Los jóvenes yemeníes están más decididos que nunca

  • La revolución que vive Yemen es una de las más lentas que se están viendo en la región. Sus integrantes lo ven como algo positivo, un ritmo que les ha permitido estar seguros de lo que quieren. Los primeros manifestantes no estaban coordinados ni unidos. Ahora, gracias a la labor de los más jóvenes son una masa compacta y difícil de disuadir.
Los primeros manifestantes no estaban coordinados ni unidos. Ahora, gracias a la labor de los más jóvenes son una masa compacta y difícil de disuadir.
Los primeros manifestantes no estaban coordinados ni unidos. Ahora, gracias a la labor de los más jóvenes son una masa compacta y difícil de disuadir.
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Tom Finn, Saná (Damasco) | GlobalPost

Desde las primeras protestas que se levantaron en el mundo árabe después de que un joven tunecino se hiciera famoso al prenderse fuego en diciembre, a la confrontación en la Plaza Tahrir, en la capital de Egipto, los jóvenes árabes se han llenado de ánimo para encabezar las revueltas.

Yemen, la nación más joven del mundo árabe, no es una excepción. La mitad de la población del país tiene menos de 15 años y el desempleo entre los jóvenes supera el 40 por ciento.

La palabra árabe shabab o "joven" se ha convertido casi en sinónimo de revolución en el país. De los 162 manifestantes muertos desde que comenzaron las protestas hace tres meses, la gran mayoría han sido hombres jóvenes en torno a los 20 años de edad e incluso algunos adolescentes.

 

El presidente yemení, Alí Abdalá Salé, les ha insultado en repetidas ocasiones, calificándoles de "narcotraficantes" y de estar "fuera de la ley", y los embajadores extranjeros han intentado que las protestas descarrilaran por las críticas que señalaban a la falta de enfoque. Incluso la oposición política, que se suponía que les apoyaba, ha amenazado con ahogarles.

Lo peor de todo es que están siendo violentamente atacados con cierta asiduidad por las fuerzas del gobierno.  La revolución de Yemen se ha gestado a fuego lento. A diferencia de sus homólogos de Egipto, donde un torbellino de 16 días expulsó a Hosni Mubarak del poder, las protestas en Yemen ya han cumplido su tercer mes desde que empezó el levantamiento.

Están luchando contra un gobernante que, a pesar de haber sido abandonado por los miembros de su propio partido, el ejército y las tribus, continúa, de alguna manera, aferrándose al poder.

"Sólo hay una cosa buena respecto a que esté llevando tanto tiempo conseguir echarle [a Salé] y es que hemos tenido más tiempo para organizarnos, ahora sabemos lo que queremos", afirma Rafat Al-Akhali, un estudiante de empresariales de 22 años de edad que se ha erigido como líder del movimiento juvenil.

Al-Akhali no es el típico yemení. Con el pelo engominado, pantalones vaqueros ajustados y un iPhone en la mano, podría parecer que su lugar está más en un Starbucks de Nueva York que vagando por las calles polvorientas de esta antigua capital.

Yemen, conocida por sus costumbres islámicas y sus antiguas tradiciones, es también al mismo tiempo un lugar lleno de nombres inapropiados y de sorpresas. Rafat es uno de ellos. Detrás de su atuendo elegante y suave acento canadiense, se encuentra un líder de las protestas, un hombre joven y valiente que, como muchos otros en su país, ha dedicado su vida a expulsar a Salé, un hombre que ha gobernado Yemen, a menudo de forma brutal, durante más de tres décadas.

Rafat es el fundador de la Coalición Cívica de la Juventud Revolucionaria (CCRY), una organización nacida en Facebook que se creó a finales de marzo por un puñado de activistas estudiantiles para ayudar a unirse a los manifestantes contra el Gobierno de Yemen. Ha crecido para aglutinar a uno de los mayores, más fuertes y mejor organizados grupos de protesta del país.

Además de dirigir su grupo de Facebook, que cuenta con más de 6.000 seguidores, CCRY coordina las marchas hacia el palacio presidencial con los llamados post de "actualización de la revolución" en Youtube y en Twitter y publica un periódico semanal.

Aunque es una empresa dirigida por jóvenes, los dirigentes están en su adolescencia tardía o en los primeros años de la década de los 20 años, CCRY recibe el apoyo de una amplia gama de yemeníes, incluyendo a legisladores que fueron depuestos, activistas de derechos civiles, académicos, abogados y empresarios.

Su éxito ha radicado en gran medida en su capacidad para coordinar una variedad confusa de grupos muy diferentes: miembros de las tribus rurales, los clérigos barbudos, los socialistas, los insatisfechos dueños de las tiendas y los niños alborotadores de las escuelas. En los primeros días del levantamiento, estos grupos se congregaron juntos, marchando y acampando en las calles. Todo lo que les unía era un enemigo común.

"Al principio, cada tienda se convirtió en un movimiento", recuerda Rafat, sentado en una cafetería cercana donde descarga y sube fotos y videos a Facebook sobre los asaltos. "Había unos 465 grupos diferentes cada uno autoproclamándose como el líder de la revolución. Pero la mayoría sólo tenía unos cinco miembros. Fue un caos"

No pasó mucho tiempo para que los jóvenes como Rafat se dieran cuenta de que su confusa algarabía, aunque llena de determinación y de espontaneidad no iba a ser suficiente para derrocar al presidente, un hombre fuerte y astuto que, después de décadas de gobernar este díscolo país, se ha convertido en un maestro de la política suicida.

"Nos estábamos manifestando y recibiendo un disparo cada día, pero sin voz, sin líder y sin objetivos claros… estábamos siendo pisoteados y lo que es peor, ignorados. Sabíamos que teníamos que actuar de forma conjunta", explica.

El truco de Rafat fue persuadir a los diferentes grupos para que se reunieran en un mismo techo. En lugar de pretender el liderazgo, se dedicó a forjar alianzas, asegurándoles que todas sus voces serían escuchadas. Decidió que cada grupo que quisiera unirse tenía que elegir a un representante.

"Pronto descubrimos que la mayoría de los grupos, ya sean miembros de una tribu o adolescentes, tenían cosas en común y objetivos similares. Hemos construido un sistema de representación para que todos tengan una voz", añade.

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