios necesarios, nos tomó tres días. Máquinas excavadoras allanaron el terreno; las tiendas, que seguían sin llegar, se sustituyeron con estructuras de madera, techos de placas metálicas y paredes de plástico.... aquellos tres días fueron eternos.

La llegada al nuevo CTC fue una sensación de liberación. El traslado de nuestro pequeño, repleto y ya estabilizado hospital se hizo con las típicas camionetas haitianas que se denominan tap-tap. Dentro del nuevo terreno había espacio, los enfermos no se amontonaban y todo el equipo empezó a trabajar con el mismo esmero, pero sin la presión que suponía no tener un lugar adecuado ni equipado para la situación.

Cuando me marché por segunda vez en un año de Jacmel, el equipo local me preguntó si algún día regresaría. Elvens, el asistente logista, me dijo: "si vuelves que sea de vacaciones, porque hasta ahora, cada vez que has venido, es porque una catástrofe nos está asediando". Respondí que ya no les podía pasar nada peor que lo que habían vivido en este 2010. Se me quedó mirando, y como si fuera una premonición que ojalá sea errónea, respondió: "¿una guerra?".

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