Opinión: Cómo puede Estados Unidos aliarse con dictadores y a la vez defender la democracia

  • La política exterior estadounidense carga con una contradicción: la de su idealismo y los compromisos que exige la diplomacia internacional. EEUU se las está ingeniando para improvisar, para dar apoyo a los líderes mientras que al mismo tiempo intentan colocarse en el lado correcto de la Historia, sin estar atados a los tiranos durante mucho tiempo.
HDS Greenway, Boston (EEUU) | Global Post

A EE UU le gusta defender la libertad, la democracia, los derechos humanos, la “ciudad sobre la colina” que observa el mundo entero, tal y como dijo John Winthrop en 1630 a la colonia de la bahía de Massachusetts. Pero, tal y como había dicho la fuente que citó Winthrop, Jesús de Nazaret: “Sois la luz del mundo. Una ciudad en una colina no se puede esconder”. El cinismo y la “realpolitik” de la vieja Europa no iban entonces con el modo de hacer estadounidense.

Pero a medida que EEUU creció en riqueza y poder, la estabilidad política y la promoción de sus intereses en el extranjero empezaron a ganarle terreno al idealismo. Las ideas de Woodrow Wilson sobre la autodeterminación tras la I Guerra Mundial dieron esperanza a los pueblos oprimidos en todo el mundo. Un buen número de fronteras se movieron en Europa para incluir a uno u otro grupo de personas. Pero los ideales de Wilson no se convirtieron en algo universal.

El presidente estadounidense Franklin Roosevelt deploraba el colonialismo europeo, y se mostró reacio a su continuidad tras la II Guerra Mundial. Pero no fue contrario a hombres fuertes que preservaran los intereses de su país. En la década de 1930 supuestamente llegó a decir sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Será un hijo de puta; pero es nuestro hijo de puta”.

En ningún otro lugar la dicotomía de la política exterior de EEUU es más evidente que en Oriente Medio.

Hubo un tiempo, después de la Guerra Civil estadounidense, en que el Jedive de Egipto contrató a soldados confederados y de la unión para su ejército. La razón es que prefería tener estadounidenses, que no tenían aspiraciones coloniales sobre su país, que europeos.

En 1956, cuando el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower pidió a británicos, franceses e israelíes que pusieran fin a su intento de recuperar mediante las armas el control del canal de Suez a los egipcios, el mundo árabe lo celebró.

Pero en cuanto el poder británico empezó a tambalearse y a retroceder, EEUU rápidamente se dispuso a cubrir el vacío que dejaba. La “realpolitik”, el triunfo de los intereses nacionales sobre la ideología, que había empezado en Latinoamérica rápidamente se empezó a extender hacia el este.

Franklin Roosevelt ya se había encargado de establecer una relación fuerte con Arabia Saudí en cuanto se empezó a intuir la extensión de sus reservas petrolíferas. El presidente de EEUU declaró en 1943 que el reino árabe era de interés vital para su país y se reunió con el monarca en el Gran Lago Amargo egipcio a bordo de un barco de guerra en 1945. Riad era entonces un pueblo de casas de barro. A partir de entonces, EEUU se convirtió en protector del régimen saudí, sin importarle que su percepción de los derechos humanos y de la democracia no estuviesen alineados.

En 1953, EEUU pensó que sería mejor para sus intereses derrocar a Mohammad Mosaddeq, quien era claramente la opción del pueblo iraní. Y así lo orquestaron la CIA y los servicios de inteligencia británicos.

Posteriormente, el presidente Richard Nixon y Henry Kissinger suministraron al sha material militar y apoyo, con la intención de utilizar a Irán para controlar el Golfo Pérsico, rico en petróleo. Pero todo dio un giro en 1979 cuando el sha fue derrocado por un levantamiento popular, no muy diferente al que se está produciendo ahora en Egipto. La revuelta popular de Irán se transformó rápidamente en un régimen islamista de línea dura y profundamente anti estadounidense que todavía provoca desvelos en la Casa Blanca.

Durante gran parte de la Guerra Fría, Egipto se alineó con los soviéticos, mientras EE UU se convertía en defensor de Israel. Eso cambió cuando Egipto selló la paz con Israel. Con ese paso, Egipto, y la estabilidad de su régimen pasaron a formar parte del núcleo de la política exterior de EE UU. Cuando la amenaza comunista dio paso a la amenaza islamista, la estabilidad de Egipto se impuso a cualquier otra consideración. Después del asesinato de Anwar el-Sadat en 1981, Hosni Mubarak se convirtió en el nuevo hombre de EEUU.

La Secretaria de Estado de George W. Bush, Condoleezza Rice, dio un famoso discurso en El Cairo en 2005 en el que aseguró que su país había perseguido la estabilidad a expensas de la democracia, y que no había conseguido ninguna de las dos. Pero el cambio de política que su discurso parecía presagiar nunca se materializó.

La contradicción básica le ha dado al presidente Barack Obama de lleno en la cara. Egipto no es tan sólo el mayor país árabe, su gigante cultural (la sagrada fiesta del Ramadán comienza cuando se ve sobre El Cairo la luna creciente). Egipto es la carta más importante que EEUU puede perder. Pero también hay otras, especialmente Yemen, en donde la Casa Blanca apoya a un régimen represivo que lucha una guerra clandestina contra los islamistas, incluido Al Qaeda. También está Jordania, en donde el anterior y el actual monarca han apostado por EEUU.

El ejemplo de Irán proyecta una sombra muy larga sobre la crisis actual, pero sus lecciones se pueden leer de dos maneras. La estabilidad que EEUU buscaba en Irán la socavó el resentimiento popular generado por la represión del sha. Pero la caída del sha provocó una dictadura aún peor, y la ruina de los intereses estadounidenses.

¿Podría tener razón Mubarak cuando le dice a EEUU que se de cuenta de que sin él en Egipto no habrá una transición suave hacia la democracia, y que ceder a las masas en las calles sería abogar por lo peor? Nadie lo sabe realmente. Pero lo que sí es cierto es que otros líderes árabes están mirando atentamente cómo maneja EEUU a su viejo cliente. Quieren saber si seguir pegado a EE UU es una buena apuesta o no.

Los diplomáticos de EEUU se las están ingeniando para improvisar, para dar apoyo a los líderes mientras que al mismo tiempo intentan colocarse en el lado correcto de la Historia, sin estar atados a los tiranos durante mucho tiempo.

La dura verdad es esa: aunque EE UU tiene influencia en el mundo árabe, ni es tanto ni es lo que solía ser. EEUU puede presionar puede persuadir, dar o quitar ayuda, pero al final esta crisis no va sobre EEUU o sus intereses; va sobre cómo son gobernados los árabes, y no su política exterior o alianzas internacionales.

A corto plazo es probable que los ejércitos de Oriente Medio decidan sobre a quién pertenece cada malnacido. Lo que ocurra a largo plazo se desconoce totalmente.

(Éste es un artículo de opinión escrito por el equipo de HDS Greenway, periodista con más de 50 años de experiencia en medios estadounidenses y jefe de la sección de análisis y opinión de Global Post)

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